Un hombre que se hizo a la mar y dejó atrás un negocio de zapatos
Por Ricardo Pohlenz (@rpohlenz)
Ve aquí nuestra entrevista con Claire Denis
Claire Denis ha sido una realizadora entregada –por no decir que comprometida– con un realismo tan parco como lleno de lirismo. Es una cursi redomada; en sus filmes puede verse una entrega exacerbada a una corrección de estilo muy de vieja escuela (francesa, por supuesto), pero también un sometimiento a sus actores, no sólo a su trabajo como a sus semblantes. No hay tiempo muerto en sus montajes; en cada corte puede sentirse una demora en la que sabe extenderse hasta alcanzar una medida justa. Denis no se lanza en pos de la verdad en el tiempo real de las tomas. Resulta tan cautivadora la economía con la que plantea la acción que uno puede dejarla pasar de largo. Llueve. Un anciano se pasea por un cuarto, se ajusta la corbata, se asoma por la ventana. Una muchacha se pasea desnuda con tacones por la calle mientras que su madre es sacada de la escena del crimen; su marido acaba de suicidarse. Pero esto no lo sabremos hasta después. Claire Denis nos seduce con la puesta a cuadro de la acción, los pequeños detalles, las repeticiones, las fotografías de sociales, la investigación policial, y nos convierte en mirones flagrantes, coludidos con la cámara de Agnes Godard. La Godard no sigue a nadie. Hace tomas fijas. Entre los planos que sirven al mismo tiempo para señalar el lugar, describir a los actores y seguir la acción, Denis encuentra siempre el momento para los acercamientos, tiene esa debilidad para capturar la emoción de sus actores. Por eso contrata actores buenos y saca todo el provecho que puede de ellos. Los canallas es un thriller, una actualización del film noir como género a partir de la revisión de sus fórmulas y convenciones. Puede pensarse en los parámetros puestos por gringos como Orson Welles y John Houston, o las revisiones de franceses como Herni-Georges-Cluzot y Jean-Pierre Melville, pero Claire Denis pensaba más bien (y esto no es una intuición mía, fue algo que le dijo a Nick Pinkerton de Film Comment), en las películas de este género de Akira Kurosawa con Toshiro Mifune. Es una de vaqueros pero con samuráis.
Vincent Lindon la hace de un hombre que se convirtió en marinero mercante después de dejar, a su hermana y a su cuñado, el negocio de zapatos que heredaron de sus padres. Regresa después del suicidio del cuñado para apoyar a su hermana y su hija drogadicta mientras que investiga los nexos del cuñado con Michel Subor, que la hace de prominente hombre de negocios, al que su hermana ha hecho responsable. Vende su Alfa Romeo, empeña su reloj y cobra su seguro de vida para mudarse al lujoso edificio donde vive el personaje de Chiara Mastrorianni, quien es la amante del millonario, con el hijo que tuvo con él. Entre que investiga a Subor, Lindon acaba involucrado con Chiara Mastroriani, quien deberá decidir al final, cuando todo se pone aún más feo, entre sus dos amantes. Claire Denis articula los elementos que sirven igual como argumento para una tragedia griega que para describir los móviles de los culpables en la nota roja para contar una historia. No voy a decir que lo pone todo sobre la mesa. Lo hace de a poquitos, con claridad, rapidez y eficacia. Los canallas está hecho para el lucimiento de Vincent Lindon. El actor le había dicho a la directora que trabajaría en cualquier cosa que ella le propusiera; ella y su viejo colaborador Jean Paul Fargeau escribieron el guión pensando en él.
Spoiler alert
Es tal el tiempo de cámara de Vincent Lindon que acabas por pensar que el material y la fórmula igual podrían utilizarse para la campaña avant-garde de alguna marca francesa. Claire Denis sabe su negocio, lo desempeña con una maestría que resulta casi excesiva, como quien busca descubrir nuevos recovecos en un camino recorrido, pero no tanto como para estirar su propuesta visual y narrativa hasta convertirla en una revisión de lugares comunes y golpes de efecto. Se atreve, sin embargo, a correr el riesgo de caer en lo convencional, pero la salva como artista de circo, haciendo alarde de los peligros detrás de la mecánica del noir: entre que se caiga todo el tinglado que lo convierte en algo más y que acabes usando las salidas de cajón. No hay muchas maneras de acabar una película de venganza y al final, Claire Denis recurre a un final de melodrama y nos la voltea. No hay sacrificio sino traición. Es tan previsible que no es previsible. Te das cuenta, de súbito, que todo ha estado planeado para llevarte hasta ahí. En ese momento, que somos testigos de una retribución que no llega a ser cumplida, la fábula noir de Claire Denis, con sus referencias a William Faulkner y sus atmósferas, tan bellas como opresivas, se convierte en una alegoría de la sociedad de libre mercado.