Para los que aún le temen a la oscuridad
El miedo a la oscuridad parece ser universal por sus múltiples asociaciones a la muerte y a lo desconocido o simplemente por lo indefensos que nos sentimos ante ella. Por esto, muchas películas de género utilizan atmósferas oscuras, enfatizadas por la noche o por la maldad de sus personajes, para contar historias que nos asustan. Ese es el tipo de atmósfera que Guillem Morales construye en Los ojos de Julia (2010). Pero en vez de contar la historia desde la penumbra, nos lleva por el camino de su protagonista de una aparente luz hacia la más absoluta oscuridad: la ceguera.
Julia (Rueda) acaba de perder a su hermana gemela en un aparente suicidio. Ella no acepta esta explicación y comienza a buscar al responsable. Todos los indicios la llevan a pensar que la persona que mató a su hermana es quien la persigue y amenaza y quien de manera misteriosa está provocando los ataques de su enfermedad de la vista que progresivamente la está dejando ciega. Después de una perder todo lo que le quedaba, a Julia no le queda otra opción que hacerse un transplante de ojos. Para que la operación funcione, debe permanecer vendada durante dos semanas. Acostumbrarse a la ceguera temporal no es fácil. Debe lidiar con la frustración, el miedo y la amenaza de algo que viaja entre las sombras y que sólo ella percibe.
Visualmente la película funciona. El director captura de manera precisa la esencia de lo que quiso conseguir: una fotografía que, en sus palabras, “describe perfectamente un mundo en el que ya no hay nada hermoso que ver”. Con puntuales movimientos de cámara revela a través de detalles, sobre todo de tomas a las manos, evitando las caras, las intenciones y acciones de sus personajes. Pero parece ser que únicamente se concentró en crear la estética perfecta porque falla en el montaje, con un guión mal trabajado, del suspenso que amerita la historia.
A pesar de que el argumento es inteligente, con un buen inicio que hilvana los cabos sueltos de manera interesante, el director no termina por decidir cuáles son exactamente las emociones a transmitir. En una entrevista, mencionó que quiso abarcar la mayor cantidad de sentimientos posibles, ya que, a su parecer, una de las características del thriller es contar cualquier historia envolviéndola en el misterio del terror. Pero este thriller pierde el hilo conductor, forzando a los personajes a encajar en clichés, como la anciana vecina ciega y sola que vive en una casa llena de gatos o el asesino atormentado por un trauma de infancia que lo único que quiere es amor. El resultado son diálogos que provocan una risa involuntaria.
Al intentar retratar la pérdida de una hermana, del amor, de la vista y de transmitir el mensaje de que toda ausencia se compensa con el encuentro de algo nuevo, devolviéndole una nueva mirada a su personaje principal, Morales se pierde a sí mismo y, por consecuencia, a nosotros también.