Para mucha gente, el primer acercamiento a la muerte es a través de la pérdida de un abuelo, y el recuerdo evidentemente deja una tremenda marca. Elegir la partida de una abuela como acontecimiento central en una ópera prima fácilmente podría resultar en una historia cándida, inocente y llena de clichés. Hace solo dos años, la joven mexicana, Natalia Beristáin, en su primera película, No quiero dormir sola, usó a una abuela moribunda para delinear a dos personajes solitarios. Aunque con otro contexto, ahora es la también joven mexicana, Catalina Aguilar Mastretta (hija de los escritores Héctor Aguilar Camín y Ángeles Mastretta), quien hace lo propio en Las horas contigo, y sale avante gracias a un guión que se nota personal, bien cuidado, tierno: remite a la niñez, es propenso al llanto y está plagado de afecto. Pero también tiene algunos tropiezos, y carece de una propuesta original que haga trascender a la película.
Su protagonista, Ema (una comprometida Cassandra Ciangherotti), pasa unos días en la casa de su abuela (Isela Vega) esperando la muerte de la anciana. Ema cree, o se hace creer a sí misma, que quien la crió y educó fue precisamente ella, en esa casa en la que atesora los recuerdos más felices de su niñez. Durante la película, los personajes recorren el lugar: las recámaras, la estancia, la cocina, el jardín, un closet con vejestorios, transitan los espacios pero la directora no explota esta íntima relación con la geografía. La casa tiene un papel importante en el guión, pero visualmente solo es un escenario.
Mientras Ema lidia con la pérdida inminente, debe decidir si tendrá al hijo que acaba de descubrir que crece en su vientre. El padre es su novio, un personaje desdibujado de quien no sabemos mucho más además de su inclinación religiosa: es católico. La indecisión de ella sobre el bebé (él no está enterado del embarazo) tiene que ver en gran parte con los conflictos que ella misma tiene con su madre, quien, en su cabeza, está lejos de haber sido una progenitora ideal. Durante el periodo en la casa, también debe convivir más de lo que acostumbra con ella, Julieta (María Rojo), a quien le guarda más resentimiento que agradecimiento. Ella es una cantante famosa, diva y vanidosa, a quien se le hace fácil avisar que no llegará a algún compromiso con su madre enferma solo unos minutos antes. Y Ema, como satélite de este astro, siente que durante su niñez fue desatendida y que en general, no le importa mucho a su madre. Las dos chocan en carácter. Ema es una mujer de su tiempo pero, en comparación con Julieta, es más tradicional: trabaja en una oficina, le es sumamente leal a su abuela, tiene un sentido de familia más arraigado. Ambas tienen visiones distintas del pasado y del presente; pero eventualmente esos roces se vuelven tan repetitivos que terminan limando asperezas. Conforme Ema va haciendo a un lado sus miedos y comienza a asumirse como madre, va dejando de ser solo hija, lo que la obliga ver todo desde una nueva perspectiva, más responsable y vulnerable. La hace estar más abierta a las equivocaciones de los otros, a la aceptación y al amor.
Casi toda la película transcurre en un ambiente íntimamente familiar y femenino. Al trío de tres generaciones, se le suman la cocinera, Juanita (Evangelina Martínez), y la enfermera, Isabel (Arcelia Ramírez), cuyas presencias alimentan el casi detenido paso del tiempo que es la espera de la muerte, y refuerzan los temas de la maternidad, la religión y la herencia, a través de anécdotas, chistes y subtramas. Es un micromundo en el que ser madre es un valor supremo, y en el que los hombres no son tan bien vistos; son una presencia borrosa. La abuela no se divirtió mucho con el abuelo. Juanita fue abandonada estando embarazada. El padre de Ema está totalmente ausente. El novio es un personaje sin personalidad, inacabado, a veces parece tener iniciativa, pero siempre resulta mangoneado por Ema; para ella es más un acompañamiento divertido que el padre del hijo que espera. Y el tío Pablo, interpretado con acartonado optimismo por Julio Bracho, también es un personaje soso. Un exseminarista que no puede explicar por qué lo fue. Ninguno tiene fuego interno. Se salva el pequeño sobrino, odiosito pero inquieto, determinado y creativo. Aguilar retrata, más que con afán inquisitivo o de exploración, con intención de compartir anécdotas, a este grupo de aliadas, en el que las mujeres –con el don de tener hijos– parecen ser las protagonistas del mundo.
En general, en la película se percibe una atmósfera sostenida en la seguridad que da el estar rodeado de los seres que más te aman y te apoyan a pesar de todo. Aunque hay un conflicto entre la madre y la protagonista, se desarrolla en términos amables y dulces. Todo sigue un orden convencional, incluyendo la muerte de la abuela. El tema propuesto con más originalidad es el planteamiento sobre la crisis religiosa y de fe que hay en el mundo: la abuela era católica pero resulta no ser tan creyente en sus últimos momentos. La madre fue educada como católica, pero es atea peleada con la religión. Y Ema fue educada en absoluta confusión, lo que la hace ser tolerante con ambas partes, y querer investigar ligeramente sobre las creencias de cada quien, sin sentirse totalmente identificada con alguna. No tiene pudor al señalar que actualmente “lo raro” es ser católico, pero la película no ahonda en lo que esto implica, ni siquiera alcanza a señalar la ironía de que generalmente quienes más abiertos se creen son los que con más cerrazón juzgan a los creyentes. No se nota que Aguilar haya querido criticar al catolicismo, pero los únicos portadores de la religión son los dos personajes más chatos –el tío y el novio–, lo que ya dice mucho. Al final este señalamiento sobre el estado religioso de sus personajes termina dominado por las bromas sarcásticas de la madre en contra del novio que lleva el mote de “católico”. Varias veces, cuando la película comienza a indagar sobre algún tema, se interrumpe con algún chiste, no siempre afortunado.
Todo sucede en un México de clase media acomodada, aislado de conflictos políticos, sociales y económicos. La trama está diseñada para que nadie tenga que preocuparse demasiado por nada fuera de lo que sucede en esa casa. En realidad, la película podría estar ubicada en cualquier lugar del mundo; no tiene elementos culturales demasiado importantes que la aten, pero tampoco que la enriquezcan. Algunos de sus elementos esenciales parecen maquilados. Por ejemplo, el diseño de arte se asemeja al de un catálogo de mueblería. La fotografía y la iluminación se limitan a cumplir sin proponer una mirada; aplanan las imágenes, desaprovechan los matices de la luz natural, no hay texturas, ni una intención de evocar el luto anticipado que se vive o la disyuntiva que padece la protagonista. Pero nada pesa tanto como la música, que intenta extirpar lágrimas y ternura de la audiencia de forma tan obvia, que vuelve los momentos pastosos y menos relevantes de lo que son. El guión también tiene momentos de injustificada frivolidad, como cuando Ema conversa con su novio a la distancia, lo que hace que la actuación de Ciangherotti, que por lo general sostiene con entereza, tambalee.
Hay un momento creativamente luminoso en la película, onírico, que hace ver el potencial de Aguilar como creadora: cuando Ema imagina que puede volver a platicar con su Abu, mientras la viejecita permanece dormida sobre su almohada. La alucinación es el momento más aguerrido y demuestra independencia creativa. Las horas contigo es una declaración de principios sobre la feminidad y la familia. Aguilar sentó sus bases fílmicas sobre terreno seguro. Habrá que ver si su talento en el futuro sale de casa para explorar el mundo y seguir madurando.