Reseña, crítica Metal y hueso - ENFILME.COM
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FICHA TÉCNICA
De rouille et d'os
Metal y hueso
 
Francia-Bélgica
2012
 
Director:
Jacques Audiard
 
Con:
Marion Cotillard, Matthias Schoenaerts, Armand Verdure, Céline Sallette, Corinne Masiero,
 
Guión:
Jacques Audiard, Thomas Bidegain, Craig Davidson (historia)
 
Fotografía:
Stéphane Fontaine
 
Edición:
Juliette Welfling Duración:
120 min
 

 
Metal y hueso
Publicado el 11 - Mar - 2013
 
 
Aunque Stéphanie es rescatada por Alain, su primer encuentro está lleno de desencanto y momentos desagradables, y ya desde este instante Audiard introduce la sangre y los huesos adoloridos como emblema de sus protagonistas. - ENFILME.COM
 
por Enrique Sánchez

Pocos directores utilizarían palabras como “metal” y “hueso” para contar la historia de dos personas que buscan escapar de su propia soledad. Para el francés Jacques Audiard esto no representó ningún impedimento, sino la oportunidad de adoptar un tema común y darle un giro de tuerca a través de las peculiaridades de sus personajes. El director francés ganó el Gran Premio del Jurado en el Festival de Cannes de 2009 por Un Prophète, la película sobre un joven llamado Malik que se convierte en un hombre sin misericordia luego de ser encarcelado, pues en ese lugar la regla es matar o morir, y para sobrevivir es necesario sacrificar la integridad y la inocencia. Esta vez el director nos entrega una historia que, además de romance, también está llena de aquello que vimos en el relato de Malik: sangre, brutalidad y abandono.

Metal y hueso está basada en un relato de la colección de cuentos cortos escrita por Craig Davidson, los cuales adoptan la lucha −de boxeo, de perros o de kickboxing− como uno de los temas centrales. Alain (Schoenaerts) es un padre soltero y desempleado que llega a vivir con su hermana (Masiero) luego de que ambos no se han visto en mucho tiempo. Entre él y su hijo Sam (Verdure) hay una grave distancia que Alain no ha pensado siquiera en remediar, pues no ve más allá de la necesidad que ambos tienen de conseguir un poco de dinero. Pronto comienza a trabajar como sacaborrachos en un bar, y es ahí donde conoce a Stéphanie (Cotillard), una entrenadora de orcas con una vida sentimental bastante deficiente; según explica ella misma, su época de popularidad entre los hombres ha quedado atrás, y quizás por eso en este punto está tan mal acompañada. Aunque Stéphanie es rescatada por Alain de una pelea, su primer encuentro está lleno de desencanto y momentos desagradables −Alain, con su sinceridad incauta, le dice que parece golfa−, y ya desde este instante Audiard introduce la sangre y los huesos adoloridos como emblema de sus protagonistas.

La noche termina de manera incómoda, con Alain entregando su número a Stéphanie, mientras el manipulador novio de ella está presente, quejándose de la presencia del sacaborrachos más por la amenaza que representa para su orgullo que por verdadera preocupación por su pareja. Poco después, Stéphanie tiene un desafortunado accidente en su trabajo: una orca se sale de su rutina durante una función y golpea a su entrenadora, lo que provoca que le amputen las piernas. Audiard va al grano en esta secuencia, tan bien construida que incluso la música de Katy Perry funciona −el director ha mencionado que “las orcas tuvieron que escuchar a Katy Perry una y otra vez durante todo el día. Fue algo cruel”−, y evita exagerar el drama del accidente al no mostrar la reacción del público que está presente en el espectáculo. Al igual que el crudo asesinato central en Un Prophète −en donde Malik asesina por primera vez en su vida a un preso que le ofrece drogas a cambio de sexo oral−, la fatalidad llega de manera súbita y sin escándalo, con un silencio abrumador, y es hasta después de ocurrido el incidente que los personajes pueden reaccionar.

Stéphanie, hundida en la depresión y con tendencias suicidas, se pone en contacto con Alain para librarse de la soledad, y a partir de ese momento ambos se sumergen en una relación diferente a cualquiera que hayamos visto anteriormente en el cine. Ella necesita compañía, atención y ayuda para desplazarse, y Alain no solo está dispuesto a ofrecerle todo esto en tanto su agenda se lo permita, sino que incluso le sugiere a Stéphanie que de vez en cuando tengan relaciones sexuales. Es un trato libre de pretensiones que, no obstante, denota un acercamiento íntimo entre ambos, y esto es evidente porque Alain es un hombre muy ocupado y está sacrificando el tiempo que no tiene −y que bien podría aprovechar para compartir con su hijo− para dárselo a Stéphanie. Vale la pena resaltar que las escenas de sexo no solo comienzan con un mensaje de celular, sino que a menudo son interrumpidas con una llamada telefónica, como si formaran parte de una rutina, en vez de ser un acto espontáneo de amor.

Schoenaerts encarna a Alain con un gélido pragmatismo que lo distancia de las personas que lo rodean, en un papel bastante similar en aspecto y tono −aunque mejor desarrollado− al que interpretó Tom Hardy en Warrior (2011). Es un hombre que vive de pequeños logros, pero que a lo largo de su vida parece haber sufrido grandes derrotas. Lo vemos atragantarse de manera compulsiva, sin saborear la comida, y luchar con resolución en peleas callejeras, evitando el alarde y las expresiones brutales típicas de los peleadores, quienes parecen sentir odio por el oponente al que acaban de conocer. De esta misma manera percibe el sexo (es lo que sucede, una vez más, con los hombres que tienen relaciones sexuales en la prisión de Un Prophète), aunque eso no quiere decir que sea una persona incapaz de crear lazos afectivos; más bien es como un animal salvaje acostumbrado a reinar únicamente dentro de su jaula. El sexo debe realizarse bajo sus condiciones, pero al final queda claro que sus condiciones no son las más sanas. Para Alain es imposible sentir lástima por Stéphanie, y en parte esto es lo que ella necesita y busca en un hombre.

Marion Cotillard regresa a la cima luego de una desafortunada racha en Hollywood, en donde después de ganar el Oscar por La vie en rose (2007) participó en proyectos que no pudieron aprovechar su potencial −en Public Enemies (2009), Contagion (2011) o incluso The Dark Knight Rises (2012), que incitó en YouTube a una serie de parodias de la muerte de su personaje−. Su actuación se siente genuina y se muestra cautivante sobre todo en las escenas que implican silencio y soledad; parece como si estuviera de luto por su propia muerte. Lo más sorprendente es el ritmo tan preciso con el que su personaje logra salir adelante, pues pasa sutilmente de una etapa suicida a la reconciliación con las orcas, a quienes no les guarda rencor; al contrario, las anhela, y por eso regresa a verlas en cuanto consigue sus prótesis. Cuando la voluntad de Stéphanie vuelve a adquirir fuerza, nos damos cuenta de que Alain también necesita urgentemente ser rescatado de su propia miseria.

Audiard es implacable con el realismo. Cotillard ha mencionado que en una escena en particular varias personas se pusieron a llorar por la brutalidad con que Schoenaerts se apoderó de su personaje (o viceversa). Se trata de un momento en el que Alain reprende severamente a su hijo Sam y lo golpea sin querer. Esta escena, según comenta la actriz, se salió de control y terminó con el llanto real del pequeño actor Armand Verdure, quien había desarrollado una gran amistad con Schoenaerts. Supongo que es el precio de trabajar con el director. Audiard se inclina por mostrar cuerpos desnudos, mutilados o lesionados de una forma libre de morbo, provocando una curiosidad candorosa parecida a la que el pequeño Sam experimenta cuando toca las prótesis de Stéphanie, acercándose a ellas con asombro, sin voltear la mirada, y asegurándose de aprovechar esta experiencia que no a cualquiera se le presenta. Así es como Audiard nos entrega su película.

Peter Bradshaw, crítico de cine para The Guardian, señala que el título de Metal y hueso alude al sabor que deja un golpe en la boca. Más importante aún me parece la analogía que guarda con el personaje de Stéphanie. Existe un amplio debate en foros de cine sobre el motivo detrás de los tatuajes que se hace en los muslos con las palabras “derecha” e “izquierda”, y mi interpretación es simple: es un recordatorio de que aún tiene las herramientas para salir adelante. Cuando Alain entrena para sus peleas, lo vemos intercambiando golpes con ambas manos −con el tiempo, éstas también quedarán destrozadas−, escuchando al entrenador que indica el golpe izquierdo o derecho. Alain responde a este impulso, y lo hace siempre de manera automática (cualquiera que haya entrenado para una pelea sabe que es importante dejar que el cuerpo funcione de manera instintiva). Stéphanie no usará los puños, sino sus nuevas piernas para luchar contra el mundo, y para que esto funcione debe de hacerlo con naturalidad; debe convertirse en metal y hueso. Esta es una historia en la que le suceden cosas terribles a personas que están muy lejos de ser ejemplares; no obstante, despiertan fácilmente el deseo del espectador de verlos a salvo, y juntos. “Estar solo”, decía Bukowski, “nunca se sintió correcto. A veces se sentía bien, pero nunca se sintió correcto”.

 
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