Por Enrique Sánchez (@RikyTravolta)
Desde hace unos años existe una sequía de ideas que ha impulsado a las productoras de cine a apostar por la seguridad de lo conocido. Si uno ve la cartelera de hoy en día, seguramente reconocerá la mitad de los títulos, que bien pueden pertenecer a novelas, cómics, videojuegos, series de televisión y remakes de películas viejas o extranjeras. Está bien retomar ideas e incluso reconstruirlas; lo que no está bien es repetir la idea sin aportar nada nuevo. Desafortunadamente, éste es el caso de Inframundo: El despertar, una película que ha sabido aprovechar muy bien la fama de sus predecesoras para no esforzarse por construir algo nuevo.
La saga de Inframundo comenzó en 2003, justo en la época en que la franquicia de The Matrix se encontraba revolucionando los efectos especiales de las películas de acción y, sobre todo, las escenas de pelea. La saga de Inframundo le debe mucho al mundo creado por los hermanos Wachowski, y esto se percibe en el tráiler de la primera parte de Inframundo, el cual vimos durante casi un año antes de que la película se estrenara en el cine. Esto, aunado a la fama de los juegos de rol que compartían escenarios y personajes casi idénticos a los de Inframundo (como Vampire: The Masquerade, con el cual hubo una disputa legal por estas mismas razones), hizo que ésta fuera una de las películas más esperadas por los fans del terror y la ciencia ficción. Todas las partes de Inframundo han tenido éxito en la taquilla, pero todas han recibido, por lo general, malas críticas, y la última parte no será la excepción.
Inframundo: El despertar, es una película que recorre de manera torpe el camino trazado por las primeras partes, hasta el punto en que parece una recopilación de escenas eliminadas de las primeras entregas. El tema es simple y parece estar de moda tanto en la tele como en el cine: la eterna y milenaria lucha entre vampiros y lycans (eufemismo hip para “hombres lobo”). Los vampiros son elegantes, se visten mejor y son los estelares; los lycans, por su parte, parecen adictos a los esteroides, tienen barba y les gusta romper su ropa. Hay humanos, sí, pero solo sirven para demostrar la fragilidad de sus cuerpos, que tanto lycans como vampiros destrozan de muchas formas a lo largo de la película, aunque ninguna de ellas demuestra algún signo de creatividad por parte de Måns Mårlind o Björn Stein, los directores de esta innecesaria cinta.
La heroína es nuevamente Selene (Beckinsale), una fría y cruel vampira que parece odiar a todos por igual, sin importar que sean humanos, lycans o, incluso, vampiros como ella. Los humanos han comenzado una matanza contra estas especies sobrenaturales, y Selene y su novio Michael (quien es, irónicamente, humano, lycan y vampiro, todo al mismo tiempo) son atrapados en un laboratorio durante la cacería. Luego de 12 años encerrada, Selene escapa y se encuentra con Eve (Eisley), una híbrida que guarda un oscuro pasado, y con David, un vampiro que le ayudará a pelear contra los lycans y su plan de convertirse en la raza superior del planeta.
Si te suena conocido, seguramente es porque ya viste las primeras partes de la saga. Selene sigue siendo la heroína fría con la que difícilmente alguien se podría identificar. Incluso la pequeña Eve (cuyo único propósito en la película es el de sacar el lado humano de Selene) expresa la incomodidad que siente cerca de alguien con un corazón de hielo. “No, es que tengo el corazón roto”, dice Selene, aunque su personaje ha permanecido tan estático desde la primera entrega que en realidad me es imposible saber en qué momento se le rompió.
El primer acto está lleno de sangre, vísceras, aullidos, balazos y vidrios rotos; muchos, muchos vidrios rotos (al parecer, la única cosa que los vampiros odian más que a los lycans, es un vidrio que no está roto). Cada uno de estos elementos viene acompañado de un ruido ensordecedor distintivo, y, cuando todos se combinan, es tan satisfactorio como limpiarse la cera de los oídos con una aguja caliente. No le veo caso a poner a dos razas que superan en fuerza y agilidad a los humanos a pelear entre sí con pistolas y metralletas. Tampoco le veo caso al hecho de que esta película haya utilizado la mejor tecnología en 3D, pues la tercera dimensión empeora el caos visual de las escenas iniciales, que suceden en lugares tan oscuros y con tomas tan rápidas que uno puede suponer que los personajes en pantalla están muriendo solo porque se escucha sin cesar cómo perforan su piel y crujen sus huesos. Esta sinfonía del horror inicial dura al menos media hora; luego llega un momento de calma que los nuevos personajes (o sea, todos menos Selene) aprovechan para presentarse y explicar un conflicto que ya hemos visto antes: los lycans y sus experimentos genéticos que ponen en peligro a los vampiros. Por desgracia, en medio del concilio llega una horda de lycans, justo a tiempo para reanudar la matanza hasta el momento en que aparecen los créditos.
Inframundo: El despertar es una película para quienes vieron la primera parte y volvieron por las dos secuelas. Si de verdad es necesario ver esta película, mi sugerencia es evitar el 3D. El propósito principal de esta tecnología es transportar al espectador al mundo que ve en la pantalla, pero no sé por qué alguien querría experimentar un mundo tan mal construido (en verdad, un inframundo). Si, por otro lado, te gusta la sangre, los personajes planos, Kate Beckinsale con ropa de cuero, y, sobre todo, si te gusta ver cómo se rompen los vidrios, entonces no te debes perder Inframundo: El despertar.
Enero 27, 2012