Reseña, crítica Guasón - ENFILME.COM
if ($skins_show == "0") {?>
RESEÑAS >   EN PANTALLA
 
FICHA TÉCNICA
Joker
Guasón
 
Estados Unidos/Canadá
2019
 
Director:
Todd Phillips
 
Con:
Joaquin Phoenix, Robert De Niro, Zazie Beetz, Frances Conroy, Brett Cullen
 
Guión:
Todd Phillips, Scott Silver
 
Fotografía:
Lawrence Sher
 
Edición:
Jeff Groth
 
Música
Hildur Guðnadóttir
 
Duración:
121 min.
 

 
Guasón
Publicado el 03 - Oct - 2019
 
 
  • Todd Phillips y Joaquin Phoenix logran enriquecer a uno de los personajes más atractivos del universo de los cómics, un villano imponente, un hombre trastornado, ya escaneado por otros grandes autores. Le guiñan un ojo al material original, lo mencionan, lo distorsionan, crean alusiones, ensucian y glorifican el mito fundador del propio Batman y de la relación con su némesis, para que el personaje encuentre un nuevo significado, una relevancia acorde con los matices oscuros del mundo actual.  - ENFILME.COM
 
por Luis Fernando Galván

Durante una de las tantas insurrecciones en que participó, el filósofo e ideólogo del anarquismo, Mijail Bakunin (1814-1876), reía y gritaba mientras lo arrestaban las autoridades: “¡La fantasía aniquilará el poder y una risa lo enterrará!”. Más tarde, siguiendo su ejemplo, muchos anarquistas de fines del siglo XIX y principios del XX respondieron a los arrestos adoptando el mismo comportamiento. La anarquía ha sido (y es) el acto político más peligroso porque libera al sujeto de todas las formas de poder, organización y control. Es como el acto de reír. La risa no es tersa ni silenciosa como la sonrisa; es escandalosa, insolente, alborotadora, burlona, ​​rebelde, brutal, incluso incontrolable. Reírse es un acto peligroso porque cuando un individuo se ríe de otro, especialmente si es de alguien poderoso, éste sabrá tomar represalias contra el primero. La risa es, en efecto, un acto político, anula todo poder, toda cultura jerárquica: cualquiera puede dirigir su burla a cualquiera. Al igual que Bakunin, otro anarquista responde a la vida con una risa lívida y ruinosa. El Joker es quizá el anarquista más famoso, el más reconocible, el más buscado y el más peligroso en la cultura pop desde su creación en la década de 1940. Peligroso porque se ha interpretado tantas veces, de las más diversas formas en distintos productos audiovisuales -desde la histriónica interpretación de Jack Nicholson hasta las ridiculeces de Jared Leto, pasando por el caos instaurado de Heath Ledger-, y es fácil colapsar frente a tantos nombres y tantas interpretaciones dispares. Pero en Guasón (Joker, 2019), el cineasta estadounidense Todd Phillips (War Dogs, 2016) logra enriquecer a uno de los personajes más atractivos del universo de los cómics, un villano imponente, un hombre trastornado, ya escaneado por otros grandes autores. Le guiña un ojo al material original, lo menciona, lo distorsiona, crea alusiones, ensucia y glorifica el mito fundador del propio Batman y de la relación con su némesis, para que el personaje encuentre un nuevo significado, una relevancia acorde con los matices oscuros del mundo actual.

Arthur Fleck (Joaquin Phoenix) -un hombre que vive en una especie de gueto de Gotham City con su madre, Penny (Frances Conroy), una mujer solitaria, enferma y debilitada- busca una oportunidad para abrirse paso en el ámbito de la comedia stand-up y, mientras espera que alguien note sus cualidades cómicas, intenta ganarse la vida haciendo trabajos ocasionales disfrazado de payaso -ya sea anunciando algún producto en la calle o bailando frente a niños enfermos en un hospital-. Arthur toma el transporte público todos los días; se ríe constante y repentinamente sin un motivo aparente, se derrumba sin previo aviso para sumergirse en una risa exagerada y gutural, lo que pone a la gente nerviosa, incómoda y violenta hacia él. Pero la gente no sabe que Arthur se ríe sin restricciones, de una manera casi asfixiada, debido a una enfermedad neurológica, una enfermedad mental que lo condena diariamente a una vida de soledad y marginación. Fuera de la ventana de su estrecho y destartalado departamento se encuentra una ciudad presa del caos: las divisiones sociales, la falta de empleo, los recortes de servicios y la asistencia médica generan más y más protestas, desembocando en manifestaciones belicosas y combativas. Un hombre, Thomas Wayne (Brett Cullen), decide postularse como alcalde para restaurar la paz en una ciudad que ha perdido toda razón, sentido cívico y legal. Arthur, aunque testigo y consciente del caos que está por venir, quiere otro destino para sí mismo: todas las noches, después de acostar a su madre, sueña con estar frente a una audiencia de personas y embarcarse en una comedia triunfante e irresistible, llena de aplausos y risas, instaurados en su mente -y en la del espectador- a partir del extraordinario diseño y edición de sonido del equipo de Michael Dressel (Dunkirk, 2017).  El hombre anhela ser invitado por Murray Franklin (Robert De Niro) a su programa de televisión, un late night show, que le encanta más que cualquier otra cosa. Pero la realidad tiene un gusto muy cruel y diferente.

Arthur ha sido durante mucho tiempo víctima de abuso físico y mental. Es un hombre abandonado, denigrado, humillado en la vida y el trabajo, siempre buscando su propia identidad social y personal, dividida entre su sueño de convertirse en comediante y su deseo de poder vivir una vida normal, sin medicamentos, sin rarezas, aristas o jadeos de ansiedad. Un individuo maltrecho que encuentra momentos de alivio en esos breves pero podersosos engaños de su mente -ensoñación, imaginación y proyección- que lo ayudan a fugarse de la realidad. Joaquin Phoenix ha poseído el papel protagónico con su fuerza, con su rostro severo y melancólico, con su fragilidad, su palidez, con cada fibra de su talento. Phoenix no habrá escrito al personaje, pero lo reelaboró, lo perfeccionó y lo habitó elocuentemente. Dentro de este universo, el actor se confirma capaz de atravesar todos los matices posibles del alma y las emociones humanas, y hace que la degeneración psicológica del protagonista sea tangible de una manera soberbia, jugando con su cuerpo como en The Master (2012), con su fragilidad emocional como en Her (2013), con su desesperación de Inherent Vice (2014), con sus microexpresiones de Mary Magdalene (2018), con la violencia silenciosa de You Were Never Really Here (2017), y con comportamientos más complejos, incluidas las exacerbadas e inquietantes risas -como evidencias patológicas- que el personaje dispara durante todo el relato. Una interpretación nacida de un físico demacrado, conformado por una dieta que lo hizo perder cerca de 20 kilos, pero también por la identificación total con una personalidad indescifrable y en constante evolución, hecha de momentos inesperados de humanidad y del rapto repentino de violencia, de una búsqueda de la teatralidad y la risa en los escenarios del stand-up y de las escalofriantes secuencias en las que esa sonrisa de Joker ocupa la pantalla en primeros planos.

Los zapatos de payaso, las persecuciones por las calles, los performances de slapstick en el hospital de niños enfermos y la alusión directa a Modern Times (1936) -la brillante declaración sobre la deshumanización y alienación del proletariado, y una rara incursión de la realidad en el imaginario ficticio de Gotham- no sólo son homenajes astutos a Charles Chaplin, sino que logran delinear la psique del personaje, combinando lo trágico y lo cómico, ofreciendo lecturas contrastantes en un solo momento narrativo, por ejemplo, un brutal y sangriento asesinato con unas tijeras se convierte en un momento de humor oscuro en el que un enano no alcanza la cerradura de una puerta. Es el lado perturbador de la bufonada. Lleno de ingenio, corrosivo, ácido, bestial, patético. Phoenix pasa por todos los matices del dolor y los escupe en un verso trágico, espeluznante y brillante, a medio camino entre la risa, el terror y las lágrimas. Su voz suspendida entre hilaridad y locura, entre el canto de un niño y el grito de dolor de un adulto angustiado, traza un personaje inescrutable y voluble, que nos incomoda no sólo por sus atrocidades y su creciente locura, sino también porque, en lo más profundo de nuestra alma, no podemos evitar tomar partido, al menos parcialmente, por él. Y no será una coincidencia, o quizás sea el destino, que Phoenix se encuentre y choque con Robert De Niro, el mismo actor que en el siglo pasado había dado vida a Travis Bickle, la mente dañada por las atrocidades de la guerra, la soledad y la alienación de la ciudad moderna en Taxi Driver (1976).

Arthur deambula como un fantasma entre las calles para llegar a fin de mes con pequeños trabajos. Cada contacto humano se ve socavado por su enfermedad mental, mantenida minuciosamente a raya por varios medicamentos, lo que lo lleva a actuar involuntariamente de una manera inquietante. Incluso el hombre más puro e inofensivo, si se le lleva más allá de su límite personal de resistencia, puede convertirse en una bestia. Arthur no es ese hombre puro, ha sido previamente dañado y su caída es inevitable cuando tres hombres trajeados -aparentemente exitosos y respetables, pero cuya inmundicia se percibe en sus acciones- lo insultan y golpean en el vagón del subterráneo. Estamos ante la primera de una larga serie de radicales decisiones que conducirán al nacimiento de un villano, cuya transformación se confirma en la memorable secuencia del baile en las escaleras al compás de las notas musicales de “Smile” de Jimmy Durante. Así, Arthur cambia su máscara y su vida, de ser una tragedia infinita y perpetua, elige volverse hacia la comedia, una comedia (des)humana, en la que distorsiona la empatía y ridiculiza todo, con su risa poderosa, enigmática e histérica. Esa risa anárquica, incómoda y desequilibrada detrás de la cual yacen los escombros de una vida artificial, una farsa que tuvo que actuar durante muchos años, pretendiendo ser el niño feliz que su madre le dijo tenía que ser.

El Joker de Phoenix es el producto natural de su contexto. La dirección y la edición son perfectas para colocar al espectador tanto en la aceptación progresiva de la locura por parte de Arthur como en el clima de tensión social que caracteriza a Gotham, una ciudad de principios de la década de 1980 enmarcado por la lente de Lawrence Sher (Godzilla: King of the Monsters, 2019), tan similar a la decadencia de Nueva York representada magistralmente por Martin Scorsese en algunas de sus obras maestras como Taxi Driver, The King of Comedy (1982) y After Hours (1985). Esa metrópoli masacrada por la suciedad, el desempleo y el crimen como lo fue Nueva York en aquella época -y lo son muchas ciudades en la actualidad-, cuyas autoridades tienen la perspectiva de mantener el bienestar de un grupo selecto y privilegiado, se convierte en un personaje fundamental en el relato, envolviendo la transformación de Arthur en su oscuridad.

Sin efectos especiales, sin frenéticas secuencias de acción, basta la concentración en el personaje y el aparato social que le rodea, Phillips exhibe la manera en que una decisión, incluso incorrecta y extravagante, es suficiente para que un marginado alcance la popularidad más deseada de la manera más inesperada, encontrándose por primera vez no sólo comprendido, sino incluso idolatrado por otras mentes frágiles, dañadas o desesperadas. ¿Cuál puede ser la única reacción comprensible de aquellos que no tienen nada más que perder que la subversión total y la transformación de la violencia en un espectáculo? Aunque tambaleante por el discurso de Arthur -una escena crucial que resulta acartonada y cae en las obviedades de la palabra hablada, en lugar de darle peso al lenguaje visual-, el desenlace de Joker ejerce presión sobre la moralidad del espectador, involucrándolo personalmente en las elecciones cada vez más desastrosas del personaje. Una máquina de sangre despiadada y sombría, lista para incendiar Gotham, está ahí. Los estallidos inevitables de violencia nunca terminan en sí mismos, golpean directamente las entrañas del público, precisamente porque son la última etapa de un viaje hecho de pisoteos constantes y un ascenso repentino y brutal que logra encajar perfectamente en la mitología del Caballero de la Noche teniendo éxito en la tarea -nada fácil- de satisfacer tanto a los puristas de DC como a quienes menosprecian el universo de los superhéroes, incluso desafiando los moldes del cine de acción en los que en años recientes se han insertado los personajes de los cómics.

Una película que logra modernizar de una manera completamente original un personaje tallado en la imaginación colectiva, mezclando el imperioso hito del Nuevo Hollywood con una crítica social actual, arrastrando al espectador hacia un vórtice de reveses emocionales. Incluso si Joker no se mezcla con los asuntos actuales (“No soy un símbolo político”, dice Arthur) es imposible no percibir una fuerte advertencia por parte del director y el coguionista Scott Silver (The Fighter, 2010): el mal y la violencia estallan en la marginación, en la falta de empatía y falta de apoyo para los más necesitados, y cuando la equidad social cae y el descontento se desproporciona, se necesita muy poco para precipitar el caos. Joker ofrece una reflexión sobre la persona y la sociedad, una historia de locura individual que, en tiempos de psicosis colectiva, convierten a un desquiciado hombre en un profeta del desorden. Arthur es la chispa que desencadena la revolución contra el régimen establecido de una sociedad que ha perdido su alma, que podría haberse salvado si no hubiera renunciado a la humanidad y la empatía por los demás.

 
COMPARTE:
 
ANTERIOR
EN PANTALLA
High Life
SIGUIENTE
EN PANTALLA
Parásitos
 
 
 
 
 
 
 
 
 
POST RELACIONADOS
 


NOTAS
TRAILER. ‘THE AGE OF CONSEQUENCES’, un...


NOTAS
Fight Club, Avatar, Up: películas...
 
 
 
COMENTARIOS
 

CALIFICACIÓN DE LA GENTE:
10 personas han votado


 
RECOMENDAMOS
 
 
 
 
 
enfilme © 2023 todos los derechos reservados | Aviso de privacidad