A diferencia de los filmes deportivos que utilizan la fórmula de ‘basado en una historia real’ para crear un relato en el que, contra todo pronóstico, los éxitos y triunfos son posibles sin importar las adversidades, Entrenando a mi papá (2011) es un filme cálido y reconfortante que busca alejarse de la pauta marcada por este tipo de relatos. De inicio, la ficción no se basa en un caso específico de la vida real; por otra parte, no recurre a la exageración e inverosimilitud para trazar el camino hacia la redención que emprende un hombre caído en desgracia. Partiendo de una premisa similar a la de otro filme mexicano, Después de Lucía (Michel Franco, 2012), aunque en un tono completamente distinto, la película sigue a Pedro “La Araña” Salazar (Mauricio Islas), un exfutbolista que vive refugiado en su casa sin el deseo de tener contacto con el mundo exterior e inmerso en una depresión causada por la muerte de su esposa (Irán Castillo) en un accidente automovilístico. El único pilar que no ha permitido su derrumbe total es su hija, Tania (Saraí Meza), una niña aficionada al futbol que tiene la intención de impulsar a su padre para que regrese a las canchas de juego. Aunque el proceso no es fácil, Tania encuentra en su responsable abuela (Adriana Barraza), en una periodista deportiva llamada Sasha (Jacqueline Bracamontes) y en dos compañeras de equipo a las aliadas perfectas para intentar que su padre, de nueva cuenta, proteja la portería en un partido de futbol.
El gran acierto de los guionistas, Olga Varela y René Herrera, radica en colocar a este exfutbolista, viudo y padre de familia, en una especie de limbo, en el que aún no ha pisado el infierno. Propenso a la obesidad y al alcohol, pero sin ser un adicto o enfermo, La Araña aún no está totalmente perdido y, en ese sentido, su transformación interna, aunque no luce radical ni espectacular, es posible y se percibe verosímil y sincera. El cambio físico de Mauricio Islas es muy discreto, pero congruente con el relato; no se trata del “superhéroe” que de la noche a la mañana adquiere la condición física necesaria para destacar nuevamente en su actividad deportiva, incluso, después de varias sesiones y días de entrenamiento, el personaje es incapaz de recuperar todo el potencial que alguna vez tuvo cuando era un joven guardameta. Aunque la posición de portero es benevolente con la edad, La Araña es consciente de las secuelas causadas por el natural paso del tiempo y el estilo de vida sedentario que adoptó durante dos años. Por su parte, la espontaneidad y naturalidad con la que Jacqueline Bracamontes adopta su personaje de reportera deportiva ayuda a darle seguimiento al proceso que emprenden padre e hija para recuperar la carrera como portero del primero.
El filme también incluye breves apariciones de varias figuras del futbol nacional (Jorge Campos, Luis Hernández) o de algunos comentaristas deportivos (Francisco Javier González) interpretándose a sí mismos. Aunque sus intervenciones son pertinentes y justificadas (los dos primeros asisten a un evento de exfutbolistas, mientras que el segundo cumple su función como comentarista en los partidos que se representan en el filme), se percibe su poco talento actoral, y una deficiente dirección de actores pues simplemente no pueden ignorar que están frente a una cámara de cine. Como si se tratara de las dos caras de una misma moneda, el director mexicano, Walter Doehner (La habitación azul, 2002; El viaje de Teo, 2008), le saca provecho al carisma de cada uno de los actores profesionales, pero es incapaz de que los invitados (actores no profesionales) regalen momentos de soltura y gracia, a pesar del poco tiempo que aparecen en pantalla.
Aunque no es un caso exclusivo del cine mexicano, a partir de la instauración del estímulo fiscal Eficine 226, cada vez es más común que las producciones cinematográficas nacionales sean utilizadas por distintas empresas como anuncios publicitarios que, de manera descarada y forzada, promocionan sus productos dentro de la narrativa del filme. Entrenando a mi papá no escapa de esta dinámica, pero los productores y el director manifiestan una mano sutil para que el product placement no sea insolente, ni tosco. Por ejemplo, una marca de ropa deportiva está presente durante los entrenamientos y los partidos de futbol, pero su presencia no incomoda, quizá por lo discreto de su logotipo o porque en ningún momento los personajes se encaprichan para hacer referencia a ella.
Sin la necesidad de recurrir a chistes ingenuos o bromas mediocres, Entrenando a mi papá es una gentil y afable comedia familiar donde la joven actriz, Saraí Meza, de alrededor once años de edad, es capaz de sostener el filme brillando con su ternura, soltura y amabilidad al interpretar a una hija consciente del conflicto existencial que padece su padre. No sólo se trata de las sonrisas, lágrimas y rostros de angustia enmarcados en close-ups, sino la energía y vitalidad que Meza deposita en su personaje para convertirse en la entrenadora de su padre. Esa idea tan sutil puede convertirse en uno de los comentarios más loables del filme: el futbol fue configurado, tradicionalmente, como una práctica sociocultural vinculada a las dinámicas de dominación dentro de un espacio estrictamente masculino. Aquí, se subvierte ese discurso para ingresar al terreno del futbol femenil –que en las últimas dos décadas ha crecido en popularidad al grado de ser incluido dentro del programa de los Juegos Olímpicos desde 1996– y no sólo para referirse a las mujeres practicando este deporte, sino a la presencia femenina que rodea al protagonista. Saraí, que diariamente practica con su balón y sus tacos con la intención de ser una gran delantera, representa el carácter fuerte y noble que a su padre le hace falta en un momento clave de su vida. La niña y la reportera, fuera del terreno de juego, ponen en práctica el precepto básico del futbol: el trabajo en equipo. Ellas se esmeran en jugar bien, en hacerlo de forma sistemática y organizada, para lograr que La Araña vuelva a pisar una cancha de futbol.
Los atractivos escenarios deportivos (el estadio Azul de la Ciudad de México y el estadio Andrés Quintana Roo, ubicado en Cancún) y las playas de Cancún –lugar donde vive el personaje principal, y sede del equipo Atlante– nunca superan la presencia humana; son espacios que se limitan a su función como contenedores de las acciones, sin la necesidad de que sean utilizados como un recurso visual para deleitar la pupila. El mundo del futbol es empleado como contexto, y no como pretexto o motor principal, permitiendo que los personajes luzcan mesurados e inmersos en situaciones cotidianas y con problemáticas reales. Esto posibilita que el filme no caiga en la metáfora habitual donde las luchas de la vida diaria se equiparan a los duelos deportivos; al contrario, aquí vemos la clara distinción entre ambos terrenos que marchan de forma paralela y que tienen puntos de coincidencia, pero dándole preponderancia a las relaciones humanas y familiares más allá de los problemas y dificultades que surgen en el terreno de juego.
Spoiler alert
En algunos momentos, el guión se olvida que el vínculo más importante, íntimo, plácido y atractivo para el desarrollo del relato es el del padre con su hija, y opta por mostrar el surgimiento de una relación amorosa predecible e innecesaria entre La Araña y Sasha. Su enamoramiento es pálido, descolorido y poco desarrollado, y la inserción de este elemento responde a la necedad de los guionistas de cumplir con una fórmula que quiere trazar un círculo de la felicidad absoluta que sólo es posible si el protagonista termina acompañado de una mujer bondadosa. Por otra parte, hay un momento cumbre al final del filme que rompe con la certeza respecto a la tradición del relato de superación personal, otorgándole credibilidad a esta sencilla, pero honesta película.
Fin del spoiler
Aunque de fácil digestión, Entrenando a mi papá posee los mensajes oportunos respecto a la importancia de la estructura familiar como base social, las experiencias de aprendizaje referentes a la perseverancia, la solidaridad y el trabajo en equipo, y las sutiles moralejas respecto al equilibrio y la estabilidad emocional que el ser humano debe encontrar cuando oscila entre el éxito y el fracaso, contemplando que no siempre se obtendrá la victoria, a pesar de todo el esfuerzo depositado.