Reseña, crítica Nymphomaniac vol. 1 - ENFILME.COM
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FICHA TÉCNICA
Ninfomanía vol. 1
Nymphomaniac vol. 1
 
Dinamarca - Alemania - Francia - Bélgica - Reino Unido
2013
 
Director:
Lars von Trier
 
Con:
Stellan Skarsgård, Charlotte Gainsbourg, Stacy martin, Shia LaBeouf, Mia Goth, Christian Slater
 
Guión:
Lars von Trier
 
Fotografía:
Manuel Alberto Claro
 
Edición:
Morten Højbjerg, Molly Marlene Stensgaard Duración:
118 min.
 

 
Nymphomaniac vol. 1
Publicado el 19 - May - 2014
 
 
El cinismo de Lars von Trier es casi tan profundo como  su talento como cineasta y como sus deseos de ponerse por encima de los  demás incluso a costa de su propio cine. Sus películas ?sobre todo las  más recientes? deberían exhibirse con una advertencia: ?Serás  impresionado ?por momentos deleitado?; intentarán burlarte?. Con su  desparpajo característico, en Nymphomaniac vol 1., el infant terrible del  cine danés ha optado por dar él mismo este aviso, con una literalidad que debió parecerle divertida, pero que  no trasciende clichés, y juegos de imágenes y palabras, recursos  demasiado cortos para los alcances que ha probado tener. - ENFILME.COM
 
por Sofia Ochoa Rodríguez

Por Sofía Ochoa (@SofOchoa)

El cinismo de Lars von Trier es casi tan profundo como su talento como cineasta y como sus deseos de ponerse por encima de los demás incluso a costa de su propio cine. Sus películas –sobre todo las más recientes– deberían exhibirse con una advertencia: “Serás impresionado –por momentos deleitado–; intentarán burlarte”. Con su desparpajo característico, en Nymphomaniac vol 1., el infant terrible del cine danés ha optado por dar él mismo este aviso (lo explico más adelante), con una literalidad que debió parecerle divertida, pero que no trasciende clichés, y juegos de imágenes y palabras, recursos demasiado cortos para los alcances que ha probado tener.

Después de una larga, constante y exitosa campaña de difusión que enfatizaba la desnudez y el sexo, gracias a que fue planeada maquiavélica y tramposamente, Nymphomaniac (que por cuestiones de larga duración, se dividió en dos volúmenes en la mayoría de los países) se estrenó con altas y lujuriosas expectativas. Con este filme, Lars von Trier fusionó de manera indiscerniblemente retorcida el cine de autor y la pornografía.

Evidentemente el perfil liberal del público potencial de esta película estaba delimitado desde el título, un perfil que von Trier confronta con gusto. Primero, la imaginación y prejuicios del espectador: Lo expone a una pantalla en negros mezclados con sonidos metálicos, rechinidos, agua… Después, envuelve la supuesta apertura que conlleva el consumo de la pornografía en un esquema arquetípico y tradicional: Seligman (“hombre bendito” en alemán, Stellan Skarsgård) encuentra tirada y golpeada en un callejón de lo que parece ser Londres a Joe (muy cerca del “joy” –gozo, en inglés–, Charlotte Gainsbourg), a quien para ayudarla, traslada a su sencilla morada –reminiscente a la celda de un monje– y quien le relata cronológicamente su historia sexual, pues, según ella, ésta explicará porqué  se considera “un ser humano malo”. La advertencia moral está planteada a manera de apología del morbo del espectador: nos sumergiremos en un largo relato pornográfico, no para disfrutar los detalles escabrosos y sensuales de sus encuentros, sino para juzgar si se equivocó –si “pecó”– lo suficiente como para ser condenada. Es el recurso de la novela picaresca del siglo XVIII: se relatan pasajes y pasajes de un protagonista pecaminoso para finalmente dar una lección sobre la virtud, muchas veces a partir del arrepentimiento de los protagonistas.  Solo que aquí el “pecado” intenta despojarse de sus connotaciones religiosas, pues ni la relatora ni el escucha son practicantes. Aparentemente, von Trier pone a salvo las intenciones del espectador a cambio de que sea él –acompañado de Seligman (un varón)– quien juzgue a una mujer de quien solo sabemos dos cosas: que ha vivido para el placer y que, al menos indirectamente, se considera culpable. Pero el escenario perversamente convencional que monta para desplegar su pornografía sirve para imponer más preguntas. Solo queda poner atención.

Por si no ha quedado suficientemente clara la obvia trampa a la que von Trier nos expone, la explica Seligman con paciencia. Joe necesita inspiración para hacer avanzar su relato. Y ésta la obtiene de los objetos hallados en el cuarto de su interlocutor y de sus cultas intervenciones, que darán nombre a cada uno de los ocho capítulos que conforman la historia. Un anzuelo clavado en la pared, por ejemplo, con el que Seligman atrapó a un pez “grande”, sirve para que ella comience su relato. La confección de plumas del anzuelo, con el que se atrae a la presa, se llama ‘ninfa’ y ‘ninfa’ es también el estado joven de un insecto (que Seligman relaciona con la narración sobre sus años de ninfómana en gestación). Ninfa, y esto ya no lo explica, también es una joven hermosa, una deidad de la naturaleza en la mitología y los labios de la vulva. Es por esto último que la palabra ‘ninfómana’ no tiene masculino. Si estamos viendo esta película es porque nos hemos tragado un anzuelo que eventualmente ocasionará dolor.

El estilo visual también refleja la encrucijada moral. Sabemos que Lars von Trier tiene ambiciones totalitarias, que no ha dejado de trabajar para perfeccionar su dominio de todos los estilos, de todos los géneros. En Nymphomaniac los mezcla nuevamente. Usa una estética glamurosa y ultratrabajada no para acentuar senos, como lo hizo en Melancholia (2011) con Kirsten Dunst, sino para resaltar gotas de agua, ladrillos, la tapa de un bote de basura. Al sexo lo despoja de maquillaje, de glamur, de ambigüedad, de sensualidad y –como anuncia el slogan de la película– de amor: lo retrata con luz blanca, sin erotismo, y lo vuelve tan animal, didáctico, repetitivo y maquinal, incluso ridículo, como puede llegar a ser. Como contrapunto, las secuencias entre Joe y Seligman están filmadas para verse aburridas: casi monocromáticas, semioscuras, sin contrastes, casi sin movimiento, solo vemos a estos dos protagonistas hablar y hablar en lenguaje literario, como si estuvieran leyendo, incluso cuando Joe se muestra ignorante frente a las preguntas de alta cultura de Seligman. Añade imágenes de archivo, ilustraciones, paisajes preciosistas, reminiscencias del Dogma, pero dentro de toda esta mezcla, contrasta particularmente el estilo del cuarto con el de los encuentros sexuales.

La actriz que interpreta a la joven Joe, la también modelo, Stacy Martin, aunque es de la misma complexión que Gainsbourg, es más hermosa de lo que ella –que heredó la mandíbula de su padre, Serge–, pudo haber sido. Su bello y fresco (un tanto a la Lolita) personaje, como guiño al público masculino, no tiene reparo alguno en acostarse con quien sea, sin discriminar edad, religión, físico, nada. Tiene el apetito sexual de las fantasías de un hombre y no tarda en aprovecharse de esto. En una secuencia en la que ella y una amiga, a manera de competencia, levantan presas en un tren,  se topa con un obstáculo, una excepción, un escándalo: un hombre que no accede a sus deseos. Pero rápidamente el problema es resuelto: todo era una especie de confusión, una sencilla ecuación interrumpida por un elemento prescindible frente al deseo sexual: el deseo de trascendencia. Como en la fantasía más básica de un hombre, ella se aventaja de la vigorosidad de los hombres, arregla citas continuas para tener sesiones con cada uno, y se burla de su vanidad: a todos les dice que son el mejor con el que ha estado. Su mayor rebeldía en su juventud es contra el amor como una imposición social. Con sus amigas destruye corazones del Día de San Valentín, y canta en tono sacrílego y brujil: mea maxima vulva. Sin embargo, su historia, como en cualquier comedia romántica, avanza a partir del amor que desarrolla por Jerome (Shia LaBeouf), un tipo que podría ser atractivo, carismático, aunque burdo. La única auténtica razón que la película da para justificar su enamoramiento es que él fue el primero.

El personaje de la heroína está limitado por su condición de ninfómana; sus fantasías están marcadas más por la necesidad que por la pasión. A nivel visual, Lars von Trier no tiene demasiado interés en indagar en las psicología de los personajes. Quizá la salvedad sea la esposa despechada de uno de los amantes, interpretada por Uma Thurman, un episodio filmado con reglas del Dogma, en el que Joe se muestra fría frente a la loca desesperación de la mujer desilusionada, que envenena a sus hijos de coraje; la ninfómana prueba no tener compasión por las víctimas colaterales de sus acostones, y sí una necesidad egoísta de  mantener su agenda sexual en orden, sin contratiempos. Salvo por este episodio, Martin (y LaBeouf) no aporta misterio a la historia, pero los diálogos entre la Joe mayor y Seligman son tan elaborados, más que las imágenes, incluso que las actuaciones, que son en éstos donde las ideas se vierten.

La película está narrada con tal ritmo que jamás se detiene, ni siquiera en las intervenciones de Seligman, que a veces tropiezan cuando pretenden bromear y aligerar el relato. El volumen 1 es una larga introducción a algunos temas más interesantes que serán abordados posteriormente, donde será más evidente el pastiche que von Trier ha hecho a partir de la autorreferencialidad –pues el placer y el dolor femeninos han sido una constante en su filmografía– y donde se dará respuesta a varias incógnitas que se desprenden de esta primera parte: no solo si Joe es mala, como ella misma presume; también, a partir de qué esquema está juzgando el espectador y, finalmente, qué tan confiables son cada uno de los dos interlocutores, que evidentemente tienen intenciones subjetivas entre ellos.

 

 

Nymphomaniac vol. 2 sí estrenará en México, aunque aún no tiene fecha de estreno.

 
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