La cámara de Salgado se acerca y revela la luz de la vida humana, con trágica intensidad o triste dulzura. Una mano se acerca, desde ninguna parte, y se ofrece, abierta, al minero que sube la cuesta aplastado por la carga. Esa mano se parece a la mano que toca al primer hombre, y tocándolo lo funda, en el célebre fresco de Miguel Ángel. El minero, que viaja a lo alto de la Sierra Pelada o el Gólgota, se apoya en una cruz y descansa.
Eduardo Galeano (q. e. p. d.)
Sebastião Salgado (1944, Aymorés, Minas Gerais) ha viajado con su cámara a los más terribles y hermosos rincones de nuestro planeta. (Lo terrible, por supuesto, fue obra y desgracia de la mano humana.) Desde los días en que era economista y tomó por primera vez una cámara fotográfica, comenzó a registrarlo todo: desde bodas y retratos de su esposa, hasta documentar dramas sociales y humanos, el de los refugiados y desplazados por el hambre y la guerra, y las agrestes condiciones de vida de agricultores y trabajadores de las minas de oro. Ahí, la hambruna en Etiopía, los yacimientos de petróleo ardiendo en la Guerra del Golfo, el genocidio en Ruanda en 1994… Ese encuadre en temáticas sociales también ha abarcado la explotación y la crueldad del modelo capitalista y el fenómeno, muchas veces doloroso, de los éxodos y migraciones humanos, acompañado de la violencia desalmada solventada por la misma especie, que fueron registrados en sus libros Workers: an archaeology of the industral age y Éxodos. Sebastián caminó la selva amazónica, recorrió miles de kilómetros junto a los nómadas y los indios, migró con los refugiados africanos, viajó también con los médicos sin fronteras. Su vida profesional ha sido un periplo de 40 años entre la isla de Wrangel en Siberia, la Papúa occidental, el Gran Pantanal en Brasil, o el norte de México con los Tarahumaras. Ha sido un cirujano capaz de extraer sensibilidad de la crudeza, la barbarie y el dolor, y convertirla en conciencia por medio del bisturí de la lente, la lámpara del flash y el aguijón de un encuadre tan característico como la precisión periodística del testimonio. Como ejemplo están las imágenes de niños, retratados por Salgado a lo largo de siete años, víctimas de los conflictos armados, de los campos de refugiados afganos, hijos de campesinos sin tierra en Brasil, pequeños tutsis en campos de refugiados de Ruanda, niños sudaneses en el campo-escuela de Natinga, camboyanos, huérfanos en Mozambique, plasmadas en el álbum Retratos de los niños del éxodo (2000). Retratos de niños afectados por cada conflicto, pero que a pesar de sus circunstancias reflejan la alegría y la inocencia de la infancia.
La obra de Salgado se planta como una reconciliación con la humanidad. Así podríamos definir también la película de Wim Wenders y Juliano Ribeiro sobre el padre del segundo, Sebastião Salgado, La sal de la Tierra(The Salt Of The Earth, 2014), un documental homenaje que hace un recorrido cronológico y evolutivo al trabajo del fotógrafo, desde sus orígenes. Presenciamos la labor de un cuentacuentos que llegó a la más profunda de las heridas, explorando en primer plano las atrocidades humanas de estas tres últimas décadas. Y que, aun así, no deja de encontrar la belleza en este mundo imbuido en el desastre.
La primera secuencia nos sumerge en una mina del corazón de Brasil, para ser testigos de la dureza con la que los hombres retratados buscan el sueño de hacerse ricos. Así lo explica el propio Salgado, quien, según sus propias palabras, intentaba escribir y reescribir la vida en sus luces y sus sombras: La Sierra Pelada, las minas de oro de Brasil frente a mí; cuando llegué al borde de ese inmenso agujero se me erizó la piel. Nunca había visto nada parecido. Allí vi pasar, en fracciones de segundos, la historia de la humanidad. Se trata de su reportaje fotográfico de 1986 sobre los mineros de Brasil: decenas de miles de personas corriendo como hormigas bajo las más adversas circunstancias en un paisaje surrealista en los cráteres de una mina buscando la felicidad financiera materializada en un trozo de oro. El fotógrafo se encuentra en medio de este caos y, allí, capta aquellas impresionantes imágenes en blanco y negro que le dan la vuelta al mundo: No se escuchaba el ruido de una sola máquina allí adentro. Solo se percibía el murmullo de 50 mil personas en esa cavidad. En griegophoto significa luz. Y graphein escribir, dibujar. Un fotógrafo es, literalmente, alguien que dibuja con la luz. Alguien que escribe y reescribe el mundo con luces y sombras, dice Salgado a modo de prefacio cinematográfico.
Wenders nos revela su primer encuentro con la obra del personaje, alguien profundamente humano, un ser cuyo testimonio personal y la potencia expresiva de su obra se convierten en un acto de afirmación de la vida, aunque haya bajado tantas veces a los infiernos terrenales. La sal de la Tierra es en realidad una misma historia narrada a tres voces (la de Wenders, la de Ribeiro, la de Salgado y su fotografía) y, por lo tanto, tres historias distintas cooperando al unísono para una misma mitología: Sebastião Salgado. La relación padre-hijo se explora a través de un viaje en el que Juliano acompaña a su padre a una de sus misiones en Wrangel, una isla desierta en el Océano Ártico para el proyecto Génesis. Es Juliano quien necesita descubrir a su padre, el fotógrafo de largas ausencias y a quien en cada regreso veía como un superhéroe. (De algún modo la admiración amortiguaba la distancia.) Lo ve en las dunas de grava, esperando con paciencia, tras largas horas, una reunión de morsas: un eremita en busca de imágenes únicas. Y aunque en efecto el documental reencuentra al hijo con el padre, el tema rápidamente se hace a un lado, dejándolo inconcluso y concentrándose en los logros de Salgado. Las decisiones estéticas de Wenders en La sal de la Tierra, se centran en dar fuerza a las fotografías y a la figura del fotógrafo, a veces de manera hagiográfica —el cineasta alemán busca transmitirnos la fascinación que a él le producen las imágenes, pero sin restarle veracidad ni realismo al testimonio de Salgado. La única presencia como entrevistados de Salgado y su hijo, sin opiniones contrarias a su discurso que pongan en duda si su trabajo es humanista o explota la miseria de los países pobres, podría hacer sentir monótono por momentos el retrato del artista, cuando en realidad su objetivo es enfatizar los alcances de su legado.
El documental se estructura entre entrevistas, reflexiones, metanarrativas e imágenes sobre la misma filmación, junto con la progresión de la obras de Salgado, recorriendo así los momentos y fotografías más importantes de su vida. Como Salgado era reacio al monólogo con vista a la cámara, Wenders ideó la manera de grabarlo hablando de sus fotografías. Para ello colocó al fotógrafo en una habitación oscura, no podía ver al equipo, solo podía ver sus fotos en un monitor. El objetivo era que él pudiera recordar el momento que vivió cuando hizo la foto, mientras que su rostro es filmado por una cámara invisible. La técnica permite al espectador ver simultáneamente las fotografías que se desplazan y al narrador. De este modo, cada imagen va acompañada de las reflexiones de Salgado, de sus recuerdos, del contexto de cada estampa. Seguimos la trayectoria cronológica de sus publicaciones: La mano del hombre (1993), Trabalhadores (1996), Terra (1997), Otras Américas (1999), Éxodos (2000) y Génesis (2013). La voz de Sebastião Salgado, a su vez, lleva a una claridad que complementa su propio discurso, forma y contenido al unísono. La estética de Wenders en La sal de la Tierra es inherente al estilo de la obra de Salgado, su universo en blanco y negro, en su mayoría el negro como auténtica oposición a los blancos. Y como el poeta Homero de Las alas del deseo, el fotógrafo es el narrador de la historia del mundo: su rostro, un retrato en movimiento; su memoria, habitada por imágenes de cuerpos mutilados, dolor y espanto. Aunque en él, al igual que en los niños, anida la esperanza. Como se dice comúnmente: los niños y los poetas están más cerca de la consciencia:
Pero nadie ha logrado aún, cantar una epopeya de la paz. ¿Qué tiene la paz como para no entusiasmar a la larga y que casi no se pueda narrar sobre ella? ¿Debo renunciar ahora? Si renuncio, entonces la humanidad perderá su narrador. Y si alguna vez la humanidad pierde su narrador, al mismo tiempo habrá perdido su infancia.
Homero
En testimonio de las atrocidades, la violencia, el hambre y otros actos de barbarie en el mundo, Salgado ha sido criticado por su preocupación mórbida por la muerte y el sufrimiento. Los que lo acusan aseguran que tanta belleza hace desconfiar. Susan Sontag, no dudó en descalificar el trabajo de Salgado en una entrevista que sostuvo con el periodista español, Arcadi Espada, publicada en el libro Diarios (2003):
Una foto puede ser terrible y bella. Otra cuestión: si puede ser verdadera y bella. Este es el principal reproche a las fotografías de Sebastião Salgado. Porque la gente, cuando ve una de esas fotos, tan sumamente bellas, sospecha. Con Salgado hay otro tipo de problemas. Él nunca da nombres. La ausencia de nombres limita la veracidad de su trabajo. Ahora bien: con independencia de Salgado y sus métodos, no creo yo que la belleza y la veracidad sean incompatibles. Pero es verdad que la gente identifica la belleza con el fotograma y el fotograma, inevitablemente, con la ficción.
Desde las páginas de Le Monde, el crítico e historiador Jean-François Chevrier lo acusó de hacer “voyeurismo sentimental”. Mientras que el historiador uruguayo, Eduardo Galeano, expuso sobre su trabajo: “Salgado fotografía personas. Los fotógrafos de paso fotografían fantasmas”.
Esta acusación de hacer fotos a costa de la miseria de los otros se le ha reiterado a numerosos fotógrafos que han tendido al humanismo antes que el mismo Salgado: Lewis Hine, Walker Evans, Dorothea Lange, Eugene Smith. Sebastião comparte con ellos esa mirada precisa y digna sobre los sectores más desfavorecidos de las ciudades o el campo. Parafraseando a Galeano, la obra de Salgado nada tiene que ver con el turismo de la miseria —no fotografía desde lejos, disparando con teleobjetivo para después marcharse. Se mete en la realidad que elige y la comparte. Fotografía desde cerca, se solidariza y se involucra con la gente que está delante de su cámara, pasa mucho tiempo en todos los escenarios que fotografía, vive entre la gente logrando de ese modo sumergirse en sus vidas. Le insufla a sus personajes un cierto halo de heroísmo, resaltando la dignidad de cada individuo incluso en las situaciones más calamitosas: guerra, hambre o muerte. Rostros inmortalizados en mitad de la tragedia de la huida.
Salgado emerge en la cinta de Wenders y Ribeiro como un humanista, como un estudioso de la condición humana, de la utopía de un mundo más justo y de un planeta más sostenible. El fotógrafo brasileño emerge aquí, en efecto, como activo del cambio, desde el testimonio atroz de sus fotografías, pero también a la sobrecogedora belleza de lo que de virgen queda en un planeta que, como Salgado nos recuerda constantemente, no está irremediablemente perdido.
La sal de la Tierra tangencialmente trata también de la hermosa relación de Salgado con su esposa Lélia Deluiz Wanick, el bastión que ha soportado su vida y obra. Fue ella quien compró la primera cámara fotográfica para la familia Salgado. Una que Sebastián llevaba durante sus viajes como economista a África. También fue Lélia quien lo alentó a abandonar su carrera como economista para que se dedicase de tiempo completo a la fotografía mientras ella fungía como su manager. Lélia también ha inspirado los temas de los proyectos fotográficos del artista. Madre de dos hijos —Sebastián, codirector del documental, y también profesional de la fotografía, y Rodrigo, el segundo con Síndrome de Down, que crió mientras Salgado recorría los rincones más remotos de la Tierra fotografiando los cambios culturales y demográficos. Después de Éxodos, Salgado regresó exangüe de los numerosos conflictos y horrores que registró en Ruanda: las matanzas tribales, el exterminio de la población tutsi, violaciones masivas, cientos de personas quemadas vivas en recintos cerrados o ejecuciones de niños y bebes, entre otras torturas. Padeciendo una profunda depresión, se cuestionaba su trabajo como fotógrafo social y de la condición humana:
Me fui de allí (Ruanda). No creía en nada. No creía en la salvación de la especie humana. No podíamos sobrevivir a eso. Nadie merecía vivir. ¿Cuántas veces tiré la cámara al suelo para llorar por lo que veía?.
En 2004, Sebastián Salgado decidió volver a la fotografía para provocar una reflexión sobre la naturaleza y el destino de nuestra planeta. Así nació Génesis — un proyecto que consistió en fotografiar durante ocho años animales y personas que vivían aisladas del mundo moderno. La sal de la Tierra funciona como una parábola y una alegoría del poder de decisión que tiene el hombre con la naturaleza, y cuál es su relación para con ella. Todos los elementos en el filme van destinados a transmitir sensaciones: la soledad, la crueldad del ser humano, la independencia, la nutrición recíproca entre el protagonista y la naturaleza. Es también una crítica a la civilización, a las guerras, un canto al hombre que vive con y para la naturaleza, un homenaje a la vida de una leyenda viva de la fotografía.