La más reciente producción de Disney, Grandes héroes (Big Hero 6, Dir. Don Hall y Chris Williams, 2014), carece de uno de los sellos distintivos del popular estudio de animación: no es un cuento de hadas, a diferencia de las clásicas historias de amor animadas (Cenicienta, La bella durmiente, Frozen, entre otras). La figura central del relato es Hiro Hamada, un puberto de 14 años con bruscos cambios de humor –en instantes pasa del aburrimiento a la diversión; de la tristeza al enojo y luego a la alegría–, que se deben a que toma decisiones precipitadamente y a su actitud rebelde; es decir, es todo lo contrario a la bondadosa mujer que merece transformarse en princesa por la serie de suplicios que ha vivido. La desdicha de Hiro por la temprana muerte de sus padres, y la confusión propia de la edad –que deriva en no saber qué estudiar– son los motores que accionan el crecimiento de este personaje.
El guión, escrito por Jordan Roberts, Daniel Gerson y Robert L. Baird, se nutre de una historia de superhéroes creada por Marvel en 1988. Al principio, el trayecto de Hiro no se asemeja al del héroe clásico, pero una tragedia asociada con el fuego es el llamado para que el joven asuma una nueva misión. El desafortunado suceso le da un vuelco radical al mundo de Hiro poniendo en riesgo sus nuevos planes y motivaciones para asistir a la universidad. El joven se sumerge en la tristeza y, por cuestiones del azar, tropieza con una figura malévola, un hombre que lleva un manto negro y cubre su rostro con una máscara kabuki que se apodera de su invento: los microbots (millones de pequeños robots que entran en sincronía cuando son manejados por un neurotransmisor). Hiro no puede eludir su destino; la transformación del genio en superhéroe es inminente.
El adolescente reúne a un grupo de talentosos jóvenes (un vago, Fred; una chica ruda, GoGo; una carismática e intelectual rubia, Honey Lemon; y un fortachón con rastas, Wasabi), todos ellos dedicados a la investigación y diseño robótico, para averiguar quiénes son los responsables del incendio ocurrido en el Instituto Tecnológico de San Fransokyo. Es un grupo equilibrado, armónico, incluyente, un verdadero comité universitario, que se distingue por las peculiaridades de cada uno de ellos y la diversidad, en lugar de los estereotipos. Ninguno busca llamar la atención o pasar por encima del otro. Los diseños de sus vestimentas de superhéroes (coloridos y extravagantes) y armas de defensa están asociados, más que a sus personalidades, a sus respectivas investigaciones científicas (desde el estudio de la velocidad, la manipulación de la materia o el manejo del plasma). El proceso de conformación del grupo de superhéroes lleva mucho más tiempo que la ejecución de la misión, y el tercer acto del filme acontece de manera frenética y precipitada, sin la misma paciencia que hay en el tratamiento de los dos primeros.
Aunque la trama es convencional –se sigue la conformación de un batallón de héroes y las dinámicas al interior de éste, que ya fueron exhibidas en Los vengadores y Guardianes de la galaxia–, el tratamiento, la textura y el ingenio de Pixar (John Lasseter participó como productor ejecutivo), ofrecen un entrañable personaje: Baymax, el enorme robot blanco –más de uno no tardará en asociarlo, por su color y robusta apariencia, con el “hombre Michelin”–. A pesar de su imponente presencia física, su voz posee un tono suave, reconfortante; representa el optimismo tecnológico, aquel que incita a que admiremos la intensa labor de investigadores, diseñadores y científicos que crean nuevos productos para facilitarle la vida al ser humano. A diferencia de la apariencia de reptil verde que posee en el cómic, Baymax es un robot creado a partir de las actuales investigaciones del campo conocido como robótica blanda (soft robotics), que consiste en el diseño y construcción de robots con materiales más suaves que el metal y el plástico, principalmente para fines de atención médica. El propio Baymax se dedica a esto último: a brindarle servicio médico oportuno al ser humano. La gordura de Baymax y la agradable gama de sonidos que emite cada que realiza una acción (es una especie de enorme pingüino, lento al caminar y torpe en el andar) hace que fácilmente se le asocie con aquello que los japoneses denominan “kawaii” (un adjetivo ampliamente utilizado en la cultura popular japonesa para referirse a algo o alguien de actitud tierna). Pero también, Baymax recuerda a Pepe Grillo, el fiel compañero de Pinocho. Aquí es un sabio filósofo, aunque reservado, que no sólo brinda asistencia médica, sino funciona como la brújula moral de Hiro, que, cuando se enfrenta a situaciones de ira y enojo, actúa con impulso violento. Para los personajes y para el público, Baymax resulta memorable y emocionalmente potente: es el hermano mayor que te protege, es el amigo fiel que te escucha y aconseja, es el animal de peluche que quieres acariciar, es la sábana caliente en la que quieres refugiarte, es el acogedor sillón en el que deseas descansar, es el cálido abrazo que necesitas después de sufrir una pérdida.
El escenario central, la ciudad ficticia de San Fransokyo, fue diseñado a partir de la fusión de elementos reales de las ciudades de Tokyo y San Francisco con la ayuda de la técnica del fotorrealismo (imágenes generadas por computadora que reproducen las imágenes captadas por cámaras fotográficas o de cine y que simulan la incidencia de luz, sombra y texturas reales). Este híbrido cultural retoma, fundamentalmente, las calles llenas de luces neón, vistosos anuncios con pictogramas y el ritmo acelerado de la capital japonesa para fusionarse con las arquitecturas modernas y de estilo victoriano de la ciudad californiana, ofreciendo así un atractivo paisaje equiparable al de Blade Runner (Ridley Scott, 1982), donde la tecnología es la base de la sociedad. Más que un choque cultural, se crea un nuevo espacio (donde conviven trenes elevados, pagodas y el Golden Gate) que simbólicamente es un homenaje a la innovación y tecnología avanzada de Japón, así como al trabajo vinculado al desarrollo de tecnologías de Silicon Valley (zona sur de la Bahía de San Francisco considerada el centro líder para el desarrollo de alta tecnología). Las tradiciones de dos culturas conviven; los paisajes urbanos, las propuestas arquitectónicas y las visiones sobre el futuro, pero también es una combinación de lo antiguo y los nuevos modos de hacer animación, en el que el arte atento y sobrio del pasado (los dibujos y diseños a mano, algunos parecen retomar el anime japonés como influencia) convive con el presente, con los hiperdetalles generados por ordenadores, incluyendo los que surgen de la invención del sistema ‘Denizen’, un nuevo programa para crear multitudes (alrededor de 670 de personajes únicos) con rasgos individuales para cada integrante de la masa.
La interacción entre Hiro y Baymax oscila entre el humor y la melancolía; su dinámica es divertida y conmovedora. Por un lado, este par es capaz de crear atmósferas joviales e ingeniosas; un humor que funciona para todas las edades. Hay una secuencia donde el robot necesita recargar su batería, y la falta de energía es representada como si fuera una persona borracha incapaz de mantener el equilibrio, repitiendo las frases y tambaleándose al caminar. Pero también es un filme que habla sobre la pérdida y cómo afrontar la muerte de un ser querido. Ese vaivén emocional entre rabia, tristeza y resignación es representado en un montaje lúcido donde los directores muestran, en un plano medio, la apertura de varios paraguas negros; posteriormente, en plano abierto, vemos a las personas de pie en un cementerio; y se disuelve para mostrar la reunión posterior al funeral desde el exterior de la casa a través de las ventanas mojadas debido a la lluvia. Y todo ello, con una cámara lenta y pausada, rindiéndole tributo a la muerte de sus personajes. Aunque el filme posee aparatosas persecuciones que incluyen destrucciones de edificios, no se jacta –como comúnmente lo hace el cine de acción o de superhéroes– de la aniquilación de los seres humanos.
El entusiasmo infantil por la amistad, la valentía, la ciencia y la tecnología es la fuente de la fuerza que les permite, a los jóvenes héroes, prevalecer en las circunstancias adversas. La respuesta de Hiro ante la pérdida de sus seres queridos, es rodearse de los amigos y del robot Baymax, creación de su hermano Tadashi. En una secuencia se evidencia una de las grandes preocupaciones del filósofo italiano Umberto Eco respecto al tema. “La tecnología es la que te da todo enseguida, mientras que la ciencia avanza despacio”; Hiro, al tratar de hacer una serie de modificaciones a Baymax para incrementar su fuerza y sus habilidades, descubre el largo proceso de fabricación del robot. Los desvelos, los ensayos, las pruebas y errores de Tadashi, quien después de varios intentos logró materializar su sueño científico. Grandes héroes le ofrece la posibilidad al niño de hoy en día (aquel que se sumerge en las poderosas gráficas de los videojuegos, que accede a la información desde una tablet, y que no concibe el mundo sin dispositivos móviles) que descubra el exhaustivo trabajo que hay detrás de la fabricación de nuevas herramientas tecnológicas. El filme hace un recordatorio muy útil a los niños y jóvenes de la sociedad contemporánea: la tecnología no sólo es el uso de artefactos y aplicaciones que facilitan la vida cotidiana, ni la creación de mundos ilusorios, sino una forma de hacer frente a ella misma, cuestionándola, revitalizándola, mejorándola.
Los orígenes del cómic · 20 datos de Big Hero 6 · Soundtrack