Reseña, crítica Lovelace: Garganta profunda - ENFILME.COM
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FICHA TÉCNICA
Lovelace
Lovelace: Garganta profunda
 
EE.UU.
2013
 
Director:
Rob Epstein, Jeffrey Friedman
 
Con:
Amanda Seyfried, Peter Sarsgaard, Juno Temple, Robert Patrick, Adam Brody, James Franco, Sharon Stone,
 
Guión:
Andy Bellin
 
Fotografía:
Eric Alan Edwards
 
Edición:
Robert Dalva, Matt Landon
 
Música
Stephen Trask
 
Duración:
93 min.
 

 
Lovelace: Garganta profunda
Publicado el 22 - Sep - 2013
 
 
  • Linda Lovelace fue reina y víctima de su época, una que se debatía entre el conservadurismo y la liberación, y que permitió la consolidación de la industria pornográfica.  - ENFILME.COM
  • Linda Lovelace fue reina y víctima de su época, una que se debatía entre el conservadurismo y la liberación, y que permitió la consolidación de la industria pornográfica.  - ENFILME.COM
  • Linda Lovelace fue reina y víctima de su época, una que se debatía entre el conservadurismo y la liberación, y que permitió la consolidación de la industria pornográfica.  - ENFILME.COM
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  • Linda Lovelace fue reina y víctima de su época, una que se debatía entre el conservadurismo y la liberación, y que permitió la consolidación de la industria pornográfica.  - ENFILME.COM
  • Linda Lovelace fue reina y víctima de su época, una que se debatía entre el conservadurismo y la liberación, y que permitió la consolidación de la industria pornográfica.  - ENFILME.COM
 
por Sofia Ochoa Rodríguez

Por Sofía Ochoa (@SofOchoa)

La historia de Linda Lovelace es una de las más tristes conocidas sobre los tétricos, violentos y solitarios senderos de la fama, sobre el moderno deseo de liberación sexual, sobre el repudio a la censura y sobre el multimillonario negocio en el que se consolidó la explotación del sexo en la pantalla. A principios de los setenta, Linda protagonizó Garganta profunda y se convirtió en la primera “superestrella del entretenimiento erótico”. El filme fue un parteaguas en la industria pornográfica. Aunque con una trama simplona (sobre una mujer que tiene el clítoris en la garganta), a diferencia del resto de las películas de este tipo que eran más bien videos caseros hechos en 8mm y que solo mostraban encuentros sexuales, ésta tenía una historia, locaciones, humor. Con una sociedad en la que se gestaba una revolución sexual, las raras características de Garganta profunda permitieron que fuera proyectada en cines, que se insertara como tema de conversación y que en poco tiempo dejara de ser algo contracultural para volverse mainstream y ‘chic’ (según el mote impuesto por The New York Times); los flujos de asistencia le dieron un récord en taquilla histórico, y Linda, además de un objeto de deseo sexual, devino un icono de los setenta de la liberación sexual, de la femenina. En una de sus primeras autobiografías escribió con total soltura: “vivo para el sexo”. 

Ocho años después, durante los que hubo una agresiva persecución en contra de la película y de la pornografía en general orquestada por el gobierno de Nixon, las declaraciones de Linda tomaron un sentido totalmente opuesto. Ya dentro de su segundo matrimonio, en su tercera autobiografía, Ordeal, escribió que había sido golpeada, violada y obligada por su marido y manager de aquel entonces, Chuck Traynor, a hacer pornografía y prostituirse durante sus años de matrimonio. Según su libro, no había habido en su carrera de actriz pornográfica goce alguno, solo amenazas, miedo, inmoralidad y “un arma apuntando” a su cabeza.  Más adelante, conforme ella se convirtió en un estandarte del activismo en contra de la pornografía y fue profundizando aún más sobre su historia, este espeluznante listado incluyó que había contraído hepatitis en una transfusión sanguínea contaminada y cáncer, debido a los silicones en los senos que Traynor la había obligado a implantarse. 

Lovelace, de Rob Epstein y Jeffrey Friedman (directores también de Howl, 2010), muestra las dos historias de Linda de forma un tanto esquemática: contándola dos veces. Primero conocemos a Linda Boreman de 21 años que vive con sus padres y que un par de años antes dio en adopción a un hijo que tuvo fuera del matrimonio. Con una madre asfixiante (interpretada por una mallugada y demasiado rígida e irreconocible Sharon Stone) y abrumada por haber tenido, ella también, un hijo antes de haberse casado con el padre de Linda, un exmilitar, se empeña en intentar controlar a su hija para ayudarla a arribar a un matrimonio ejemplar sin nuevos contratiempos. Su manera puritana, propia de suburbio estadounidense, de asumir su religión contribuye a sustentar las apariencias a pesar de los abusos. 

Linda conoce a Chuck (Peter Sarsgaard) mientras baila a gogó en una pista de patinaje, acompañada de su amiga Patsy (Juno Temple), una chica con una rebeldía normal para su edad y para la época pero que resultó caótica para la muy influenciable Linda. Ella y Chuck se gustan de inmediato y sin demasiadas explicaciones sobre su atracción, más bien mostrando jugueteos verbales y, sobre todo, sexuales, a los pocos minutos en pantalla se van a vivir juntos y se casan. Amanda Seyfried interpreta a una Linda sino totalmente, sí sumamente inocente, que en gran medida se deja arrastrar por su amiga a las drogas y los hombres, que nunca ha visto una película pornográfica, que desconoce por completo, en un principio, la profesión de proxeneta de su marido, y que está dispuesta a servirlo aún por encima de su integridad. Un embrollo poco explicado, relacionado con cárcel y dinero, ponen las circunstancias para que Chuck chantejee a Linda a ayudarlo protagonizando Garganta profunda. Se omite el tiempo de introducción de Linda a la pornografía. Ella parece disfrutar el set de filmación, su belleza frente a la cámara, departir con su coestrella Harry Reems (Adam Brody) y, cuando la película se convierte en un éxito, de la fama abrumadora que le llega. Todo es edulcorado, despojado de esa aura de ocultamiento, contracultura y revolución con la que fue realizada la película originalmente. Seyfried es demasiado guapa como Linda, quien en la industria era vista como común, como ‘la chica de al lado’. Las escenas de sexo están muy lejos de sugerir el hardcore que hicieron de Garganta profunda un icono, no superan el fingimiento televisivo.

El pivote que une las dos partes de la película es el momento en el que Linda está siendo sometida a una prueba de polígrafo para constatar lo escrito en Ordeal. Entonces comienza el despliegue de su infierno privado, que muestra los maltratos que vivía en la intimidad al lado de Chuck: la represión, los golpes, el sexo violento, la prostitución, las violaciones, las amenazas, los deseos de abandonar esta profesión, la explotación. “Cuando ven Garganta profunda, me están viendo a mí siendo violada”, dijo Linda a un entrevistador.

Entre estas dos Lindas hay una serie de matices y vertientes riquísimos y todavía vigentes sobre el sentido amplio de la liberación, y sobre la fuerza arrolladora de la fama. El intento por empatar sus dos discursos, el de lapornstar y el de la víctima, levanta preguntas sobre el poder del sexo en una sociedad conservadora en algunos sectores, deseosa de liberarse, en proceso de transformación, pero incapaz de comprender a cabalidad y con total responsabilidad qué, cómo, hacia dónde y para qué busca esa liberación, sobre todo cuando los medios masivos de comunicación (y la fama intrínseca) entran en la ecuación. Las trampas de la liberación femenina juegan un papel crucial para este capítulo: el maltrato a Linda fue solapado por una industria pornográfica, machista en sus entrañas, pero que se alimenta de la incapacidad de la sociedad de abordar el sexo sin tapujos. Su historia también muestra los alcances de una subyugación ciega, eventualmente enfermiza, sustentada en dogmas destructivos e historias familiares que no han podido ser enfrentados.

La anécdota real alrededor de Garganta profunda es pasmosa en tres momentos: por la incidencia del filme en el curso de la sociedad moderna, a través de vías políticas y culturales; por la subyugación absoluta de Linda que no deja de sugerir la pregunta “¿cómo algo así es posible?”, y por el deseo vehemente de Linda de revertir el pasado intentando volverse una persona ‘normal’, con una familia común y un trabajo de bajo perfil. En la película es un shock verla con un delantal de mesera cuando minutos antes ha estado brillando bajo los reflectores. Si se dan algunas vueltas más a las páginas de la historia (y esto no se muestra en el filme), también es tétrico y lastimero el regreso de una Linda quebrada y divorciada a la industria que había rechazado, a los 51 años, mientras los productores del filme hicieron con ella más de 600 millones de dólares y ella recibió magros 1,250.

Lovelace se concentra únicamente en la relación de Linda con Chuck, y, ya que no contextualiza (como por el contrario lo hace con agudeza el documental Inside Deep Throat, 2005), las razones de su cambio resultan incompletas. Es una lástima que los directores, a pesar de dar una serie de detalles que sugieren temas interesantes –como las fieras transformaciones que se vivían en esa época, una emancipación desbocada frente a un conservadurismo temible, los atisbos al pasado ya retorcido de Linda, la amistad que pudo haber sido normal pero que resultó duramente definitoria–,  hayan evadido adentrarse en el ambiente sociopolítico que dio nacimiento a la industria pornográfica, y de la que Linda fue reina sin corona.

 
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