Reseña, crítica La gran apuesta - ENFILME.COM
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FICHA TÉCNICA
The Big Short
La gran apuesta
 
Estados Unidos
2015
 
Director:
Adam McKay
 
Con:
Ryan Gosling, Christian Bale, Steve Carell, Brad Pitt
 
Guión:
Adam McKay, Charles Randolph
 
Fotografía:
Barry Ackroyd
 
Edición:
Hank Corwin
 
Música
Nicholas Britell
 
Duración:
130 min.
 

 
La gran apuesta
Publicado el 12 - Ene - 2016
 
 
  • Reseña: Los originales recursos didácticos y rompimientos que emplea el director, Adam McKay, en 'La gran apuesta', dotan al filme de originalidad y ritmo. McKay, como Martin Scorsese en The Wolf of Wall Street (2013), demuestra que el humor puede ser un filoso bisturí que permite sumergirse con precisión en el complejo contexto del mundo financiero.  - ENFILME.COM
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Por Luis Fernando Galván y Sofía Ochoa Rodríguez

La gran apuesta (The Big Short, 2015), el más reciente filme de Adam McKay (Anchorman, 2004; Step Brothers, 2008) basado en el libro The Big Short: Inside the Doomsday Machine de Michael Lewis, es una comedia de humor negro que retrata cómo un puñado de personas se beneficiaron económicamente al darse cuenta de que el cinismo, la irresponsabilidad y la deshonestidad de los banqueros estadounidenses estaba conduciendo a la peor crisis económica de la historia, incluso mayor que la Gran Depresión de 1929. El guión, escrito por McKay junto con Charles Randolph (The Interpreter, 2005; Love & Other Drugs, 2010), se estructura a partir de tres historias paralelas sobre la crisis financiera sufrida en Estados Unidos que comenzó en 2007 y se extendió hasta 2010, teniendo como el punto de mayor tensión el 15 de septiembre de 2008, cuando el banco de inversión, Lehman Brothers, se declaró en quiebra.

Un narrador poco fiable llamado Jared Vennett (Ryan Gosling), que en varias ocasiones rompe la cuarta pared para dirigirse al espectador, nos conduce por el intrincado mundo de las finanzas. De vez en cuando, otros personajes adoptan la misma posición de Venett para distinguir cuáles son los sucesos que esencialmente están basados en hechos reales, cuáles son dispositivos convenientemente trazados por el director para despertar interés en la audiencia, para explicar algún tecnicismo o para señalar algo evidente para el espectador pero que en ese momento de la historia no lo fue para el mundo.

Michael Burry (Christian Bale) es el administrador de fondos de cobertura de Scion Capital. Dedicado a leer e interpretar números, él pronto se percata que el proceso especulativo del mercado inmobiliario de Estados Unidos –los préstamos otorgados a personas que difícilmente podrán pagarlos– provocará una prolongada y anormal subida de intereses en las mensualidades de las viviendas, que impedirá que los deudores sigan pagando, y que eventualmente hará que las acciones inmobiliarias caigan hasta dejar a los bancos sin capital. Es decir, descubre que la llamada “burbuja económica” estallará en solo unos años, específicamente, en el primer trimestre del 2007. Christian Bale ofrece una de las mejores actuaciones de su carrera al interpretar a un brillante neurocirujano, aficionado al speed metal y socialmente torpe, que se convierte en el primero en identificar la fragilidad del mercado hipotecario, bajo las condiciones que él mismo se ha impuesto.

Por su parte, Vennett, un ambicioso, astuto y carismático empleado de  Deutsche Bank, se entera de las maniobras de Burry y, como inversionista, cree que él también puede sacar provecho del diagnóstico. Debido a una llamada telefónica, Mark Baum (Steve Carell), un pseudorrebelde harto de la corrupción en la industria financiera que siente rabia al ver cómo un sistema económico se aprovecha de la gente, decide, acompañado de sus colaboradores que trabajan bajo Morgan Stanley (entidad financiera que funciona como banco de inversiones y agente de bolsa), invertir en la propuesta de Vennett a pesar de no confiar plenamente en él. Además de la información de Burry, ellos hacen una investigación de campo que les permite ver lo fácil que es endeudarse con una o varias una propiedades, incluso sin presentar una identificación ante el banco.

En un tercer escenario aparecen Charlie Geller (John Magaro) y Jamie Shipley (Finn Wittrock), dos jóvenes entusiastas que buscan hacerse millonarios invirtiendo en la bolsa. Al enterarse de las movidas de Burry y Vennett, deciden llamarle a un viejo amigo llamado Ben Rickert (Brad Pitt), un retirado y desencantado banquero que posee los contactos suficientes para ayudar a que sus jóvenes amigos entren a la dinámica de la bolsa.

Todos estos personajes, al darse cuenta de que una catástrofe económica de épicas dimensiones se aproxima gracias a las deudas inmobiliarias de intereses variables que están acumulando los ciudadanos estadounidenses deciden apostar en contra de la posibilidad de pago de los deudores, y así enriquecerse a costa de lo que ni los propios bancos son capaces de ver: que los intereses se elevarán hasta colapsar a la banca. De ahí el título original del filme: “the big short” es un término empleado en Wall Street para “ir en corto”, comprando acciones que en un principio tienen muy alto costo pero que tendrán una altísima ganancia conforme otras acciones (las del mercado inmobiliario) caigan.

En este contexto, esto significaba, como lo señala el personaje de Brad Pitt, “apostar contra el sistema económico estadounidense”, esperando el colapso de la economía mundial. La jugada radica en que los protagonistas ganan mientras todo el mundo pierde (los bancos pierden liquidez y el valor de sus acciones; los ciudadanos comunes: empleos, casas, pensiones, ahorros, seguros). Esta acción podría colocar en un terreno moralmente pantanoso a los personajes principales. Sin embargo, el verdadero cinismo y crueldad radica en el modo de actuar de los banqueros y sus empleados. Cuando Burry acude a los grandes bancos de Wall Street, empezando por Goldman Sachs, para hacer “la gran apuesta” de millones de dólares en contra de los valores respaldados por las hipotecas, los banqueros se ríen de él. Ellos piensan que es una locura y aún así permiten que ejecute esa apuesta sin cuestionar, confiando que el dinero solo los enriquecerá aún más. Están totalmente cegados por la inercia de la avaricia. En todos los niveles –tanto en Wall Street como en la población estadounidense– permea una cultura de acumulamiento, que evita que siquiera puedan ver las consecuencias a mediano plazo de su manera de consumir. Más indignante aún es la manera en la que se construye el sistema de préstamos inmobiliarios, como un laberinto diseñado para seguir inflándose hasta reventar.

La gran apuesta no es la primera película que se centra en los fraudes y en las irresponsabilidades que llevaron, hace apenas unos años, a la economía mundial al borde del colapso, y cuyas consecuencias se siguen viendo en la miseria social y en la alienación política que se vive en Estados Unidos y en otros puntos del globo terráqueo. Inside Job (2010), el documental de Charles Ferguson, exploró las fallas regulatorias, intelectuales y éticas que llevaron a la crisis; J. C. Chandor en su drama Margin Call (2011) reconstruyó minuto a minuto el estallido de la burbuja hipotecaria en 2008; mientras que 99 Homes (2014), de Ramin Bahrani, mostró las consecuencias de la crisis al retratar a un hombre que busca recuperar la casa donde vivía con su familia. Aunque resulta difícil la tarea de contar una historia sobre los acontecimientos que condujeron a esta caída económica, La gran apuesta no sólo busca explicar la crisis financiera, sino también pretende desembrollar la jerga financiera que se encarga de complejizar maniobras que, dichas en lenguaje común, resultan absurdas, para cualquiera que tenga sentido común, y, al mismo tiempo, criminales. Para ello, el director recurre a las breves participaciones del chef Anthony Bourdain y del economista Richard H. Thaler, entre otros, quienes se convierten en amenos profesores que explican los puntos más finos y sutiles del camino de las finanzas que llevó directo a la crisis.

Adam McKay es astuto e inteligente para lanzar una sutil crítica contra la cultura machista que opera en el ámbito bursátil y en la industria de Hollywood, apoyándose de las breves y deslumbrantes apariciones en pantalla de Margot Robbie y Selena Gómez, quienes una vez que capturan al espectador con sensualidad y belleza, comienzan a explicar las permutas del riesgo crediticio, las obligaciones de deuda garantizadas, la seguridad de hipotecas y los préstamos autónomos. Incluso, hay una elegante metarreflexión hacia el quehacer cinematográfico hollywoodense; para muchos filmes de la industria hay mayores posibilidades de atraer al público adulto si, por ejemplo, hay una escena al interior de un club de striptease, así que McKay, desenfadadamente, incluye una escena en un centro nocturno con sensuales bailarinas, para, de manera osada y divertida, revelar una burla hacia él mismo y al sistema al que pertenece.

La película es muy entretenida e instructiva. Aunque se centra en explicar el colapso financiero y desarrolla poco a los personajes, los originales recursos didácticos y rompimientos que emplea, dotan al filme de originalidad y ritmo. McKay, como Martin Scorsese en The Wolf of Wall Street (2013), demuestra cómo la comedia puede ser una herramienta eficaz para contar una historia como ésta, siempre utilizando el humor como un filoso bisturí que permite sumergirse con precisión en el complejo contexto que retrata. También, el director se apoya en el notable y frenético trabajo de edición de Hank Corwin (Natural Born Killers, 1994; The Tree of Life, 2011) y en la fotografía de Barry Ackroyd (The Hurt Locker, 2008; Captain Phillips, 2013) para proponer un constante tránsito que va desde los centros de negocios hasta las salas de juntas, pasando por las agitadas calles de Manhattan, las desoladas regiones de Florida y los centros nocturnos de Las Vegas, con la intención de informarle al espectador sobre las causas subyacentes de la inestabilidad económica, pero haciéndolo con irreverencia y frescura, sin recurrir al complejo academicismo o al pedestal solemne del análisis económico. La abstracción de las ecuaciones matemáticas en el contexto de la economía puede generar confusiones; pero el guión es capaz de echar luz sobre el barullo de manera encantadora y además retratar con sarcasmo a personas que no tienen el buen sentido básico de leer lo que ocurre en sus áreas de trabajo, ignorando y menospreciando a aquellos que sí lograron vislumbrarlo.

Hay un epílogo en el que se resume el destino de todos los personajes involucrados, incluyendo los banqueros. Una vez que las luces de la sala se encienden, se respirará un sentimiento de injusticia: a pesar de que la población estadounidense pagó por el rescate económico, sólo un banquero, un chivo expiatorio, ni siquiera un pez gordo, fue a la cárcel. Como cachetada con guante blanco contra el espectador, la película nos hace darnos cuenta de cómo existen sucesos importantes que se originan y se desarrollan enfrente de nuestras narices, pero estamos demasiado distraídos en los chismes de las celebridades, preocupados por el número de seguidores en redes sociales y ensimismados en los nuevos smartphones, como para darnos cuenta e interesarnos en temas financieros y económicos que tienen un impacto directo en nuestras vidas. Después de ver La gran apuesta, uno dejará de ver como histéricos y exagerados a los que prefieren guardar sus ahorros debajo del colchón o esconder el dinero en efectivo en varias partes de la casa. La propuesta de McKay recurre al sarcasmo y la ironía para desentrañar el cinismo, la hipocresía y la corrupción de un sistema económico que rinde pleitesía a Wall Street, una entidad que vive, entre lujos e inmoralidad, del progresivo endeudamiento de la sociedad, de su ciega confianza y dependencia en un sistema que especula con su esfuerzo y trabajo, y que, conforme se engorda en cifras, hunde más y más a quienes lo sostienen, sabiendo que quienes al final asumirán el riesgo serán los que estén abajo.

 
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