Por Martín Rodríguez García (@chukunu)
En 1997 Mordecai Richler publicó una novela que cuenta la historia de Barry Panofsky, un judío nacido en Montreal, de corte autobiográfico. Michael Konyves hizo la adaptación de la novela a guión cinematográfico y es así como surge Barney’s Version, dirigida por Richard J. Lewis, una película que resulta muy entretenida con un protagonista entrañable.
La trama gira en torno a la vida de Barney, un hombre romántico, neurótico e impulsivo, que en su juventud vivió en Roma a la manera dionisíaca, tratando de construirse un camino en el mundo del arte y rodeado de placeres mundanos que incluían drogas, fiestas, mujeres, amigos y mucho alcohol; para después convertirse en un hombre de bien (igual de romántico y mucho más neurótico), que trabaja como un exitoso productor de televisión en Quebec. Todo esto como marco de una desenfrenada vida amorosa y sus tres esposas.
El filme retoma de manera íntegra la trama del libro –si acaso algunos cambios: Barry a Barney, Roma y no París– y construye un excelente retrato en, digámoslo así, tres matrimonios. El primero de ellos termina en tragedia y marca la terminación del Barney soñador que quiere ser pintor y vivir en Europa. El segundo acto, un matrimonio movido más por intereses económicos que amorosos, determina la crisis de la mediana edad del protagonista y hace despegar el conflicto de la película. El tercero de sus romances nos lleva al desenlace de una vida llena de malas decisiones, cambios inesperados y de redención a través del amor.
Es la construcción tan íntima de esos momentos románticos lo que más destaca en la película. La conexión entre Barney y Miriam, su tercera y última esposa, es por momentos la perfecta escenificación del amor de un hombre mega nervioso que se topa con un espíritu sereno como el de Miriam. Uno de los momentos que mejor ilustra lo dicho: Barney llegando a su primera cita con Miriam en un lujoso restaurante de Nueva York, completamente borracho y abrumado por los nervios. Tanto, que acaba dormido en la habitación que había reservado para culminar su conquista mientras Miriam lo espera paciente. Cuando Barney despierta, Miriam le pide que se relaje, le cambia la jugada y le ofrece ir por un café y una caminata: le da las palabras que necesita. A la orilla del mar, de noche, Miriam le declara su amor, no sin antes hacer una contundente advertencia: “a mi madre mi papá le rompió el corazón y yo no quiere que me pase eso”, “yo haría cualquier cosa por ti”, replica Barney, y luego ofrece castrarse con su guillotina para puros.
Un error de casting habría destruido por completo esta sensibilidad exacerbada. Minnie Driver interpreta a la segunda esposa, una mujer insoportable y caricaturesca que solo Minnie Driver pudo interpretar. Dustin Hoffman es el padre y fiel consejero de Barney, siempre elemental, pero sincero y buenísima onda. Scott Speedman es Boogie, escritor valemadrista y mejor amigo de Barney, quien quizá representa todo lo que Barney busca ser.
La actuación de Paul Giamatti merece mención aparte. Un actor que se vuelve mejor al ir envejeciendo y que aquí construye al personaje más interesante que ha interpretado a la fecha. Varios de los personajes que ha interpretado Giamatti resultan muy similares y Barney no es la excepción. Basta recordar a Miles en Sideways (2004) o a Harvey Pekar en American Splendor (2003). Los tres son bastante torpes, maníaco depresivos y malaventurados en el amor. Pero Barney es más complejo: el tipo recorre un camino emocional con más dimensiones que las arriba mencionadas (atributo del entretenido guión). Envuelto en el asesinato de su mejor amigo, casado tres veces, altanero y hablador, el personaje tiene un encanto irresistible gracias a la relación entre su impulsiva torpeza y el enorme apetito que tiene por vivir y encontrar el amor.