Uno de los atributos más curiosos sobre la mitología vampírica es la obligación que tienen estos seres de pedir permiso antes de cruzar algo que en el folclore se conoce como “umbral”. De los varios tipos de umbrales que existen, el más importante es, por supuesto, el hogar, y de acuerdo a las leyendas, mientras más consolidado sea éste, más difícil le será entrar al vampiro. En el pasado este fenómeno se aplicaba a casi cualquier criatura sobrenatural –como demonios y fantasmas–, pero se volvió exclusivo de los vampiros luego de la publicación de Drácula en 1897. A partir de entonces hemos visto en varias ocasiones esta condición en el cine, desde Nosferatu (1922), en el momento en que Ellen es seducida por el conde para que le permita entrar por la ventana, hasta el clásico de horror Fright Night (1985), en donde la madre del protagonista invita a un vampiro a su hogar, y éste ataca a su hijo. El caso más destacable es el de Déjame entrar (2008), de Thomas Alfredson, que nos mostró por primera vez el daño que un vampiro puede llegar a sufrir si viola esta regla (la niña-vampira, Eli, comienza a desangrarse por no obtener el permiso de Oskar para entrar a su hogar). Lo cierto es que este recurso ha sido desechado por varios artistas del género de horror, ya sea porque no se ajusta a su relato, o porque simplemente nunca ha sido una pieza fundamental como, por ejemplo, la estaca en el corazón o el ataúd. Es una pena, pues esta limitación a la que se ve sometido el vampiro nos habla de un rasgo importante sobre sus víctimas: que cada quien es responsable por permitir que el mal entre en su vida.
Hace cuatro años, el director coreano Park Chan-wook, famoso por su trilogía de la venganza −Sr. Venganza (2002),Oldboy (2003) y Señora Venganza (2005)−, dirigió Thirst, el filme sobre una pareja de vampiros con un modus vivendi tan brutal y despreciable que llega un punto en que uno de ellos decide que no son aptos para habitar este mundo. Ahora el cineasta asiático hace su debut en Hollywood con Stoker, una película sobre un perturbador triángulo amoroso, y el fantasma del hombre que en vida le dio un balance a la existencia de estas tres personas. El título es un homenaje al escritor de Drácula, Bram Stoker, y aunque la cinta no es un cuento de vampiros, a ratos se siente como uno.
India Stoker (Wasikowska) acaba de cumplir 18 años cuando se entera de que su padre (Mulroney) ha muerto en un horrible accidente automovilístico. Durante su funeral, se asoma a lo lejos la figura de una persona que ni ella ni su madre Evelyn (Kidman) habían visto antes: se trata de Charlie (Goode), el tío de India del que nadie había escuchado hablar. Como es parte de la familia, y quizás debido a la idea de que toda casa necesita de un hombre, Charlie se ofrece a acompañar a India y Evelyn durante un tiempo indefinido, no sin antes pedir permiso a India para quedarse con ellas. No es que él tenga que pedir el consentimiento de la joven, solo espera que ella quiera tenerlo cerca, y es aquí donde el título y su inevitable referencia a la novela de Drácula tienen resonancia. Para India es evidente que el hombre oculta algo, pero al igual que sucede con Jonathan Harker y el conde Drácula, no se decide a actuar hasta que le ha permitido acercarse más de lo necesario. Quizás se trate de simple curiosidad (la misma que mata a los gatos), aunque siempre existe la posibilidad de que nos veamos reflejados en las figuras del mal a nuestro alrededor. A partir de que la joven baja la guardia, Stoker se convierte en un cuento de hadas pavoroso, en donde India es una princesa que ha caído en la desgracia, Evelyn es una madrastra más perturbada que malvada, y Charlie es un monstruo que se presenta como un príncipe azul; incluso están presentes las zapatillas, que en vez de ser mágicas, sirven para sellar un pacto con el enemigo.
La llegada de Charlie provoca dos reacciones totalmente opuestas en las mujeres Stoker. Evelyn, quien de ninguna forma se muestra afligida por la muerte de su esposo −su pérdida no parece una tragedia, sino un inconveniente−, se alegra de haber encontrado en este extraño el tipo de atención superficial que busca en un hombre. Para India, en cambio, Charlie no es más que una amenaza latente, pues desde su llegada ocurren una serie de eventos misteriosos, y como no sabe de cierto cuál es el peligro, recurre a una lección que su padre le dio cuando iban a cazar al bosque: esperar el momento indicado para actuar. Lo que nunca le explicó, es que si uno espera demasiado a veces puede terminar por convertirse en la presa. Con cada día que pasa en la mansión, y conforme va revelando su naturaleza monstruosa, Charlie se va introduciendo más y más en la vida (y en la mente) de India, hasta que la joven comienza a sospechar que dentro de ella se encuentra la misma condición aberrante de su tío.
Como es común en los filmes de Park Chan-wook, algunas de las escenas más grotescas son también las más elegantes. Una de ellas consiste en un dueto de piano entre India y Charlie −compuesto nada menos que por Philip Glass−, el cual comienza a revelar un acercamiento entre ambos, o más bien, el triunfo de Charlie sobre la joven, quien para este punto ha comenzado a darse cuenta, con cierto pavor, que hay una afinidad entre su mente y la de este hombre. Con cada película en la que trabajan juntos, Park Chan-wook y su director de fotografía frecuente, Chung-hoon Chung, han ido puliendo su estética y han encontrado la manera de realizar escenas sombrías como ésta de una manera tan seductora que nos hacen olvidar que no es un sueño, sino una pesadilla lo que vemos en pantalla. Para cerrar con broche de oro,Clint Mansell −quien trabajó en el soundtrack de películas como Black Swan (2010), Moon (2009) y Requiem for a Dream(2000)− es el encargado de la música.
La carrera de Mia Wasikowska se ha caracterizado por sus personajes adolescentes poco ordinarios, con quienes ha sido asociada desde que interpretó a una gimnasta suicida en la serie de HBO, In Treatment. Fue debido a esto que más tarde obtuvo el papel de Lisa, la hija de una pareja lesbiana en The Kids are All Right (2010), el de una joven sureña maltratada en That Evening Sun (2009), y, por supuesto, el de Alice Kingsleigh en Alice in Wonderland (2010). Su interpretación de India en la película de Park Chan-wook seguro se convertirá en uno de los puntos fuertes de su trayectoria. El director dispone de ella para dilatar el suspenso de una manera cadenciosa, sin caer en el exceso. Durante muchos años la actriz practicó ballet, hasta que se fastidió de la rigidez que el baile exige, y esto parece haber dado frutos con India, pues para interpretar a un personaje como éste es necesario contenerse hasta en las situaciones más agobiantes, ya sea mientras una araña camina por su pierna, o durante un manoseo indiscreto a la hora de tocar el piano.
Stoker es una especie de reinvención de la cinta de 1943 dirigida por Alfred Hitchcock, Shadow of a Doubt, que cuenta la historia de una joven que recibe una visita de su tío −ambos se llaman Charlie−, para luego descubrir que es un asesino serial. El guión fue escrito por Wentworth Miller, conocido por interpretar a Michael Scofield en la serie Prison Break, y quien utilizó como pseudónimo el nombre de Ted Foulke para que su escrito tuviera una vida propia, sin que se le asociara con el trabajo de Miller en televisión. Su obra llegó a formar parte de la Lista Negra −que reúne los mejores guiones del año que no llegaron a producirse−, para luego terminar a cargo de Park Chan-wook, y éste se convirtió no solo en el debut hollywoodense del coreano, sino en su primera obra escrita por otra persona. El resultado es un filme que, aunque carece de la complejidad trágica a la que el cineasta coreano suele someter a sus personajes, presume de aquel estilo visual tan imponente que hace de sus escenarios un personaje −por lo regular, el más bello y colorido− y que a veces parece un don reservado para los cineastas del continente asiático, desde Akira Kurosawa hasta Ang Lee, pasando por Wong Kar-wai, Kim Ki-duk, Zhang Yimou y Takashi Miike. Si bien la calidad estética es una prioridad para todos ellos, siempre va acompañada de una serie de atributos narrativos que difícilmente encontraremos fuera del cine de Oriente. En el caso de Park Chan-wook, la belleza visual no es excusa para no mostrar a sus queridos héroes −a quienes sin duda se esfuerza porque apreciemos− siendo sometidos a la peor de las torturas físicas, mentales y espirituales que alguien pueda imaginar, todo con el propósito de dejar al desnudo alguna terrible verdad sobre el alma humana. Es aquí donde Stoker falla y se convierte en una cinta inferior a cualquiera de la trilogía de la venganza. Por más aplaudido que haya sido el guión escrito por Wenthworth Miller, no podemos ignorar el hecho de que esta idea haya tenido su origen en un sitio muy apartado del mundo del cine coreano. Esto implicó que los personajes tuvieran un trato mucho más moderado −por no decir piadoso− al que se esperaría de un director que suele mutilar a sus protagonistas para purgarlos de sus pecados. Podríamos decir, incluso, que Stoker nació en un lugar lejos del tenebroso rincón en donde nacen las ideas de Park Chan-wook. Estoy seguro que al director aún le sobran historias para contar, y es a ese rincón adonde siempre debería de recurrir para crearlas.