Reseña, crítica EO - ENFILME.COM
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FICHA TÉCNICA
EO
EO
 
Polonia, Italia
2022
 
Director:
Jerzy Skolimowski
 
Con:
Sandra Drzymalska, Marietta, Hola, Ettore, Tako, Rocco, Mela
 
Guión:
Jerzy Skolimowski, Ewa Piaskowska
 
Fotografía:
Michal Dymek
 
Edición:
Agnieszka Glinska
 
Música
Pawel Mykietyn
 
Duración:
88 min.
 

 
EO
Publicado el 06 - Abr - 2023
 
 
Una obra suprema de humanismo que entendido en toda su complejidad, reconoce que en el encontrar un genuino equilibrio entre los distintos modos de vida que cohabitamos el planeta, se juega el futuro de nuestra especie. - ENFILME.COM
 
por Alfonso Flores-Durón y Martínez

Aquí puedes ver Erotyk, corto de Jerzy Skolimowski

Jerzy Skolimowski elige sus filmes favoritos de Criterion Collection

No. Los seres humanos no son animales, bueno, sí, pero racionales (aunque muchos se empeñen en demostrar lo contrario). Más bien, no, los animales no son seres humanos. Esto no quiere decir que los animales no sean seres con inteligencia, y toda otra serie de atributos que los hacen, en sus distintas especies y presentaciones, entes que deben respetarse y, sí, también quererse (en numerosos casos). También son seres que sienten, pero no como los humanos, o al menos no lo sabemos con toda certeza, ninguno nos lo ha compartido de viva voz. Es por eso que humanizarlos (como lo ha hecho hasta el cansancio Disney con todo tipo de películas) ha causado tanta confusión, no en los animales, sino en los humanos, en muchos humanos. Por fortuna, el experimentado autor de cine, polaco, Jerzy Skolimowski, evidentemente un amante de los animales, no pertenece a este grupo; sus filmes no son obras de Disney, precisamente. Y su forma de abordar la construcción de un proyecto tan ambicioso, desafiante y fascinante como EO, de ninguna manera partió de una consideración de ese tipo, ni de cerca.

Para los amantes del cine, los admiradores de uno de los titanes de este medio hecho arte, el maestro francés, Robert Bresson, es inevitable -desde que se conoce cuál es la premisa de EO- pensar en esa obra maestra colosal del cine que es Au hasard Balthazar (Al azar de Baltazar, 1966), uno de los filmes más poderosos y conmovedores en la historia de este arte. Una parábola situada en la Francia rural con alcances metafísicos que, a través de la figura de un burro constantemente maltratado, por unos y por otros, que tolera los agravios con aparente paciencia franciscana, resignificó el martirio vivido por Jesucristo durante sus últimos días de vida. Fue, además, precisamente montado en un burro que Jesús entró triunfante en Jerusalem aquel Domingo de Ramos, previo a su calvario. [En el Evangelio según San Mateo está escrito lo que sucedió para que se cumplieran las palabras del profeta: “Díganle a la hija de Sión: He aquí que tu rey viene a ti, apacible y montado en un burro, en un burrito, hijo de animal de yugo”.] Es evidente que el filme del realizador polaco, Jerzy Skolimowski, abrevó de la propuesta del maestro francés. Casi sesenta años después de aquel estreno, a los 84 años, al veterano autor le pareció imperioso contar otra historia teniendo a un burro como personaje central, en un mundo que se ha transformado radicalmente en todos estos años pero que, en lo esencial, sigue guardando muchas semejanzas con el de entonces. 

Más que haber intentado modelar una reinterpretación del clásico de Bresson -en realidad asegura que hizo todo lo posible por alejarse de él-, lo que Skolimowski reconoce es que Au hasard Balthazar es la única película de la historia que lo ha hecho derramar algunas lágrimas. La gran lección que le enseñó Bresson es que el personaje de un animal puede conmover al espectador con mayor fuerza que un drama humano significativo. Ewa Piaskowska, coguionista y productora de EO (además de ser pareja de Skolimowski), aclara que mientras el filme del francés “fue un ejercicio intelectual, una lección en moralidad; aquí lo nuestro era todo acerca de los sentimientos”. Tiendo a discrepar. Cierto, es evidente, que mientras que Bresson en su filme fue austero y minimalista (todo lo rodó con un solo lente, por ejemplo, y todo en el mismo pueblo), Skolimowski fue extravagante, apeló al juego de colores, de luces, dio mucha movilidad a la cámara (incluso con varias espectaculares secuencias filmadas con dron y en velocidades mayores a los 24 cuadros por segundo), y planteó la historia en diferentes locaciones. En realidad, EO es una road movie equina. 

Pero, sucede que posiblemente la combinación de lo que retratan con la forma en que lo hicieron terminó trascendiendo lo que Skolimowski y Piaskowska esperaban (o quizá superó solo las expectativas de ella). Porque si es verdad que la manera en que el autor polaco eligió filmar su obra, en una cercanía agobiante a los seis burros que interpretaron (o, bueno, hicieron pasar por EO), a su cuerpo, a su rostro, a sus ojos, a su hocico (en muchos momentos incluso cercano al POV), como si la historia se contara desde la perspectiva misma del burro, por lo que las vicisitudes de sus vivencias se vuelven más emocionales y sensibles, asimismo lo es que, desde esa óptica animalesca, Skolimowski plantea también un comentario social desde la propia perspectiva de EO, uno mordaz que incluye una severa crítica a los humanos, en sus distintas presentaciones, y muy al estilo del modo en que lo ha hecho desde el principio de su carrera fílmica, recurriendo a un humor retorcido para criticar de forma inteligente y oblicua -en sus inicios para evitar la censura-, no solo las incongruencias e insensateces del sistema comunista (en aquellos días), sino en realidad lo absurdo de la vida humana en general, en todas las épocas. 

EO (Marietta, Hola, Ettore, Tako, Rocco, Mela), llamado así por la onomatopeya de los rebuznos, es una de las estrellas de un circo itinerante, en Polonia. Compañero de acto de Kasandra (Sandra Drzymalska) quien lo cuida, claramente lo adora y defiende de los malos tratos de uno de esos compañeros rudos, burdos, rupestres que nunca faltan, en los circos y por doquier. Uno de esos días se presentan ahí los activistas en defensa del trato a los animales a manifestarse al circo, acompañados de una orden judicial para confiscar a las creaturas, EO entre ellos. Su siguiente escala es en un acto político en el que EO al menos se beneficia de un collar de zanahorias que, como adorno, le amarran alrededor de la cabeza. EO testimonia lo ridículo que es el evento y todo lo que lo rodea. Por la noche, en una granja en la campiña polaca, donde descansa, el burro recibe la visita de Kasandra, quien es llevada en moto por un galán. La chica borracha, eufórica, abraza a EO con todo su cariño, y el animal evidentemente lo aprecia y recibe los apapachos con su docilidad habitual; también ella le da a comer (porque es su cumpleaños) un muffin de zanahoria, su comida favorita; no obstante, ante las hoscas advertencia de ser ahí dejada por el tipo, Kasandra se despide llorando, con un beso, y se va. EO se queda inquieto y, después de unos segundos, escapa tras de ella en búsqueda de su amor perdido y, tal vez cree, recuperado, pero para la velocidad de su trote será imposible alcanzar el de una moto cuyos tripulantes, además, no saben que es perseguida. 

Entonces, EO deambula por el bosque, donde se cruza con una diversa variedad de animales y, en la infinita elasticidad de la noche, se deja amparar por la naturaleza. Hasta que llega, al alba, a un pueblo de calles desiertas, en el que la gente aún duerme. Ahí es atrapado por unos bomberos y, pronto, termina en el campo aledaño presenciando un tenso partido de futbol entre equipos locales, que concluye con amagos de violencia por parte de los aficionados con tipo neonazi del equipo derrotado. Los ganadores adoptan a EO como mascota y lo hacen acompañarlos en su recorrido triunfal por las calles del pueblo y, posteriormente, en su celebración en un bar, donde le bailan, le hacen beber cerveza, le arrojan humo a la cara y lo besan, hasta que, intoxicados todos, se olvidan de él y aprovecha EO para salir a pastar. Y es cuando al lugar arriban tres autos transportando a varios de los hooligans del equipo perdedor que no quieren dejar que su deseo de venganza se apague, por lo que armados con palos irrumpen en el bar y golpean a diestra y siniestra a los festejantes. Al huir, el último auto se detiene cuando sus tripulantes descubren a EO a unos metros de distancia y, uno de ellos, todavía embriagado por la adrenalina, le propone a sus acompañantes bajarse a matarlo. La fortuna de EO no parece ser la más halagüeña imaginable, ni siquiera para la mente de un burro. 

Desde el inicio de su carrera fílmica, hace muchos, muchos años, el polaco Jerzy Skolimowski asumió la labor de creador cinematográfico desde la audacia formal y la convicción de plantear una observación social con anclaje en lo político. Curiosa, aunque aparentemente de forma incidental, también, la presencia de animales es un sello en buena parte de su filmografía). Así lo hizo en uno de sus primeros cortos, Erotyk (1961), un ejercicio enigmático con guiños surrealistas y juguetona crítica política y social; en su ópera prima, Rysopis (Marcas identificatorias: ninguna; 1964), un desenfadado estudio sobre una juventud cínica, dispuesta a renunciar a sus ambiciones e ideales, en el contexto de una Polonia comunista opresiva, creado a partir del empalme de diferentes cintas estudiantiles, filmadas con influencia de la nueva ola francesa pero un toque personal sobre la concepción del sentido del tiempo en pantalla y el montaje, que se convirtieron en marca registrada; y así lo sigue haciendo, en la parte crepuscular de su carrera (y su vida), en EO. No ha perdido, a los 84 años, ni el vigor creativo, ni la osadía, ni el amor al cine, a la vida, a la música y, evidentemente, tampoco a los animales. Ya quisieran muchísimos de los jóvenes que simplemente se dedican a contar historias (con imágenes gastadas, además), un poco del espíritu de aventura y travesura del juvenil veterano. Un huracán de aire fresco al cine contemporáneo.

En fechas recientes se han estrenado tanto Gunda (2020), de Victor Kossakovsky, como Cow (2021), de Andrea Arnold, dos formidables documentales que pasan mucho tiempo, de manera muy cercana, a una cerda y a una vaca, respectivamente, y a través de ellas experimentamos, por encima de todo, su instinto materno y de conservación, pero también sus peculiares formas de retozar, de alimentarse, de vivir; con la ilusión del tiempo real (pese a que transcurren meses, incluso años, comprimidos en 93 y 94 minutos), casi sin la intervención humana, particularmente en el filme del excéntrico realizador ruso. En el caso de EO se trata de un burro (símbolo de humildad y servicio, incluso, es cierto, de idiotez), en un filme de ficción, en el que una de las intenciones del director es, precisamente, observar muchas de las contradicciones, insensateces y vicios humanos, cotejados con la existencia sencilla y apacible de un burro, tomando el riesgo de plantear el punto de vista del filme casi desde la perspectiva del noble asno. 

La cámara suele estar en estrecha proximidad con EO (los diferentes burritos que lo interpretan) para hacernos respirar con él, observar con él, sentir con él e, incluso, ¿recordar con él? Es inmersivo su modo de abordarlo (ya en su filme 11 minutos, de 2015, Skolimowski probó con una cámara ceñida a los personajes, como para meterse en sus mentes, e incluso experimentó con repetidos POV de un perro), queriéndonos poner no en los zapatos sino en las pezuñas de EO, no necesariamente para hacernos creer qué es lo que piensa o recuerda EO (en todo caso invitándonos a imaginarlo a partir de nuestra visión), pero sí asumiendo una perspectiva neutra desde cuyos ojos lo que vemos cobra otro significado. E, instalado ahí, Skolimowski demuestra no sólo su amor por EO, sino por toda la fauna de animales (hormigas incluidas) con que el burro se encuentra a su paso. Y, ya encarrerado, también por el viento, los árboles, los ríos, el cielo, los prados, por toda la naturaleza que, como en filme de Michelangelo Frammartino permite, removiendo lo humano hacia un costado (en varios momentos, pero particularmente en esa secuencia nocturna que se convierte en una especie de sinfonía visual y musical a la Koyaanisqatsi pero con drones y textura bañada en rojo), reflexionar sobre qué es lo humano en contraste con otras formas de vida que se desempeñan en ritmos y procesos distintos, en las que se manifiestan también esencias intangibles y abstractas.

Para lograr transmitir lo anterior, Skolimowski no solo compone la mayoría de sus planos con denuedo, sino que trata sus cuadros con fulgores de luz o bañados de colores, cámaras lentas -o rápidas- (soberbio el trabajo de Michal Dymek), complementados con sonidos nítidos, expresivos, penetrantes, en ocasiones ligeramente desfasados de la imagen, o con resonancias de ondas fluctuantes. Y la música, pocas veces la música se convierte auténticamente en personaje central de un filme, pero sin dictar, sin acentuar, sin anunciar, interpretando un rol que le hace interectuar armoniosamente (o incluso en contrapunto, cuando es preciso) con el resto de los elementos que componen cada secuencia, y la colaboración de Pawel Mykietyn es notable. De nuevo, como lo ha hecho Skolimowski a lo largo de su carrera fílmica. 

Adorador del cine y sus auténticas posibilidades expresivas y artísticas, no desaprovecha la ocasión el polaco para, igualmente, para maquinar un vistoso homenaje -en un par de secuencias- a los inicios del cine, sus raíces, reconstruyendo visualmente una especie de zoopraxiscopio  (artefacto que proyectaba imágenes que estaban pintadas -en una primera etapa- o impresas -en una segunda etapa- y que al girar otorgaban la velocidad exacta para dar la sensación fluida de movimiento; congelaba el tiempo y lo agitaba de nuevo), creación de uno de los primeros pioneros del medio, el fotógrafo e investigador inglés, Eadweard Muybridge

A toda esta comunidad de recursos, sustentado en la fenomenal labor de montaje de Agnieszka Glinska, acude el autor de cine polaco para capturar el peregrinaje de EO (que incluso cruza camino en un pasaje un poco forzado con Isabelle Huppert), y en su recorrido levantar una estampa no precisamente halagüeña del estado en que se encuentra la Europa contemporánea. Cotejado con la insensatez y frivolidad, egoísmo y vanidad con que se desenvuelven los humanos, cobra mayor sentido y, sobre todo, fuerza la dignidad y categoría con que el burro maneja la contrariedad, pese a todo lo que le ocurre en cada escala a la que le obliga su destino. Desde el primer episodio en que Skolimowski plantea, en los primeros minutos del filme, una de las tantas paradojas que vuelven más absurda la de por sí futil y disparatada vida actual, con los defensores de animales (como los de muchas otras causas), dentro de su fervor activista, consiguiendo su propósito buscado, que termina siendo mas perjudicial para el defendido, se suceden como en ácida tragicomedia felliniana, una colección de viñetas que pintan una realidad un mundo racional penosa y cínicamente irracional. 

La participación constante y contínua de la música por momentos podría hacer pensar en secuencias armadas con la naturaleza de algunos videoclips, aunque tanto la dimensión de las reflexiones visuales, sonoras y del discurso, como la coherencia y cohesión con que las trenza Skolimowski, hacen pensar en una especie de sinfonía (o de varias sinfonías) que contrapuntean temas, motivos, incluso ritmos y estados anímicos en distintos movimientos, bajo consideraciones y criterios que parecen guiados por una espontaneidad planeada con rigor, reverberando en cierto modo la afilada intuición animal. EO es un filme catergóricamente completo, y complejo; con episodios líricos, oníricos, que es tan extravagante como compasivo y lleno de ternura. Una obra suprema de humanismo que entendido en toda su complejidad, reconoce que en el encontrar un genuino equilibrio entre los distintos modos de vida que cohabitamos el planeta, se juega el futuro de nuestra especie. Al menos en un mundo preapocalíptico. 

@SirPonFDyM

 
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