Conozcan la verdadera historia de Philippe Petit, el equilibrista
Si bien es cierto que Man on Wire (James Marsh, 2008), el multipremiado documental que se centraba en la espectacular maniobra del equilibrista francés, Philippe Petit, quien caminó sobre la cuerda floja entre las Torres Gemelas de Nueva York en agosto de 1974, es un material fílmico perdurable y necesario para comprender las motivaciones e intenciones detrás de las acrobacias de Petit, su mezcla de imágenes de archivo y la recreación de algunos acontecimientos no son suficientes para elaborar un espectáculo de cine inmersivo como sí lo hace En la cuerda floja (The Walk, 2015), el más reciente filme del realizador estadounidense, Robert Zemeckis (Back to the Future, 1985). Más allá de sus diferencias, ambos filmes se complementan: el primero elabora profundas reflexiones sobre la audacia, los límites del acto artístico y sus vínculos con el acto criminal; el segundo es una minuciosa reconstrucción de los escenarios que tiene como objetivo primordial transmitir las sensaciones de vértigo que un ser humano puede llegar a experimentar estando a más de 400 metros de altura.
Compartiendo créditos con el debutante guionista, Christopher Browne, Zemeckis tomó, como base de su relato, To Reach the Clouds, el libro de memorias del funámbulo francés. Aunque cuando decidió hacerse responsable del proyecto, Zemeckis declaró que la primera vez que se enteró de Petit fue mediante un libro para niños titulado The Man Who Walked Between The Two Towers (El hombre que caminó entre las torres), escrito por Mordicai Gerstein en 2003, y, de hecho, se percibe el tono inocente en la película–por momentos ingenuo– característico de los cuentos infantiles.
El director coloca a Petit (Joseph Gordon-Levitt) en la cima de la Estatua de la Libertad para que, desde el inicio, él se presente como el narrador principal y, rompiendo la cuarta pared, nos desafía con la mirada y nos apela directamente para que escuchemos con atención los acontecimientos de su propia vida: desde sus humildes días en las calles de París como artista callejero –retratados en blanco y negro– para, después de conocer a la chica de sus sueños y fiel cómplice, Annie (Charlotte Le Bon), transitar hacia un mundo lleno de colores, evidenciando un cliché ampliamente utilizado en el cine para crear contraste entre tiempos sombríos y otros idílicos. El gusto y entusiasmo que siente Petit por las acrobacias –y en específico por el truco de la cuerda floja– decepcionan a su rígido padre que decide correrlo de la casa; el joven se inmiscuye en un circo comandado por Papa Rudy (Ben Kingsley), un hombre que le enseña los preparativos y la seguridad que un equilibrista debe considerar al momento de ejecutar el peligroso acto. Cuando Petit se entera de la construcción de las Torres Gemelas decide que su principal objetivo en la vida será, a partir de entonces, caminar sobre la cuerda entre los dos edificios del World Trade Center de Nueva York.
Desde el principio, la narración en retrospectiva de Petit evidencia que el personaje salió avante de su temeraria aventura, lo que no implica menos tensión en secuencias cruciales. No obstante, la posición desde la que él nos habla recuerda a las cabezas parlantes de los documentales y resulta una mala elección debido a que impide una aproximación cercana al interior del hombre complejo que es Petit, mostrándonos únicamente al showman. La forma unidimensional de los personajes, el discordante acento francés de Joseph Gordon-Levitt, y el constante uso de primeros planos en los rostros del protagonista y de su novia, son recursos que imposibilitan una narración que le haga justicia a la compleja personalidad del hombre que dejó su huella en la historia al realizar una atrevida hazaña artística sin precedentes (y que sí logra retratar Man on Wire). En la ficción de Zemeckis, sólo conocemos a un hombre temerario y “loco” dedicado al espectáculo y la aventura, pero sin sustancia. En la cuerda floja no llega a las alturas psicológicas de su predecesor documental; el filme no indaga en lo invisible, en las convicciones y motivaciones de Petit, sólo en el espectáculo.
A pesar de las deficiencias narrativas y la poca profundidad con la que están desarrollados los personajes, Gordon-Levitt da una actuación físicamente rigurosa. Su personaje funciona mejor cuando guarda silencio. Los mejores momentos de peligro se viven cuando, durante la noche previa al acto final, Petit y su cómplice, Jean-Francois (César Domboy), acorralados por los guardias de seguridad en la cima de la torre sur, se ven obligados a ocultarse inmóviles y en silencio bajo una lona durante un par de horas: ambos quedan suspendidos y propensos a una caída libre de más de cinco pisos. Es un momento fascinante dado el terror que Jean-Francois siente por las alturas y la humildad que demuestra Petit en un momento crucial para su amigo. En una de las secuencias principales del filme, los neoyorquinos miran hacia el cielo desde abajo del World Trade Center mientras Petit emprende su fascinante misión; Zemeckis busca ilustrar en ellos –y despertar en nosotros– la perplejidad que se desprende de una mezcla de admiración, asombro e incredulidad al ver a un hombre caminar sobre una cuerda que une a las dos torres a 417 metros sobre tierra firme.
Probablemente, En la cuerda floja es, hasta ahora, el caso más convincente de recreación de un espacio mediante efectos visuales y tecnología 3D. Las imágenes son diseñadas para ser experimentadas en formato IMAX, de lo contrario, su intención fundamental, la de inducir vértigo en el público, queda anulada. La sensación de estar a gran altura se debe a nuestra percepción vertical, que por definición no pueden existir en un mundo 2D. Se confecciona de manera verosímil la distancia palpable entre el suelo y la cuerda floja que hace que el tercer acto del filme esté poblado de momentos de nerviosismo puro en compañía del protagonista. En este sentido, Zemeckis pretende transmitir de manera eficaz sensaciones asociadas al mareo y la ansiedad. El espectáculo es recreado desde cuatro perspectivas: la de Petit sobre la cuerda floja, desde el punto de vista de los espectadores que transitan las calles, la mirada del cómplice en la azotea de la torre, y, por momentos, el punto de vista es el de la propia cuerda que une a los dos edificios. El clímax visual es emocionante y efectivo, ya que es elaborado con un ojo paciente por parte del cinefotógrafo, Dariusz Wolski (Prometheus, 2012; The Martian, 2015), y con un Gordon-Levitt capaz de emular la concentración mental que vivió Petit durante su acto.
El meticuloso detalle de los efectos visuales y del 3D logran representar el alcance circundante de la ciudad, produciendo una sensación real de encontrarte a más de 100 pisos sobre el suelo. El World Trade Center y todos sus alrededores hacen pensar que la película fue filmada en locación, en la ciudad de Nueva York, con sus dos Torres Gemelas. Zemeckis dispone de los efectos visuales para mostrarnos una ilusión. Esto es una ironía si pensamos que el personaje principal está inspirado en un hombre cuyo trabajo consistía en la exhibición física sin engaños.
Además de acompañar a Philippe Petit, el director nos traslada a la época pre 9/11 en Nueva York, cuando las torres todavía poblaban los cielos de la ciudad. En gran parte, la película es un homenaje a estos edificios, pero sin mostrarlos como ruinas fantasmagóricas. Se transportan a nuestro presente en la pantalla para que experimentemos el pasado con cierta añoranza: la aparición de John F. Kennedy en Forrest Gump (1994) tenía la misma función, así como las alusiones a los Beatles en I Wanna Hold Your Hand (1978). La recreación del espacio irrecuperable superpone arquitectónica e históricamente dos tiempos –pasado y presente- para producir un sentimiento de melancolía. En una época en la que la cultura pop y el entretenimiento tratan de alimentarse de las glorias de antaño con una serie de remakes y resurrecciones de los filmes y sagas que disfrutamos de niños (Jurassic Park o Star Wars, por ejemplo), el viejo Zemeckis opta, en lugar de una nueva versión o una extensión de su universo de Volver al futuro, por devolvernos, de manera casi tangible, un pedazo de un pasado globalizado. Ninguna imagen superará la de las Torres Gemelas desmoronándose, pero con este filme, al menos podrán experimentarse momentos cardiacos en sus cimas. Si Volver al futuro significó mirar más allá del horizonte para imaginar el porvenir y jugar con las especulaciones de lo que podría venir, En la cuerda floja es una mirada hacia atrás para recuperar lo perdido y desprender una sensación de nostalgia a partir de lo imaginario.