Reseña, crítica La demora - ENFILME.COM
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FICHA TÉCNICA
La demora
La demora
 
Uruguay / México / Francia
2012
 
Director:
Rodrigo Plá
 
Con:
Roxana Blanco, Carlos Vallarino, Oscar Pernas
 
Guión:
Laura Santullo
 
Fotografía:
María Secco
 
Edición:
Miguel Schverdfinger Duración:
84 min.
 

 
La demora
Publicado el 13 - May - 2013
 
 
Rodrigo Plá cuestiona la exigencia de los roles de una mujer en el marco de una familia: como madre soltera y como hija, cuidadora única de un padre enfermo. - ENFILME.COM
 

Por Verónica Sánchez (@SofiaSanmarin)

Spoiler alert: Esta reseña revela vuelcos importantes de la trama.

La demora (2011), del director Rodrigo Plá –uruguayo de nacimiento y mexicano de formación–, está filmada como si el espectador fuera un testigo incómodo de la vida. No hay en este filme una voluntad de juzgar a los personajes, sólo de situarlos en sus circunstancias y las realidades que construyen con ellas. Los protagonistas aparecen enfrentados a dilemas éticos en los que la cámara actúa como un voyeur.

María (Blanco) es madre soltera, mantiene a su familia con un trabajo precario como costurera para una maquiladora desde su casa, sin derechos de sindicato, y además cuida y lidia con sus tres hijos pequeños y su padre Agustín (Vallarino), quien tiene severos problemas de memoria a corto plazo –pero que recuerda con entusiasmo anécdotas de su infancia y juventud–, y otras limitantes propias de la senectud. Rodrigo Plá sitúa la trama de este largometraje –el tercero de su carrera– en su país natal, Uruguay, aunque con un tema común a México: el drama de las clases intermedias que viven de la economía informal o que dependen de condiciones de trabajo precarias, instaladas entre la parte más baja de la clase media y los pobres.

El relato cinematográfico es una adaptación de un cuento homónimo de la escritora Laura Santullo, pareja y fiel colaboradora del cineasta, autora también del cuento en el que se inspira el primer largometraje de Plá. En éste, La zona(2007), hace una crítica severa a la diferencia de clases. La lucha de clases en La zona se vale de una comunidad rica como una tribu que se asume digna de hacer justicia por su propia mano, con muros, puertas, rejas y fronteras geográficas bien definidas entre un pueblo y una zona residencial. En Desierto adentro (2008), dentro del contexto de la guerra cristera, están el desarraigo y la soledad de una familia, el acendrado sentimiento de culpa, el destino y el irrenunciable anhelo de expiación, pero también la fascinación y ceguera ideológico-religiosa, como una crítica contundente a estos aspectos casi inherentes a la mexicaneidad. La demora se encuentra menos interesada en evidenciar la diferencia entre ricos y pobres; hace una crítica al socialismo centrándose en personajes citadinos, hijos de una clase media que desfallece y se diluye ante los nuevos problemas que enfrentan los hogares. Una temática eje para todas sus líneas argumentales.

De ahí que María sufra las inclemencias a las que se condiciona a la clase trabajadora anclada en un limbo que el Estado no puede resolver, mientras Agustín lucha por sobreponerse a la humillación gradual de una muerte lenta, cortesía de una demencia senil. Ella está agobiada y ya no puede hacerse cargo de su padre. Mientras que él se siente una molestia, pues aún tiene conciencia de que está perdiendo la memoria. María ha buscado la ayuda de las autoridades pero éstas se niegan a darle algún tipo de subsidio que solo está destinado a los más pobres, a los que están casi en calidad de indigencia. Tampoco aceptan al anciano en uno de los asilos gubernamentales, pues su sueldo, aunque no le rinde para cubrir sus gastos diarios, es demasiado alto para estos casos. Los hermanos de María se desentienden y tampoco quieren hacerse cargo de él. Agustín, sencillamente, clama un orgullo y olvida a cada instante que no está en condiciones de esperar nada de su cuerpo. Hay una profunda vergüenza en sus ojos, en los gestos del personaje, espléndidamente interpretado por el no actor Vallarino. Una diligencia cotidiana lo cambiará todo. La conciencia de ambos tendrá un punto sin retorno durante esa caminata decisiva; podría pensarse, incluso, que es un acto tan espontáneo como comer o dormir. Porque abrumada, en un arranque de desesperación, María abandona, sin premeditación pero sí con oportunismo, a Agustín en un parque.

Sentado en un banco, el padre espera el regreso de su hija. El tiempo pasa y ella no vuelve. Él ni siquiera sabe regresar a casa, no recuerda su dirección –unas horas antes su hija se quedó con su identificación, por lo que pedir ayuda es inútil–. El anciano llama la atención de los vecinos quienes le insisten que la espere en alguno de los departamentos cercanos, pero él se niega a moverse pues está seguro del regreso de su hija. La noche llega y el abuelo continúa sentado. Tirita, tiene frío, se mea encima. El viejo, incapaz de concebir el abandono, solo piensa que algo le sucedió a su hija o a sus nietos.

El acto irracional de abandonar a su padre tendrá después repercusiones en la conciencia de María. Comenzará a darse cuenta de las dimensiones de lo que hizo, lo que la lanzará a una desesperanzada peregrinación por los centros de resguardo de Montevideo en busca del viejo a medianoche. Mientras él, al abrigo de un muro, tumbado y medio muerto por el frío, sigue a la espera en el mismo lugar. Una paradoja: ambos suponen del otro la miseria y la desgracia que no es, lo que confunde a la búsqueda de María en su afán de encontrarlo, y a él le impide moverse de su sitio. El reencuentro está vedado por la imaginación: él cree que ella tiene un problema: ella, que él se dejará atender por otros, que aceptará la ayuda que ella implora le brinden las instituciones públicas.

Desde la primera escena en la que vemos a María bañar a su padre, Rodrigo Plá da cuenta de la ansiedad y hastío de este personaje, tan mamá y tan hija como las responsabilidades de ambos papeles se lo permiten. Toda esta primera secuencia contribuye a colocar a los protagonistas en espacios donde ambos se sienten oprimidos y enclaustrados. De hecho, la casa es un espacio cargado de elementos apilados, amontonados unos sobre otros. Esa apretura del espacio físico da cuenta de la ansiedad que existe en el interior de María y de las pocas salidas que la vida le ofrece.

La posición de la cámara de Plá acentúa la atmósfera de ahogo y, al mismo tiempo, extrae todo el potencial narrativo del movimiento de sus personajes en esos espacios cerrados. Estas imágenes dan cuenta de una realidad que incomoda y conmueve por pertenecer a una miseria más allá de las condiciones sociales: la decadencia como consecuencia natural del paso del tiempo y la imposibilidad de tolerarla sin ayuda.

Plá se aproxima al ser humano con la actitud de un científico que escudriña el cuerpo. Un cuerpo incapacitado en el caso del anciano, que en su incontinencia y poca movilidad acusa la cercanía de la muerte y lo insufrible de la degradación; un cuerpo tenso y cansado en el caso de María, donde el rostro delata su condición poco sana, poco individual, invadido por las necesidades de los otros. A la vez, retrata a los servicios gubernamentales como impotentes, insuficientes, estáticos en su fallecimiento como organismos que ayudan a la sociedad y a la vez, indiferentes por su falta de recursos. El personaje de María, apenas perturbable por el esfuerzo cotidiano, apenas con un atisbo de emoción cuando la desgracia y la indigencia de sus actos la despiertan al horror del que se ha vuelto partícipe. “Esa no soy yo”, dice hundida en la depresión y el ansia; pero ésa, lo estamos viendo, es otra versión de ella.

La demora no es una película de certidumbres: no hay una sola respuesta posible –al igual que en el arrebato de María, una bofetada que puntúa un momento clave y que inmediatamente es matizado por una eclosión de culpa. Una culpa que traza una elipse y devuelve un poco de cordura y amor al personaje en la forma de una búsqueda errática, quizá lo más cercano a la redención personal.

 
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