Asumiendo que, para mucha gente, uno de los grandes atractivos de esta cinta es la aparición de Daniel Radcliffe sin la cicatriz de Harry Potter, empecemos por ahí. El desempeño del joven actor que por primera vez se aleja del papel que lo hizo famoso, funciona en esta cinta tanto como en aquella saga. La cuestión es que no es un papel muy diferente y por lo tanto aún no tenemos la oportunidad de descubrir si Radcliffe es o no un intérprete versátil. Aunque en lugar de un niño/adolescente aquí reinterpreta a un adulto joven, también, como en la saga, es un poco tímido y, sobre todo, excesivamente valiente. El escenario se ubica en la época victoriana inglesa, que es probablemente uno de los periodos que inspiraron ese mundo mágico de Potter. Así que Radcliffe no nos decepciona, pero por ir a lo seguro se queda como un boxeador amateur al que prueban con un rival menor sin que esto signifique que no tenga capacidades para un reto más grande.
Arthur Kipps (Radcliffe) es un joven viudo que para conservar su trabajo de abogado se ve obligado a dejar a su hijo con una niñera y dirigirse a un pueblo para solucionar el papeleo legal de una vieja casona. Al llegar, la gente lo recibe con hostilidad y no quiere tener ningún contacto con él. Daily (Hinds), su compañero de gabinete en el tren que lo llevó hasta el pueblo, es el único dispuesto a hablarle y, con su ayuda, Arthur irá comprendiendo el comportamiento del resto de la gente: La casa que debe visitar está habitada por el espíritu de una mujer que, cuando es vista, irrumpe en la de por sí desequilibrada tranquilidad de las familias que habitan el pueblo.
La atmósfera oscura y turbia se logra excelentemente gracias a los escenarios que incluyen un gran lago, una carretera desolada, una vieja estación de tren y, sobre todo, la casona principal que tiene un halo clásico del gótico sustentado por su ubicación pero, sobre todo, por su decadencia y el lugar central que ocupa en la historia. El espacio lleno de niebla y los vestuarios también remiten tajantemente a la segunda mitad del siglo XIX y complementan la atmósfera. Incluso se desarrolla, entre Daily y la demás gente del pueblo, una diferencia de opiniones acerca de la superstición. La ayuda que Arthur recibe de Daily está impulsada por su intención de mostrarse como alguien progresista que ya ha superado esas creencias mientras los demás podrían ser cazadores de las brujas de Salem.
Existen distintas formas en las que algunas películas nos dan miedo, están las que desarrollan el suspenso para crear ansiedad en el espectador, también hay algunas que muestran una visión perturbadora de la condición humana dejándonos un duradero mal sabor de boca y, finalmente, están las que utilizan ciertas formulas para hacernos brincar en nuestros asientos con algún corte repentino que nos sorprende. Claro que asusta ver una cara deforme y escuchar un grito chillón repentinamente, pero no porque perturbe, sino porque sorprende. La dama de negro forma parte de este último caso. Su humor misterioso está bien logrado a pesar de recurrir a los viejos métodos: piso crujiente, juguetes circenses que se activan de la nada, mecedoras que se mecen solas, música coral y de violines, dos notas que se intercalan por periodos de diez segundos, etcétera. La sensación que queda es la de haber sido víctima de trucos ya conocidos.
Podemos agradecerle al final de esta cinta el hecho de que no sea completamente predecible aunque en general podemos ir deduciendo, con bastante anticipación, las respuestas a las interrogantes que la película plantea. La dama de negro cumple con sus objetivos principales (sorprendernos con sustos, transportarnos al pasado, elaborar un misterio y recuperar elementos del cine terror que algunos llamarían clásico) y aun así no hace más que sumarse a una lista de otras que logran lo mismo sin destacar con alguna particularidad.