¿Qué es un testamento sino una liga entre el pasado y el futuro? ¿Y la infancia? Cito al difunto: “Un cuchillo clavado en la garganta muy difícil de sacar”. Y para crecer hay que conocerse a uno mismo; conocer, incluso, las verdades que respiran bajo el peso del silencio de los muertos.
Al morir, Nawal Marwan (Azabal) deja en su testamento una tarea a sus mellizos: ella, Jeanne (Désormeaux-Poulin), debe entregar una carta a su padre; él, Simon (Gaudette), otra a su hermano. Con esto se enteran de que a) su padre no está muerto y b) tienen un hermano. Ella, matemática, quiere resolver la ecuación. Él, rebelde, quiere creer que no forma parte de esta. La película está armada en torno a esta búsqueda doble que resulta un clavado hacia una parte desconocida de la historia de su madre. Para empezar, deben viajar de Canadá a su tierra materna, Palestina, a conocer una lengua que no entienden pero que también les pertenece –La lengua es la patria, decía Cioran. Como héroes detrás del antídoto contra una maldición, la maldición de los genes, van de pista en pista descubriendo un pasado que no imaginaban pero soportaban.
Los espectadores descubrimos poco a poco su historia. Y la de la juventud de su madre que se intercala a la búsqueda. Y el horror que vivió Palestina en los setenta, que parece un trasfondo pero palpita en las venas de todos sus hijos y sus nietos. Su pequeña fórmula familiar, descubrimos, tiene proporciones nacionales –la película es Palestina– y divinas. La mujer que cantaba deviene tragedia de sangre. Esto es Shakespeare. Deviene también tragedia de destinos fatídicos producto del hado enfurecido de los dioses. Esto es Sófocles. Para salir del infierno primero hay que atravesarlo. Dante.
El director canadiense Denis Villeneuve sabe llevar con suma precisión, naturalidad y humildad, las proporciones colosales de sus protagonistas. Nada sobra, todo cosecha. El motivo de la alberca, por ejemplo, primero un lugar de recuerdos vacíos, a través de la repetición, adquiere forma de vientre materno. Ahí se gesta la vida; también ahí puede acabarse (womb/tomb es el tropo anglófono). En gran parte su solidez descansa en la belleza del guión que sabe encontrarle el dios a las pequeñas cosas incluso cuando el diablo se esconde entre los detalles. Basado en la obra del dramaturgo libanés naturalizado canadiense, Wajdi Mouawad, Villeneuve supo despojar de toda teatralidad la cohesión, la avidez y la belleza de las palabras, y dotarlas de cinematografía. Hay frases que resuenan durante toda la película. Hay imágenes que se clavan como cuchillos difíciles de sacar. Como el rostro envejecido y lastimado de la madre, un mapa de Palestina a Canadá.
Quizá lo más hermoso sea la humanidad, en su versión más ruin y más sublime, que encontramos en los personajes. Ninguno muestra consistencia para el bien, pero todos padecen la misma inconsistencia para el mal. No dejan de sorprenderse entre ellos porque se conocen de cerca. No pueden evitar el odio porque se aman profundamente.