Gloria Trevi, la cantante de melena larga y revuelta, alcanzó en las décadas de 1980 y 1990 el firmamento exagerado que se reserva solo a unas pocas divas latinas. Fue estrella juvenil, actriz taquillera, reina de los almanaques, número uno en radio nacional e internacional y hasta artista censurada por el descaro de sus letras. Pero en la memoria de medio planeta hubo un momento en que quedó grabada otra imagen de este icono pop mexicano: la de una cómplice de delitos ligados a la corrupción de menores. Ocurrió en el cénit de su carrera, en 1998, cuando se le vinculó con una secta “satánica”, bautizada por los medios de comunicación como “el clan Trevi-Andrade”, y fue acusada formalmente de abuso de menores. La estrella se dio a la fuga, y tras casi un año de su huida, fue capturada en Río de Janeiro, junto a su compañero y antiguo representante Sergio Andrade, y la amiga de ambos, María Raquenel Portillo, más conocida como Mary Boquitas. Todo eso ocurrió hace 15 años, y después de ese tiempo, el pasado de la cantante regresa en forma de una biopic, versión drama edulcorado con música y humor: Gloria, la película, ópera prima del director suizo Christian Keller. Se anuncia como basada en hechos reales y su lema apunta a lo que ésta considera el corazón del asunto: “La fama es algo muy difícil de controlar”.
El engranaje básico de la trama se sostiene en tres ejes: la relación de la cantante con Andrade, su ascenso a la fama, y las circunstancias que rodearon su posterior debacle y encarcelamiento en 1999. El filme arranca en 1984 en la Ciudad de México, cuando una joven de 19 años, que aspira al reconocimiento a través de su música, de nombre Gloria de los Ángeles Treviño Ruiz (Sofía Espinosa), hace casting para Boquitas Pintadas, el nuevo grupo que el famoso productor musical, Sergio Andrade (Marco Pérez), está conformando. Una elipsis nos sitúa en 1999 cuando aquella chica, bajo el nombre artístico de Gloria Trevi –ya había conseguido el éxito y la fama bajo la tutela de Andrade: la avalaban cinco discos, tres películas, centenares de conciertos y programas de televisión– es arrestada en Río de Janeiro junto a su productor y Mary Boquitas. De ese modo, en el filme asistimos a un hábil paseo por la evolución de la cantante, situándonos en dos escenarios: sus inicios en el espectáculo en México (desde su incursión en la Academia de Andrade, su debut en Siempre en Domingo –en ese entonces, el programa musical de televisión más importante de América Latina–, el veto de Emilio “El Tigre” Azcárraga Milmo –dueño de Televisa–, su contrato con Televisión Azteca, con Pati Chapoy como intermediaria, el contrato leonino con el mismo Azcárraga, sus conciertos, entrevistas, etcétera), y, en una serie de flashbacks a los acontecimientos que condujeron a la intérprete a una cárcel de Brasil; secuencias ágiles en las que se inserta con naturalidad un ensamblaje de videoclips tutelados por el hilo de la trama al gusto de Keller, con canciones pop que hicieran tan conocida a la cantante en 1990 (“Dr. Psiquiatra”, “Con los ojos cerrados”, “Pelo suelto” o “La papa sin cátsup”), como vía para definir el carácter expiatorio de sus canciones, así como el talento y cierta esencia de la protagonista, y su problemática relación con su mentor y con sus compañeras del instituto.
Aunque la película de Keller no busca en ningún momento la lágrima fácil ni recrearse en los detalles más morbosos como las historias de abuso sexual y psicológicos infringidos a las menores por parte de Sergio Andrade y Gloria, tampoco profundiza en la relación que la cantante tuvo con Andrade en tanto socia y comparsa facinerosa, ni en la “verdad” sobre el polémico clan detrás de su nombre —una de las líneas de venta dilectas en afiches y espectaculares de la película.El guión compuesto por la escritora y periodista mexicana, Sabina Berman (La mujer que buceó dentro del corazón del mundo, 2010), tiene la intención de no juzgar a la protagonista principal, pero al presentarla solo como una mujer víctima de sus circunstancias, de la pasión y el enamoramiento ciego y enfermizo que siente por Andrade, no solo la juzga, también la exonera, achacándole sus faltas a un amor ciego y equivocado. Gloria elimina la complejidad de una situación en la que, al tiempo que Trevi probablemente fue víctima de abuso y terrorismo psicológico, también ocasionó daños irreparables y criminales a menores de edad, o al menos fue cómplice de éstos. En un guión que se presume fue armado a partir de una pluralidad de visiones, se omitieron por completo las versiones en las que Gloria agredía activamente a las protegidas de Andrade. Los temas y escenas sobre sexualidad, manipulación psicológica, abuso de autoridad y agresión física por parte del patriarca-pedófilo-líder espiritual Andrade están despojados de sordidez e introspección, y se nos muestran con recato e insistiendo en lo rutinario, sin hacer hincapié en la violencia y el sufrimiento que se padecían en aquella academia que servía de internado para las menores, cuyos padres, motivados por el sueño de la fama y del dinero, dejaban a sus hijas en manos del virtuoso del piano que la dirigió, quien tocaba tan bien dicho instrumento como los cuerpos de sus protegidas.
Aunque la película no pone etiquetas entre buenos y malos, sí hay un claro afán de caricaturizar a los némesis de la protagonista. Por ejemplo: el tratamiento que se le da a Aline Hernández –exesposa de Sergio Andrade, un matrimonio que se realizó cuando ella tenía 15 años y él 32– : adolescente oportunista, poco inteligente y precoz en la sexualidad, una “zorrita” hecha y derecha, como las calificaría Trevi en alguna entrevista dentro de la película, y nada más; o bien, Pati Chapoy: mujer ávida del rating, el poder mediático y orquestadora de la posterior persecución en medios de comunicación y encarcelamiento de la estrella pop y el propio Sergio Andrade. Tan mala, tan mala, tan mala… que solo le faltó el parche en el ojo. El personaje presentado con más complejidad es el de su protagonista, pero ni en este se ahonda en sus pasiones ni en sus incongruencias (por ejemplo: públicamente se declaraba católica y recurría a Dios para salir de cualquier atolladero en entrevistas, pero al menos por omisión aprobó una explotación a terceras que evidentemente va contra las reglas de esta iglesia; haciendo parecer sus declaraciones sobre la fe más una estrategia demagógica). La cantante y bailarina energética y atrevida, dizque rebelde del escenario no tiene punto de encuentro con la atontada y sumisa del clan que se nos muestra en la película: ni la locura, ni la culpa, ni la rebeldía, ni lo calculadora, ni la negación. Y aunque la película abarca quince años, no vemos ninguna transformación en ella, ni física ni psicológica. Tras bambalinas, incluso en la cárcel, el personaje se mantiene como la misma ciega, inocente y atarantada que vemos cuando aparece por primera vez en pantalla, esperando ansiosa a que Andrade le haga una audición. Ni siquiera su evidente ambición está retratada. ¿Entonces cómo fue que a los 19 años dejó la escuela, su casa en Monterrey, y viajó sola a México a buscar la fama y fortuna de la televisión?
A pesar de que la película no se atreve a excavar en los crímenes, el morbo actúa a favor de la taquilla, pues la de Trevi es una historia rodeada de acusaciones de intriga, amores, sexo grupal, y ésta es su primera ficción cinematográfica. La historia de la Gloria Trevi real está impregnada de los valores frívolos y transitorios que han impartido desde su existencia las dos principales televisoras mexicanas. Como muestra rápidamente el filme, la leyenda de Gloria se formó en una guerra de rating entre ambas empresas, durante el gobierno salinista, cuando la dudosa situación en la que se llevó a cabo el conteo de las elecciones de 1988, obligó al presidente a dar muestras de apertura mediática. La compositora rompía con los amaneramientos más conservadores que eran la norma pública hasta entonces en el medio del espectáculo: como claramente lo demuestra el director Keller en el debut en Siempre en domingo, cuando ella improvisa una sugerente coreografía sin previo aviso. Con sus movimientos espontáneos e hiperbólicos, con sus ropas originales y escotadas, con el cabello revuelto, sugería apertura, sobre todo sexual, y sus calendarios con el cuerpo semi y totalmente desnudo, millonariamente vendidos, parecían corroborar esa liberación. La ventaja que ella y su manager supieron sacar de la rivalidad entre Tv Azteca y Televisa, acabó por darles el culetazo que hizo pública la manera en la que se manejaban las cosas dentro de casa, y acabó enviándolos a prisión. Los brochazos que da el filme sobre este complejo contexto, son más para recalcar la malevolencia de Chapoy que para complejizar la fama, los deseos de alcanzarla, la lucha por mantenerla, la importancia de Trevi cuando ya era una garantía y la red de intereses tejida alrededor de esa pequeña mina de oro. Cuando parece que la película podría dar visos de análisis o, por el contrario, inclinarse por el exceso del melodrama, su director se las arregla para introducir un gag cómico o algún imprevisible estallido de violencia, como aquella secuencia en la que Sergio Andrade y Gloria Trevi conocen a través de Pati Chapoy a Ricardo Salinas Pliego —propietario de TV Azteca—, y mientras Andrade les platica una versión trágica y ficticia de la niñez de Trevi, de los talentos y beneficios monetarios que les asegurará contratarla de manera exclusiva en esa televisora, Gloria se desliza en la sala de la mansión, entre los tres, y comienza a cantar y a bailar divertida, incluso subiéndose a las mesas de la mansión, el tema “Con los ojos cerrados”.
Amparada en una estética pop de regusto apacible, que se acentúa gracias a la fotografía alegre y acogedora de Martín Boege (No se aceptan devoluciones, 2013; Ciudadano Buelna, 2013), Gloria, la película, pese a la importancia del tema en la sociedad mexicana emerge como mero entretenimiento, con una dirección de arte que mezcla elementos de la animación ad hoc con el estilo de la cantante en sus primeros años: fotogramas coloridos que dan a la trama un curioso tono burlesco en determinadas secuencias. Uno de los momentos más divertidos del filme sucede cuando Andrade anuncia su matrimonio con Aline Hernández, y las demás chicas, incluida Gloria, entristecen ante el anuncio, pero todas deben celebrar comiendo papas con cátsup, y Gloria evade esa realidad representando en su pensamiento un combate frente a frente con la próxima esposa del productor en un videojuego tipo Mario Bros con la canción correspondiente mitificando el momento.
Dentro de las limitantes y oportunidades que ofrece el guión, como la de estar protagonizado por un personaje sin matices, que se transporta del blanco al rojo en el escenario sin ofrecer razones, Sofía Espinosa (Los bañistas, 2014) sorprende en su actuación por un apartado vocal rasposo muy cercano al de Gloria Trevi –aunque con un acento más nasal– y cuya cadencia permite ese estilo ronco, sarcástico y melancólico que impregna cada una de las canciones de la película que la misma actriz interpreta. Su trabajo actoral y parecido físico le permiten pasar de manera natural de la comedia al dolor, de la soledad a la añoranza, a la sonrisa fácil, al baile, a los saltos en el escenario y al brillo en los ojos. Marco Pérez es el encargado de dar vida a Andrade, realizando un trabajo más bien plano, instalado en un histrionismo que desentona con la actuación de Espinosa. El actor termina dibujando una caricatura de una figura del espectáculo no solo compleja e imponente, talentosa hasta cierto punto, sumamente maquiavélica, ambiciosa, ególatra, narcisista y sin escrúpulos. Nada en el personaje que se nos ofrece explica cómo de entrada fue capaz de hechizar a tantas mujeres; más allá del control que ejercía una vez que ya las tenía dentro de sus dominios.
Gloria es una película importante por su afiliación a la realidad, pero hubiera funcionado mejor si no hubiera estado basada en hechos reales; de esa forma habría contado una historia entretenida, con ritmo, con humor e incluso con retazos de crítica y explosiones de ingenio. Es valiosa porque retoma a un personaje clave en el cultura mexicana de la televisión de los noventa, que dice mucho sobre cómo esta sociedad ha comprendido y aprendido ciertos valores, de forma tan vacua, como el de la rebeldía; pero eso no lo explora. En la misma línea aborda un dilema público y moral, similar al de figuras populares envueltas en casos de abuso a menores que siguen beneficiándose de la fama pese a que sus acusaciones han quedado inconclusas en un sector del imaginario colectivo (como el de Woody Allen y su hija): Trevi sigue siendo multitudinariamente famosa a pesar del escándalo y las víctimas (que, no debe olvidarse, a pesar de su codicia y precocidad, eran menores de edad abandonadas por sus padres a un grupo de adultos que se aprovechó de ellas). La guionista Sabina Berman, que estuvo muy en contacto con Trevi para la escritura de su libro y posteriormente, del guión, y que incluso fue demandada por la cantante (quien alega una inocencia y cegueras más extremas que las que vemos en la película), dijo en una entrevista que Trevi había cruzado lo delictivo; el director, Christian Keller, también ha afirmado que él no cree que ella sea una víctima; pero esa certeza de los realizadores no se ve en la película. En lugar de ahondar en las incoherencias de la historia, en las incongruencias de los personajes, la película toma una postura maniquea y ambigua, que no aporta, sino mantiene las preguntas que de antemano existían; que no pretende cambiar los prejuicios de quienes vayan a verla, sino brindar sugerencias para mantenerlos, sin importar cuáles sean. Es más una apología con tintes de duda que un trabajo de verdadero desentrañamiento de los dilemas del caso.