Reseña, crítica Hannah Arendt - ENFILME.COM
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FICHA TÉCNICA
Hannah Arendt
Hannah Arendt
 
Alemania, Lumxemburgo, Francia.
2012
 
Director:
Margarethe von Trotta
 
Con:
Barbara Sukowa, Janet McTeer, Axel Milberg, Klaus Poh
 
Guión:
Pam Katz, Margarethe von Trotta
 
Fotografía:
Caroline Champetier
 
Edición:
Bettina Böhler
 
Música
André Mergenthaler
 
Duración:
113 min.
 

 
Hannah Arendt
Publicado el 01 - Oct - 2013
 
 
  • El filme revive el drama filosófico que Platón planteaba desde los diálogos de Fedro y La República: la confrontación perpetua entre la razón y las pasiones. Arendt se sitúa en la posición del hombre que sale de la caverna, mientras la directora del filme, tensa las riendas de los caballos que agitan el alma de la película, destacando el poder del razonamiento frente a las pasiones y viceversa.  - ENFILME.COM
  • El filme revive el drama filosófico que Platón planteaba desde los diálogos de Fedro y La República: la confrontación perpetua entre la razón y las pasiones. Arendt se sitúa en la posición del hombre que sale de la caverna, mientras la directora del filme, tensa las riendas de los caballos que agitan el alma de la película, destacando el poder del razonamiento frente a las pasiones y viceversa.  - ENFILME.COM
 

Por Verónica Sánchez 

Ve aquí nuestra entrevista con Barbara Sukova

Hannah Arendt mira a través de la ventana. La barbilla reposa sobre su mano izquierda, apoyada en el pulgar, con el cigarro entre sus dedos índice y medio; el humo sube hacia su rostro, esfumándose entre sus cabellos. El close-up de la cámara exige al espectador la misma concentración que tiene el personaje. La filósofa se encuentra instalada en una profunda reflexión. Una imagen que resume al arte de pensar en un gesto de melancolía: la figura inmóvil, atenta y expectante. Detrás de esta imagen, se fragua una idea que más tarde desataría una guerra mediática a través de la revista The New Yorker, con un reportaje y una serie de artículos que se condensarían después en un libro titulado Eichmann en Jerusalén: Un estudio sobre la banalidad del mal (1963). Detrás de la serenidad, la autora trama un pensamiento que contribuyó a que la gente pensara de otra manera el Holocausto, el genocidio y la concepción del mal.

Margarethe von Trotta, la directora alemana que ha centrado sus filmes en mujeres fuertes –ahí está su Rosa Luxemburgo (1986), cinta que inauguró la trilogía dedicada al Holocausto en Alemania; seguida de Rosenstrasse (2003), homenaje a las mujeres germanas que en 1943 opusieron resistencia para evitar que sus esposos judíos fueran enviados a los campos de concentración, y Vision (2009), sobre la monja, música y visionaria Hildegard von Bingen–, revive en Hannah Arendt (2012) dos sucesos controversiales en la vida de la filósofa y politóloga judía: a) la cobertura del juicio a Adolf Eichmann –un oficial del Tercer Reich, y uno de los principales responsables de los campos de exterminio nazi–, y b) la polémica que generó la publicación de su informe. Pero más que el seguimiento periodístico que Arendt realizó para la publicación estadounidense, la directora se centra en las reacciones negativas de los encargados de la acción penal, de las instituciones a favor de la libertad de expresión, organizaciones sociales y medios que la condenaron en su momento por nadar contracorriente de la opinión universal avalada principalmente, por los judíos.

El filme revive el drama filosófico que Platón planteaba desde los diálogos de Fedro y La República: la confrontación perpetua entre la razón y las pasiones. Arendt se sitúa en la posición del hombre que sale de la caverna, mientras la directora del filme, tensa las riendas de los caballos que agitan el alma de la película, destacando el poder del razonamiento frente a las pasiones y viceversa. El hecho histórico es el episodio dedicado a este drama, donde el filósofo, a pesar del sufrimiento, es fiel a sus ideas, incluso cuando éstas juegan en contra de su propia felicidad.

Eichmann, superviviente nazi, es juzgado de manera pública en Jerusalén. Durante el proceso, Arendt, se centra en dos puntos: el primero, que Eichman, exoficial de alto rango de las fuerzas militares y de inteligencia nazi llamadas SS, acusado como responsable directo de la masacre de judíos –sus funciones en el puesto estratégico que tenía, en la logística de los trenes que llevaban a los prisioneros hacia los campos de concentración durante la Segunda Guerra Mundial, lo señalaban–, no era el responsable intelectual y siniestro de las muertes en los campos de exterminio nazis, sino tan solo un peón menor, prescindible. En contraposición, los fiscales israelíes aseguraban que él era un villano, mientras Hannah Arendt descubría, nada más y nada menos, que era un hombre mediocre; no un monstruo: un burócrata. Conclusiones que la llevaron a la teoría que llamó “la banalidad del mal”, y que da subtítulo a su libro de 1963. La lectura de Arendt sobre Eichmann, años después llevaría a las generaciones posteriores de Alemania a cuestionarse dónde estaban sus padres cuando el Holocausto estaba sucediendo, qué habían hecho o qué habían dejado de hacer para permitir que aquello pasara.

El segundo punto en el que se concentraban sus argumentos –que desató la irá entre la comunidad judía– era la afirmación de Arendt sobre la complicidad de los líderes judíos en Alemania y Polonia en la muerte del propio pueblo judío; no en la maquinaria encargada directamente de los trabajos más deleznables, sino como copartícipes casi obligados de las redes de investigación y espionaje. Por todo esto, Arendt fue puesta en un torbellino de rencores y difamaciones, no sólo de rabinos condenándola, sino también de intelectuales de la época, especialmente del ambiente académico, amigos y familiares que la expulsaron de su círculo.

La cinta de von Trotta incorpora imágenes reales de archivo del juicio contra Eichmann, las declaraciones del acusado, los testimonios de los sobrevivientes del Holocausto. En breves flashbacks asistimos a su pasado, el conflictivo recuerdo de su relación amorosa furtiva (no por ello menos intensa) con el filósofo alemán Martin Heidegger, el hombre que le enseñó a pensar, pero que se unió públicamente al Partido Nazi en 1933 y nunca se arrepintió públicamente después de la guerra. La directora extiende su relato desde el ámbito público del periodismo hasta la vida personal de Arendt, interpretada por una actriz habitual en su repertorio: Barbara Sukowa, que en la película captura el poder de Arendt, transmite la elegancia y el carisma de la filósofa imbuida en intensas cavilaciones. Una Arendt que no se alinea fácilmente con las modas académicas del momento, de personalidad atractiva y de trascendente  valor intelectual.

Von Trotta pasea a su personaje a través de un montaje riguroso y una narrativa ordenada en la que combina imágenes reales y ficción depurada con fines dramáticos, un tanto teatrales, para acentuar el temperamento de la situación; incluso con cierta tendencia a la ceremonia, aunque sin peligro de acentuar el elitismo a los que Arendt pertenecía. Hanna y su esposo se desenvuelven en el ambiente bohemio intelectual de la época y viven en un moderno departamento frente al río Hudson, en Nueva York. Una filmación clásica, intimista, pausada, con diálogos prolijos que economiza minutos y devuelve al ruedo sin dejar de lado la cercanía de la cámara al rostro de los actores o los ángulos tensos. Evita, sobre todo, los diálogos prolijos que no repercuten en los intereses ideológicos que ya se conocen de la filósofa. Ilumina los gestos parcos o extremadamente expresivos de los comparsas exiliados o neoyorquinos de hueso colorado, con planos abiertos y en movimiento que capturan el ambiente romántico intelectual de la Gran Manzana cuando gozaba de prestigio entre los eruditos de la postguerra.

Por supuesto, destaca en este periplo narrativo la fotografía cálida y luminosa de Caroline Champetier (Holy Motors, 2012). El vestuario propio y moderno de la época tampoco se queda atrás: pantalones cortos entubados, faldas largas de lápiz, cabello corto y esponjado, tonos beiges, azules y rosas pastel, zapatos con tacón bajo. Y para suavizar el oído, las tenues melodías de André Mergenthaler aparecen en los momentos más álgidos: durante el juicio, durante su disertación ante sus alumnos, colegas y amigos después de la publicación de los artículos.

Barbara Sukowa construye una Arendt madura, de voz firme y rígida que infunde respeto a quienes la escuchan. No soberbia, sí imperturbable en sus razonamientos. Como si su lenguaje se afincara no en creencias, sino en una lógica de piedra. Vital y entusiasta al defender sus ideas en el aula y en las fiestas con sus amigos y colegas, pero intransigente con los excesos de las pasiones fanáticas. Amorosa y cálida con su esposo (Axel Milberg), lejos de los complejos de las féminas de su época. Vemos a una mujer que convive con las secuelas de la guerra de su pasado y su relación ideológica y personal con Martin Heidegger, y ahora con el desprecio y rechazo de sus amigos. Sukowa se mimetiza en Arendt en sus modales y pensamientos. Su interpretación convence por la seguridad y pasión que emana, atemperadas por sus fundamentos racionales. Los planos medios la capturan tumbada en el sofá con su habitual cigarro encendido entre los dedos. Sin certezas: solo preguntas, dudas y términos para formularlas y abatir las convicciones erróneas. Como la buena y amorosa estudiante que se carteaba con Martin Heidegger, cuando descubrió que el pensamiento, ese lugar intenso, íntimo y universal, que sirve como verdadero lugar de encuentro para los espíritus que aún buscan la nobleza en el mundo.

 

 
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