Cassandra Thomas (Carey Mulligan), conocida como Cassie, era una joven prometedora hasta que un trágico evento que involucró a su mejor amiga, Nina, en la escuela de medicina, la orilló a abandonar sus estudios y regresar al hogar de su infancia con un futuro incierto. Ahora, en el umbral de los treinta años, Cassie pasa sus días trabajando en una cafetería con su amiga Gail (Laverne Cox), decepcionando a sus padres (Jennifer Coolidge y Clancy Brown), quienes quieren que se mude de su casa y reanude su vida. Pero la mujer tiene un secreto que oculta a todo el mundo, incluidos sus compañeros de trabajo y sus padres. Por la noche sale de casa, va sola a los bares y finge estar borracha. Es guapa, por supuesto, e inevitablemente atrae la atención de algún hombre que dice ser un caballero, que finge ser un buen tipo que ayuda a una chica en apuros, dispuesto a llevarla a casa para que esté a salvo. Pero casi siempre termina llevándola a su departamento para abusar sexualmente. En ese momento es cuando se revela la forma de operar de Cassie: deja de fingir que está borracha y le restriega en la cara lo abominable y espeluznante que resulta su forma de aprovecharse de una mujer.
En Hermosa venganza (Promising Young Woman, 2020), su debut como directora, la actriz Emerald Fennell recupera algunos tropos de la tendencia “rape & revenge” (violación y venganza), un subgénero del cine de terror y acción que se desarrolló a partir de la década de 1970 en Estados Unidos y posteriormente en Francia, que básicamente estructura la narrativa en tres actos (violencia, supervivencia-rehabilitación de la víctima y venganza) para lanzar alegorías contundentes sobre los cambios históricos, culturales y sociales de la posmodernidad. Incluso, el subgénero se difundió en un período de luchas feministas y del Movimiento de Liberación de las Mujeres. La violación, por tanto, se convierte en la síntesis de toda la violencia y el abuso patriarcal que las mujeres han padecido. Tras las humillaciones y opresiones, la mujer renace como una figura vengativa, una especie de Erinia moderna y despiadada, dispuesta a recuperar lo que le fue robado. En este sentido, como Cassandra, una mujer que todavía sufre las secuelas de la agresión sexual, Mulligan encarna de manera comprometida la justa ira, el cinismo y la tristeza generalizada que sentiría cualquier víctima (o persona cercana a la víctima). Aunque la cafetería y la casa de sus padres -como los espacios que habita la protagonista- resaltan por el brillo y la luminosidad de las tonalidades pastel, conforme avanzan los planes de la mujer (perfectamente estructurados y anotados en una libreta), la dureza y el filo de su maquillaje se vuelven más prominentes con tonalidades más atrevidas como el escarlata de los labios.
No obstante, Fennell opta por estremecer conciencias mediante los diálogos. Incluso, más que confrontaciones verbales, la tibieza del guion se refleja en las palabras aleccionadoras de Cassie, quien, cuando se encuentra frente a los depredadores sexuales dispuestos a abusar de ella, les lanza una serie de discursos sobre los malsanos comportamientos masculinos, les escupe sus oscuros historiales, los regaña de manera belicosa y ellos inmediatamente se tornan inseguros, tímidos y arrepentidos. ¿Acaso la diatriba y la predicación son herramientas suficientes para aleccionar a los abusadores? Aunque el relato oscila de manera hábil e ingeniosa entre la comedia oscura y el thriller con connotaciones morales, Fennell no logra sostener los ritmos de su película. El tema es sórdido y el contexto es angustiante, pero la actitud desenfadada con la que se mueve Cassie no transmite la exasperación y la impaciencia de vivir en un ambiente hostil, abusador, opresor y cómplice; la ironía perversa con la que se desenvuelve el personaje de Mulligan nunca logra romper la delgada cresta entre la necesidad de justicia y la ejecución de una violenta venganza como catarsis efectiva. Estamos ante una película que quiere hacer justicia. Cassie busca restablecer el equilibrio en una sociedad donde la mujer sigue relegada a un rincón, a la tarea de madre, esposa o simplemente un trozo de carne para ser admirada. En ese sentido, Hermosa venganza es un filme que anhela lanzar una luz siniestra sobre todo el andamio en el que descansan nuestros frágiles equilibrios sociales, nuestras toscas complicidades en un sistema patriarcal, para cuestionar el machismo, el arribismo, la hipocresía, la falsa respetabilidad, la indiferencia ante el abuso, la postura criminal masculina, pero todo queda en una promesa de venganza brutal que nunca estalla, que nunca explota como en apariencia presume. Si bien es cierto que quizá está decisión de Fennell responde a las condiciones atroces de una sociedad patriarcal en la que ni siquiera se puede cumplir la fantasía femenina de la venganza contra el agresor, el acto final -aunque las pistas están cuidadosamente calibradas- es de una banalización tremenda al proponer el martirio y el sacrificio de la mujer como solución.