En el cine de Lynne Ramsay, la vida cotidiana adquiere capas enigmáticas y tintes poco familiares a través de las ondas de horror, dolor y muerte. La cineasta escocesa, con su astuta inclinación hacia la expresividad de los detalles visuales, enfatiza lo falible de la naturaleza humana al abordar una de sus preocupaciones centrales: la mortalidad. Para Ramsay, no hay forma de que el ser humano escape de su inminente podredumbre. A lo largo de su filmografía, los personajes principales lidian con eventos catastróficos (el suicidio de un novio, el ahogamiento de un mejor amigo en la infancia, las secuelas de un tiroteo en la escuela) en sus propias formas extrañas y complicadas. Estas personas no tienen las respuestas a los mayores desafíos de la vida, y la directora no espera que desenmarañen los profundos misterios de la existencia. En cambio, se enfoca en los procesos internos requeridos por aquellos que intentan avanzar a raíz -y a pesar- del horror. De esta manera, una de las inquietudes esenciales en la obra de Ramsay es mostrar cómo las cicatrices del pasado influencian continuamente la existencia del ser humano.
Su más reciente filme titulado You Were Never Really Here (Nunca estarás a salvo, 2017), basado en una novela corta de Jonathan Ames, se centra en Joe (Joaquin Phoenix), un hombre riguroso, reservado y enigmático que se gana la vida -para él y su anciana madre (Judith Roberts)- utilizando su fuerza bruta para rescatar niñas y adolescentes que han sido reclutadas en las perversas redes de la prostitución. Manchado y traumado por las experiencias del pasado, Joe intenta poner cara de felicidad cada que llega a casa después de haber cumplido con su cometido, pero en la intimidad de su habitación, el hombre manifiesta tendencias suicidas tentando a la muerte con una navaja y acostumbrándose a la sensación de asfixia que produce colocarse en la cabeza una bolsa de plástico. Mientras se ocupa de las necesidades en el hogar, es contactado para una nueva misión: debe rescatar a Nina (Ekaterina Samsonov), la hija adolescente de un senador de Nueva York llamado Albert Votto (Alex Manette). Empleando su enfoque paciente y su fuerza despiadada para abrirse camino hasta el paradero de Nina, Joe se sumerge en un auténtico inframundo para llevar a la joven de vuelta a casa. Sin embargo, el trabajo no funciona según lo planeado, y el hombre se encuentra en una difícil posición, en un estado de confusión, sobre qué medidas tomar. Debe reinventar los protocolos a los que se ha acostumbrado, aunque eso signifique liberar sus demonios personales para vencer las nuevas atrocidades y obstáculos que se le presentan.
La cineasta elige perforar directamente la mente envenenada de Joe para crear el retrato de un hombre lleno de contradicciones, dicotomías e instintos conflictivos. El protagonista fue víctima de violencia y maltrato, pero los detalles al respecto son fugaces; súbitamente irrumpen fragmentos del pasado que lo hacen reaccionar con pánico y malestar. Se insinúa que Joe es un veterano de guerra, pero no está del todo claro en qué misiones combatió. El interrumpir los sucesos del presente con destellos de horror en los que el protagonista ha sido partícipe o testigo responde a uno de los sellos distintivos de la realizadora. Hay un breve, pero demoledor flashback de un contenedor lleno de jóvenes -casi todas ellas asiáticas- atrapadas, amontonadas y sofocadas, y Joe todavía está obsesionado con esa escena. A pesar de su estado alterado, Joe ejecuta su trabajo como un mercenario despiadado. Tiene el valor de abandonar toda esperanza, pero sus obligaciones lo mantienen encadenado a la realidad, incluido el cuidado de su madre, cuya compañía atesora. Y hay un sentido del deber en su trabajo diario, poniendo a prueba sus límites al ser testigo de lo peor que la humanidad tiene para ofrecer.
Al ver a Joe merodear por las calles, su rostro absorbido a través del parabrisas de un automóvil, es difícil no pensar en Travis Bickle, otro exmilitar decidido a rescatar a una niña apenas adolescente de las garras de los proxenetas de Nueva York. Y aunque las tendencias de paranoia de Joe y su interés en proteger a los inocentes hacen eco de Taxi Driver (Dir. Martin Scorsese, 1976), el poderoso actuar del protagonista parece provenir del drama de acción criminal Get Carter (Dir. Mike Hodges, 1971) y la fábula de amoralidad Hardcore (Dir. Paul Schrader, 1979). Al igual que este par de filmes de los años setenta, You Were Never Really Here no teme arrastrar a la audiencia a los lodosos terrenos del abuso. Pero mientras aquellas dos historias -de hombres fuertes que esperaban encontrar una pequeña redención al rescatar a un inocente en manos de nefastos pervertidos- estaban plagadas de paternalismo, aquí encontramos a Joaquin Phoenix -con los ojos húmedos, una prominente barba grisácea, un cuerpo musculoso, pero flácido, garabateado con cicatrices de batalla que implican toda una historia de violencia- como una figura más comprensiva y fracturada; él mata para evitar que alguien más sufra lo que le ha sucedido. No es un asesino, es un vengador y su arma es un martillo, la misma herramienta de su torturador. Esta repetición evidencia su incapacidad para salir de un bucle sin fin de la violencia, que se origina en la memoria y se lleva a cabo en el presente. Para subrayar la desesperación de Joe, Ramsay recurre a la música compuesta por Jonny Greenwood; ritmos obsesivos, sonidos melódicos de las cuerdas arropados con perturbadores sintetizadores. El integrante de Radiohead confecciona un estado incierto de cordura, atmósferas turbulentas y psicóticas congruentes con los caminos turbios y caóticos que transita el personaje. Además, el diseño de sonido es impecable, intenso, frenético e impredecible. El sonido es una clave en el estrés interno y la psicosis de Joe; en su mundo, los trenes y las reverberaciones de la ciudad se hinchan con una inmersión aguda.
En una de las secuencias tempranas del filme, Joe visita a su jefe, John (John Doman), para conocer su próxima tarea. Mientras el segundo describe los pormenores del caso, el primero toma un puñado de caramelos de un plato y se acuesta en un sofá para comerlos poco a poco. Hablando en voz baja, Joe se pregunta a sí mismo: “¿Por qué nunca hay verdes?”. Luego encuentra un jellybean verde y lo aplasta lentamente entre sus dedos antes de comérselo. Este detalle resuena continuamente con un delicado significado visual y sensual en torno al anhelo; es difícil no pensar en Ezra Miller, en We Need to Talk About Kevin (2011), vertiendo cereal en la encimera y triturando ligeramente las piezas de colores con los dedos antes de comerlas. También viene a la mente James (William Eadie), de Ratcatcher (1999), que deseaba estar en los prados verdes fuera de Glasgow, o Samantha Morton en Morvern Callar (2002), que quería perderse en el verde desierto español. Pero más allá del recurrente simbolismo del verde en su filmografía, Ramsay enfatiza las distintas tonalidades del azul en You Were Never Really Here. Aunque la estrategia no es tan obvia y contundente como su afinidad por el rojo en We Need to Talk About Kevin, la cineasta recurre a puertas, sudaderas, ojos, camisones, destellos de lente deliberadamente visibles, charcos y lagos, todos en distintas tonalidades del azul. Las referencias al agua también abundan, incluyendo una de las secuencias más abstractas y poéticas del filme, justo cuando el protagonista se sumerge al lago. La belleza de la escena radica en la forma en que Ramsay interrumpe momentáneamente la trama trágica con un instante de esplendor extático para luego volver directamente al cuerpo solitario y maltratado del protagonista, rodeado de crueldad y cólera.
You Were Never Really Here es el relato sobre una persona que recorre su alma buscando culpabilidad al mismo tiempo que trata de mantenerse a flote en su cotidianidad. Ramsay se aleja de la representación explícita y visceral de la violencia, mostrándonos vislumbres ocasionales, en su mayoría posteriores, lo cual sugiere cuán rutinario se ha vuelto esto para Joe. Pero la violencia literal es rebasada por la violencia emocional, el tipo de tormento que la gente sufre a nivel interno, lo que subraya la decisión de Ramsay de evitar las escenas sangrientas: un espíritu maltrecho es mucho más contundente que la carne maltratada. Él mata fuera de la pantalla, y observamos a sus víctimas después del hecho, muertos en el suelo mientras la sangre se acumula debajo de sus cuerpos (ahí radica una probable interpretación del título original: Joe mata sin ser detectado, dejando solo cadáveres como confirmación de su presencia). El efecto es infinitamente más frío que una secuencia de acción rutinaria. Los recorridos nocturnos por la ciudad tienen una especie de energía maníaca, pero contenida; la cámara del cinefotógrafo Thomas Townend (Attack the Block, 2011) gira alrededor de las bodegas, los bares y los hoteles con una precisión inquietante. Mientras que, al momento de exhibir el rescate de Nina mediante, por ejemplo, un tracking shot de una sola toma, Ramsay muestra la secuencia desde la perspectiva de las cámaras de vigilancia del edificio. Es una estrategia silenciosa e inquietante que subvierte las expectativas posmodernas de la representación cinematográfica de la violencia.
El trastorno y los efectos del abuso (físico, psicológico y/o sexual) pueden ser difíciles de evocar en la pantalla con directores a menudo tan desesperados por recrear los aspectos viscerales en los que se sumergen vouyerísticamente. Pero Ramsay logra evocar las poderosas secuelas en la mente de la víctima mediante la elaboración de un retrato psicológico eficiente y emocionalmente potente que está entretejido con los temas de la angustia existencial y la expiación en un mundo inquieto, lleno de dolor y crueldad para mostrarnos la realidad última de nuestra prescindibilidad. La directora entiende íntimamente el lenguaje del sufrimiento. Sus relatos están habitados por personas rotas; personajes solitarios y desesperados por escapar de las decepciones de sus vidas y las tragedias que los acechan. Su enfoque poético para representar el sufrimiento humano hace de You Were Never Really Here un thriller brutal, desorientador y fascinante que explora las maneras desagradables en que el trauma reprimido puede resurgir, y cómo la violencia puede convertirse en un medio para extirpar los hematomas del pasado, demostrando que Ramsay no tiene miedo de desenredar los aspectos más desagradables de la condición humana mientras encuentra resquicios de belleza en el interior.