Interestelar: Un western que se extiende en el tiempo hasta morir
Los amantes y creadores de la ciencia ficción han estado siempre muy atentos al panorama decadente de nuestra civilización, al colapso de la raza humana que de muchas maneras podría llevarse consigo gran parte de la vida terrestre, si no es que el planeta entero. Problemas de hambre, contaminación, sobrepoblación y guerras, y, en medio de todo, personas que tratan de tener un trabajo, una familia, un pasatiempo, una vida normal (piensen en la novela de Cormac McCarthy, The Road, en la angustiante posición de un padre que trata de hacer que su hijo valore la vida y los tesoros de la infancia, en un mundo abandonado, sombrío y hostil, lleno de caníbales, ladrones y asesinos). Es una labor difícil la de crear una buena historia de ciencia ficción que nunca deje de ser también la historia de personas reales, en mundos verosímiles. Christopher Nolan apunta muy alto con su nuevo filme, y el resultado es sorprendente a nivel visual; el cineasta británico ha mencionado en varias ocasiones la influencia de 2001: Odisea del espacio (1968) y, para ser justos, en Interstellar hay más de una escena en donde podemos ver un tributo que podría parecer digno, a la obra magistral de Kubrick. Pero también es evidente que al director aún le cuesta trabajo maniobrar con cuestiones filosóficas importantes dentro del fastuoso espectáculo que son sus películas.
El apocalipsis de Nolan sucede de una manera lenta y perturbadora: la civilización se está derrumbando debido a la hambruna global, por una bacteria que ha acabado con las cosechas, excepto con el maíz, que de cualquier forma desaparecerá en unos años. La NASA ya no existe, y el trabajo de los agricultores es mucho más importante -mejor dicho, más valorado- que el de los ingenieros. Varios críticos de cine han hecho la inevitable comparación de esta cinta con Gravity (2013), pero ante este planteamiento inicial que trata de establecer de manera realista la condena de nuestra especie, yo no pude dejar de pensar más bien en aquél otro gran trabajo de Cuarón, Children of Men (2006). Nuestro héroe, Cooper (Mathew McConaughey), es un ingeniero, exempleado de la NASA, que ante la situación mundial se ha visto forzado a trabajar como agricultor, y tiene dos hijos que representan su ambivalente condición psíquica (y, quizá, también la de Nolan): Tom, el hijo mayor, aferrado a la vida mundana de la granja, y Murph, una niña inquieta y demasiado inteligente para su edad que está siempre en busca de respuestas. Es con ayuda de Murph que Cooper encuentra las instalaciones de la NASA (o lo que queda de ella) en donde trabaja un viejo conocido suyo, el profesor Brand (Michael Caine), quien lo recluta para explorar otro sistema y encontrar un planeta en el que la especie humana pueda sobrevivir.
Aunque se omitan explicaciones (como porqué Cooper no requiere de entrenamiento para viajar al espacio en esa precisa misión), todas las piezas parecen estar en su lugar. Como en varias de las cintas de Nolan, el reparto es casi impecable: Matthew McConaughey se encuentra en la cima de su carrera, con una racha que empezó en el 2012 con su participación en los filmes Killer Joe, Mud y Magic Mike, seguida de la cinta del 2013 que le valió el Oscar a Mejor Actor, Dallas Buyer’s Club, y con su aclamada actuación en la serie de HBO, True Detective. El personaje de Cooper difícilmente llegará a formar parte de esta racha. McConaughey es el vaquero del espacio perfecto, pero por más agradable que sea su presencia en pantalla, y por más listo que suene hablando de relatividad en voz alta, es bastante plana su transición de agricultor a astronauta, y siempre está latente la amenaza de verlo caer en un numerito del tipo Bruce Willis/Liv Tyler en Armageddon (1998). Michael Caine colabora con el director por sexta ocasión, en un papel secundario que muy probablemente haya sido escrito específicamente para él: también aquí es un consejero y guía espiritual, de la misma manera que hizo en los cinco filmes anteriores de Nolan en los que participó (y, curiosamente, como aparece también en Children of Men). Anne Hathaway regresa luego de haber ganado un Oscar y de haberse familiarizado con el trabajo de Nolan en The Dark Knight Rises (2012), nuevamente en el papel femenino principal, interpretando a la hija del profesor Brand, la compañera de viaje de Cooper, quien -al igual que Selina Kyle con Bruce Wayne- a veces resulta ser también su principal opositora. Por si fuera poco, hacia la mitad de la película sucede una especie de desajuste en la estructura del tiempo y espacio (que muchos de los personajes tratarán de explicar de manera reiterada), y esto provoca la aparición de más actores de renombre. Jessica Chastain, interpreta una vez más -la primera fue en Zero Dark Thirty (2012)- a una mujer aguerrida y capaz, que se mueve frenéticamente por todos lados mientras hace descubrimientos, y a ratos llega a opacar incluso a Hathaway. Una nueva alteración en el tiempo hace que otra ganadora del Oscar, Ellen Burstyn, haga su aparición fugaz para darle fin al melodrama en la última parte de la película. También está la participación secreta de un actor famoso cuyo nombre no aparece en ninguno de los avances ni en los créditos, por lo que quizás será mejor no decir su nombre. Siguiendo la tradición impuesta por Kubrick en 2001, no podía faltar, por supuesto, una inteligencia artificial, un elemento que muchas películas de ciencia ficción han utilizado, por lo regular con cierto éxito -desde HAL 9000 en 2001 hasta GERTY en Moon (2009), pasando por los androides de la saga de Alien-. En este caso, hay dos de ellas, con distintas personalidades: el altanero TARS (Bill Irwin) y el reservado CASE (Josh Stewart), dos robots auxiliares que parecen barras de chocolate gigantes, y que resultan más agradables que los mismos humanos.
Wally Pfister, el director de fotografía recurrente de Nolan, no participó en el filme debido a que este año estrenó su debut como director cinematográfico, Transcendence, y su lugar fue ocupado por Hoyte van Hoytema (Déjame entrar, 2008; Tinker Tailor Soldier Spy, 2011; Her, 2013), quien luego de este festín visual podría llegar a convertirse en el favorito de Nolan. Hoyos negros en el horizonte, un planeta con la superficie congelada, otro asolado por tsunamis, tormentas de polvo, naves a la deriva en el espacio, la representación de dimensiones extrañas, en nuestra propia dimensión; es difícil saber dónde termina la labor del director y comienza la del cinematógrafo, pero nadie puede dudar que ambos hicieron lo necesario para provocar asombro. Otra vez, las piezas están en su lugar, pero conforme avanza la trama, es claro que no hay suficiente espacio en el tablero para moverlas.
De las casi tres horas que dura esta película, la primera se desarrolla en la Tierra. A primera vista, pareciera que Nolan está trabajando con las expectativas de la gente, de la misma forma en que suele suceder con los avances (los primeros trailers de Interstellar, por ejemplo, no muestran escenas del espacio), pero en realidad se está concentrando en las interacciones entre sus personajes. El problema es que luego de comenzar el viaje y desvelar el semblante épico que le da nombre y atractivo a esta película, los humanos y sus relaciones van perdiendo peso ante los acontecimientos que se desarrollan frente a ellos, y esto es contraproducente para la película, pues evidentemente no es la intención del director que sus personajes se vean menoscabados ante la grandiosidad técnica del filme, que todo aquello que el director se esforzó por construir en un principio a nivel narrativo vaya perdiendo peso, hasta culminar en un tercer acto que es bastante inferior al segundo. En defensa de Nolan, es interesante un conflicto común en los protagonistas: la idea de que estas personas (hombres y mujeres dedicados a la ciencia que se esfuerzan por comportarse y razonar de manera objetiva y pragmática) nunca pueden cortar por completo sus lazos afectivos hacia un solo individuo, por más que quieran y se recuerden entre ellos la necesidad de pensar y actuar como representantes de la raza humana, y no como individuos. En la inmensidad del espacio, están atrapados entre la trascendencia y la banalidad.
La tensión más poderosa de esta película no se debe a ninguna explosión ni desastre (que sí los hay en ciertas cantidades), sino a la posibilidad de que el abismo espacial y temporal que hay entre los héroes y sus seres queridos se haga cada vez más grande. Sabemos por lógica y por testimonios de personas como Chris Hadfield -probablemente el astronauta más famoso de la actualidad, debido a la interacción que mantuvo desde el espacio con las personas en el planeta mediante el uso de redes sociales- que los astronautas tienen temple de acero, que saben actuar de manera inteligente y rápida, y que siempre hacen lo que sea necesario en cada momento. También saben muy bien que allá arriba sus vidas corren peligro. Lo aterrador de la situación de Cooper y su tripulación no es tanto el riesgo de morir, sino la posibilidad de que el hoyo negro al que llaman Gargantúa los haga sufrir una alteración temporal; de esta manera, los exploradores no solo podrían terminar separados de sus seres queridos por la distancia, sino también por el tiempo, y en ese sentido, no hay vuelta atrás (al menos no en un sentido convencional, como al final lo demuestra Cooper). Y, sin embargo, este intrincado esquema emocional no es suficiente para mantener de principio a fin nuestro interés en los exploradores.
Nolan es un gran arquitecto de mundos, pero al igual que Ariadne -el personaje de Ellen Page en Inception (2010)-, sus grandiosas estructuras se ven comprometidas por sus mismos habitantes. Se ven comprometidas, en este caso en particular, por el didacticismo descarado de sus protagonistas, que todo el tiempo están recordándonos en voz alta los temas centrales de la película, así como la moraleja de la historia. Algo que se nos viene reiterando desde los avances: que la extinción de la raza humana será causada por nuestra propia negligencia; que somos pioneros por naturaleza y, por lo tanto, debemos buscar la salvación en otro planeta; que para evitar la desaparición de la humanidad, los tripulantes deben sacrificar esto y lo otro; que sacrificar esto y lo otro es algo entristecedor; que la razón es nuestra arma más poderosa, pero que en casos extremos el amor lo puede todo. No creo que el remedio tenga que ser un silencio casi permanente como el de 2001 -una película que dura un poco menos que Interstellar, y que solo tiene 40 minutos de diálogo-, pero sí hace falta discreción. Es precisamente esta carencia la que puede llevar a muchos a adivinar desde un principio el final de la película, que tiene un giro no tan inesperado.
A pesar de todo, Interstellar sí es el suceso que el público en general espera, por lo menos en el aspecto técnico. En apariencia, la película representa una oposición a Inception, en el sentido en que una se desarrolla dentro de la mente de los personajes, y la otra fuera de ellos, más allá de los límites de su existencia. En ambas, no obstante, la complejidad psicológica al final se ve opacada de manera inevitable por la forma acaparadora y sugestiva que Nolan ha pulido durante los últimos años. Hasta el momento, sus personajes más complejos e interesantes siguen siendo los protagonistas de sus dos primeros largometrajes, Following (1998) y Memento (2000); él se ha concentrado más bien en perfeccionar una fórmula en la que predomina el formato IMAX, sin abusar del CGI, y sin incursionar en el formato digital ni el 3D; una fórmula que incluye también la fructífera colaboración del compositor Hans Zimmer, de su hermano Jonathan en el guión, y de su esposa Emma Thomas en la producción. Todo esto ha cambiado tanto sus orígenes como su técnica, al grado de que hace catorce años hubiera sido imposible imaginar que el director de Memento terminaría por dirigir una cinta de estas proporciones. Al igual que Frankenstein, Interstellar es el fenómeno que podría representar el gran triunfo de su creador, o su gran fracaso (ya lo decidirá él mismo), pero es un fenómeno que vale la penar ver en la pantalla más grande que podamos encontrar.
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