Sobre cómo fue hecha Suicide Squad o por qué todo se ve tan desarticulado
Después del fracaso crítico generalizado de Batman v Superman, muchos creían que un filme basado en un comic que en su momento fue disruptivo, cuyos protagonistas son villanos que siempre están a punto de morir (y que en muchos casos mueren), podía rescatar a DC Cómics de la ignominia. Pero Suicide Squad está hecha con los mismos ingredientes que hicieron de Batman v Superman un fiasco: el miedo y la envidia. ¿Miedo a qué? Al fracaso taquillero. Lo que prácticamente los obliga a trabajar sobre las fórmulas (incluida –o, sobre todo– la de una intensa campaña comercial con muchos meses de antelación). ¿Resultado? No hay una sola propuesta de nada. Todo en Suicide Squad es pan con lo mismo. Incluso el chantaje emocional cuando los personajes ‘se abren’, lo conocemos bien los mexicanos del melodrama telenovelero. ¿Y la envidia? Es, claro, a su gran opositor, el mentado Marvel, que ha logrado afianzar su universo cinematográfico con más creatividad y confianza. Es natural: Disney, dueños de Marvel, entrena las pupilas de los consumidores potenciales de Marvel. Tienen un negocio redondo, pues.
Los primeros 20 minutos introducen uno a uno los integrantes del escuadrón. Esta es la parte más entretenida de la película. Cada uno de ellos tiene su encanto en sí. Es como ver episodios resumidos de una serie sobre los peores criminales del mundo, pero con protagonistas más guapos y mayor presupuesto. En esta presentación se le dedica más tiempo a algunos personajes que a otros, e incluso hay uno que no cuenta con la introducción correspondiente. Así sabemos quiénes morirán antes y quiénes jamás morirán. Porque si algo tiene Suicide Squad, además de un muy buen soundtrack, es la carencia absoluta del factor sorpresa.
La película descansa (sin relajarse) en sus personajes. Y aquí sobresalen cinco (aunque no todos por las mismas razones). Amanda Waller, la jefa intelectual de la pandilla, la titiritera malévola respaldada por el gobierno de Estados Unidos, la criminal más ruin, que debe ser la cabrona más grande de todas, lo es, y no gracias al guión acartonado del también director, David Ayer, que parece tenerle rasquiña a cualquier atisbo de introspección de personaje que se salga del lugar común (hablo del guión, no de Ayer, que aunque firma como guionista, ha probado ser capaz de mucho más en otras películas pasadas), sino gracias a la milagrosa actuación de Viola Davis, una actriz a la que todavía le faltan varios papeles a su altura. Will Smith es el verdadero protagonista del filme. Con el personaje más desarrollado en el libreto, ofrece una actuación asombrosamente sólida –dadas las circunstancias- como para no dejar que la película se desmorone aunque los personajes parezcan hamsters enjaulados corriendo de un lado a otro sin dirección. Smith se está consolidando como actor, pero si lo que busca es prestigio, tiene que ser más selectivo con sus personajes. Margot Robbie es guapísima y el fotógrafo lo sabe; encuadra sus piernas y nalgas entaconadas con obstinada devoción cada que la película se está perdiendo en sus propias tinieblas narrativas (o sea, constantemente). Su actuación es buena y el personaje es el único que insinúa ser corrosivo, convirtiéndose en un oasis en el desierto, aunque si somos justos, deja una sensación de que no fue aprovechada como debía; y ella, Harley Quinn, aunque supuestamente es temeraria e invencible, termina siendo fresa y enclenque. Mencionaré al Guasón interpretado por Jared Leto solo porque ha sido una carta publicitaria fuerte. Su personaje es totalmente intrascendente para la historia. Y su interpretación es casi invisible para la pantalla. Sus resonantes y magnificadas risas parecen un grito de auxilio: “¡véanme, aquí estoy!” Robbie Collin, de The Telegraph, lo ha descrito con exactitud: es un slurpy, colorido pero desabrido. Finalmente Cara Delevigne, como la némesis de la pandilla, parece una parodia de sí misma. Un recorte de revista puesto en un escenario CGI, que ante su rigidez deja que los efectos visuales hagan el trabajo que le correspondería.
Por su historia, se esperaría que Escuadrón suicida fuera políticamente incorrecta, sucia, desafiante. Dos de sus personajes principales son negros. Dos, son mujeres. Polemiza sobre las intenciones y métodos del gobierno estadounidense. Los protagonistas son criminales. Hay un cuestionamiento implícito sobre el origen del mal y el lugar que le damos en la sociedad, sobre las apariencias y las realidades fundacionales de Estados Unidos, sobre el retrato de los villanos en las películas de Hollywood y en los medios. Es decir, hay mucha tela de dónde cortar. Pero la versión película es mojigata y conservadora. No hay un solo chiste fuera de lugar. Nada de humor negro. Ni una obscenidad. Incluso el sarcasmo ha sido maquillado y luce como un payaso que ha perdido sus tiempos de gloria y, a falta de carisma, vende lástima a sus clientes. En términos de enemigos es patética la elección, que parece hecha para no herir las susceptibilidades de nadie: no ofenden a los defensores de animales, ni a las feministas, ni a los negros, ni a los musulmanes, ni a los cristianos, ni a los veganos, ni a los comunistas, ni a los capitalistas, ni a los defensores de los derechos de los niños. Los enemigos son pedazos de carbón. Ni siquiera los geólogos se sentirán aludidos.
La trama es casi la peor parte. Es la misma historia maniquea de siempre de buenos contra malos, envuelta en balas y armas de mucho calibre. Solo que aquí son malos contra malos-malos, una vuelta de tuerca insuficiente para impactar a la cínica juventud consumidora de nuestros tiempos, que durante las últimas semanas ha observado en medios y redes sociales la consolidación de Donald Trump como líder político, con serias posibilidades de dirigir al país más poderoso del mundo.
Ante la amenaza de perder la atención de quienes van al cine cautivados por Snapchat, a poner su teléfono en pausa durante largos minutos, en Escuadrón suicida decidieron no interrumpir la acción, ofreciéndonos una larga persecución violenta aderezada con intervalos de peleas y asesinatos. Sí hay momentos de historia, pero son eso, momentos, parpadeos, intercesiones tan breves que parecen un capricho fuera de ritmo, implantados como flashbacks que dan la sensación de que se mezclan frente a nuestras pupilas dos … “cosas”: una larga secuencia de videojuego y despojos de historia, polvos de historia.
Visualmente es la peor parte. Ya todo lo hemos visto, demasiadas veces. Los saltos de los edificios, los helicópteros atravesando modernas ciudades en ruinas, seres humanos musculosos golpeándose entre sí, seres humanos musculosos enormes golpeándose entre sí, el villano al centro de la pantalla conglomerando poderes eléctricos. Se trata de auténtica basura visual. No es extraño que los consumidores de nuestros tiempos acudan a refugiarse a productos audiovisuales nostálgicos, donde la copia de algo que en algún momento fue real resulta reconfortante frente a la copia del intento de renovación futurista. Algo garantiza Escuadrón suicida, y, en ese sentido –me imagino-, sus creadores deben sentirse muy satisfechos: garantiza el sobrevalorado entretenimiento –aunque en sus peores vertientes-. Los fans se divertirán mentando madres, el público esperará los siguientes lanzamientos, y esto, en el contexto de demasiadas películas de superhéroes publicitándose y estrenándose, es suficiente alimento para que la cadena siga creciendo. Suicide Squad funciona como un largo tráiler de presentación para películas por venir. Lleva lo metacomercial al extremo. La vertiente cinematográfica de DC se ha convertido en una agencia de comerciales de productos que no llegan. O, cuando llegan, resultan promesas sin cumplir, o a medio cumplir, que contienen a su vez la promesa de algo más. Me pregunto hasta cuándo el público pagará por seguir alimentando sus decepciones.
Sobre cómo fue hecha Suicide Squad o por qué todo se ve tan desarticulado