Por Enrique Sánchez (@RikyTravolta)
Es difícil pensar en la reacción de un cineasta al momento en que le ofrecen participar en un proyecto donde el personaje principal es un reptil gigante del tamaño de un rascacielos. Si sus intenciones son honestas, es muy probable que el material lo rebase, no porque se trate de un tema muy complejo, sino porque en este tipo de películas se sabe de antemano lo difícil que será encontrar un balance adecuado entre los efectos especiales y el aspecto dramático; entre el monstruo y el humano. Durante muchos años, Hollywood, sin saber con exactitud qué lugar darle a cada uno, ha optado por reciclar la misma fórmula. Godzilla (2014) es otra cinta llena de científicos desconcertados, militares incompetentes, monstruos aletargados, y una esposa que mira aterrada las noticias.
Lo desconcertante es que el hombre detrás de esta película sea Gareth Edwards, el cineasta británico que en 2010 dirigió, escribió, e incluso se encargó de los efectos especiales de su ópera prima, Monsters, un filme independiente lleno de suspenso sobre ataques extraterrestres, original como pocos dentro de su género, y que además fue bien recibido por el público y la crítica. Era de esperarse que un estudio como Warner Bros se abalanzara sobre el novel director para que trabajara en este filme que marca el 60 aniversario del nacimiento de Godzilla en el cine. El sello de Edwards está presente, sobre todo en el cuidado que muestra a la hora de presentarnos a su monstruo, con una mezcla de respeto solemne y cariño, pero, por desgracia, antes de poder presenciar al monstruo en toda su gloria, debemos conocer la desganada historia de los humanos que lo rodean.
Todo empieza con un accidente en una planta nuclear -que aparentemente hace alusión al desastre de Fukushima en marzo de 2011-, en el que Bryan Cranston y Juliette Binoche ya nos van revelando uno de los peores fallos: el mal uso de un excelente reparto. En otro lado del mundo, los personajes simplones de Ken Watanabe y Sally Hawkins confirman lo anterior. Entre todos ellos, el protagonista resultó ser Aaron Taylor-Johnson, quien parece haber dejado atrás la jocosidad de Kick-Ass para convertirse en todo un soldado fortachón. El carisma también quedó atrás. Su papel consiste en ir siempre un paso atrás de la situación, en no comprender del todo lo que está sucediendo. Quince años después del accidente en la planta nuclear, Ford Brody (Taylor-Johnson) se encuentra con su padre y juntos descubren la verdad sobre la catástrofe nuclear, lo que los lleva a ser testigos del nacimiento de una criatura titánica a la que los científicos llaman Muto (Organismo terrestre masivo no identificado), y que al parecer es un tributo al némesis del reptil, Mothra. El preámbulo a la inevitable batalla entre ambos monstruos se alarga más de lo necesario, y el único paliativo que se nos ofrece son un par de tomas de la espalda de Godzilla brotando de la superficie del mar. El director debe de ser una persona muy cínica o con un sentido del humor muy extraño, pues cuando por fin llega el momento de la gran pelea, una gran puerta se cierra frente a nosotros, y lo siguiente que vemos son las noticias sobre la batalla entre dos titanes que sucedió la noche anterior. Me quedo con los trailers. En ellos se reúnen los mejores momentos de la cinta: la suntuosa devastación al siguiente día de la batalla, un salto en paracaídas a unos metros del monstruo, y a Bryan Cranston diciendo unas líneas bobas, pero con la misma intensidad con la que hemos escuchado hablar al persuasivo Heisenberg.
La última vez que Hollywood llevó a Godzilla a la pantalla grande (Godzilla, 1998), Roland Emmerich lo hizo supuestamente como un tributo a Jurassic Park (1993), o más bien se fusiló varios de sus elementos, y es fácil ver por qué lo hizo: Spielberg fue capaz de asombrar al público no solo con escenas de dinosaurios carnívoros persiguiendo a las personas bajo la lluvia, de noche; lo hizo también con escenas a plena luz del día, con dinosaurios que comían pasivamente de las ramas de los árboles, como si se tratara de vacas pastando en el campo. Edwards sin duda le tiene cariño a su monstruo, y se nota en su intención de provocar nuestro asombro, revelando poco a poco la inmensidad de la criatura, en un escenario que parece el mismo infierno, con música de Alexandre Desplat, pero todo se viene abajo por el peso de la contraparte humana. Es el tipo de caso en donde es casi imposible recordar los nombres de los personajes luego de terminada la película, pues en realidad su participación ha sido totalmente irrelevante. Han hecho que la cinta se vuelva pesada, y dentro del género de acción, esto es un crimen imperdonable. No hay que irse tan lejos como para mencionar a The Host (2006), en donde Bong Joon-ho pudo mezclar sin problema alguno comedia, suspenso y drama, todo alrededor de un reptil gigante y la familia que lo está cazando; simplemente dentro de los estándares hollywoodenses, Guillermo del Toro ya lo hizo mejor el año pasado con Pacific Rim, sin tanto drama y con más corazón.