La ciencia ficción moderna es la única forma de la literatura que constantemente considera la naturaleza de los cambios que enfrentamos, sus posibles consecuencias, así como las posibles soluciones. Esa rama de la literatura tiene que ver con el impacto que ejercen los avances científicos sobre los seres humanos.
Isaac Asimov
Como lo plantea Isaac Asimov, el objetivo del género de ciencia ficción es desarrollar los mundos del futuro a los que nos acercamos cada vez con mayor velocidad –y que muchas veces nos rebasan– para estudiarlos y confrontarlos con el hombre y la realidad actual en aras de encontrar el mejor camino, o quizás explorar los peores escenarios a los que nos podría llevar nuestra mente. Desde un Frankenstein concebido por Mary Shelley hasta un viaje a la Luna llevado a cabo por George Mélies y su capacidad ilusionista, el hombre ha encontrado en la ciencia ficción un espacio para manifestar su admiración y a la vez temor hacia su propia capacidad como creador.
La clonación, nuestra naturaleza depredadora hasta el punto del canibalismo, las máquinas que nos rebasan en inteligencia pero no en empatía, la pérdida de identidad, son temas recurrentes del género pero abordados con dos propósitos distintos en el cine. Por un lado, están los que indagan en los alcances de nuestra propia y fascinante naturaleza proyectada hacia al futuro, sometida a contextos casi impensables (Moon, 2009; 2001: Una odisea del espacio,Blade Runner, 1982); por el otro, están quienes enfocan sus esfuerzos en detallar formatos visuales capaces de trasladarnos a una Tierra postapocalíptica, o a infinidad de planetas poblados por máquinas indestructibles a través de gráficos en formato IMAX 3D hermosamente diseñados (The Island, 2005; I, Robot, 2004; TRON: Legacy, 2010).
Oblivion, segundo largometraje de Joseph Kosinski (director de TRON: Legacy, 2010), nos lleva al año 2077 para mostrarnos una Tierra destruida y deshabitada luego de que la humanidad enfrentara una guerra contra invasores del espacio, los “carroñeros”. Durante la lucha con armas nucleares, la Luna fue destruida. Como consecuencia, una serie de catástrofes naturales y desechos radioactivos dejaron al planeta inhabitable. El triunfo para la especie humana tuvo un costo impagable. La historia sigue a un mecánico, Jack (Cruise), y a su compañera y amante, Vika (Riseborough), los dos últimos humanos que habitan la Tierra, a los que les ha sido borrada la memoria por seguridad, y que tienen la misión de cuidar el planeta y reparar los drones, máquinas vigilantes cuyo propósito es evitar ataques de los últimos carroñeros que aún no se han ido. El resto de los seres humanos esperan en Tet, la estación central, para ser enviados a Titán, uno de los satélites de Saturno que se ha convertido en su hogar.
Jack y Vika viven en una cápsula suspendida sobre la superficie del planeta, mientras son enviados a la estación central desde donde Sally (Leo), jefa y comandante de ambos, dicta las órdenes y misiones, y, después, a Titán con el resto de los humanos. Jack experimenta vagos recuerdos que lo atormentan. Sueña con una mujer, que parece ser su pareja en un momento previo a la guerra. Como un WALL·E humano –pero sin su encanto, y con mueca de misión imposible–, redescubre en sus recorridos objetos que quizá formaron parte de ese pasado que no puede recordar. Colecciona libros, discos de vinilo, una gorra de los Yankees… todos estos elementos que le permiten viajar a las frágiles reminiscencias de lo que antes fue.
Las cosas cambian cuando, durante una misión, Jack rescata a una mujer luego de que la nave en la que viajaba con otros tripulantes se desploma y choca contra las ruinas de El Pentágono. La misteriosa Julia (Kurylenko), es la única que sobrevive al incidente gracias a la ayuda de Jack, quien de pronto parece fascinado por aquella figura que ha visto en sus sueños. La llegada a su vida le desencadena dudas sobre su pasado, el planeta que habita y su propósito en él. Por su parte, Vika se sume en una telaraña de celos, por lo que ambos dejan de ser “efectivos” para la misión que les ha sido encomendada.
Kosinski y sus guionistas, Karl Gajdusek y Michael Arndt (Little Miss Sunshine, 2006; The Hunger Games: Catching Fire, 2013; Star Wars: Episode VII, 2015), plantean con suficiente solidez el escenario apocalíptico al que nos introducen. Nos persuaden a aceptar las reglas de este nuevo mundo –retomado de la novela gráfica del mismo nombre del director. Sin embargo, al igual que le sucedió a Konsinski con Tron, las energías están más enfocadas en la creación de escenarios y espacios minimalistas, donde imperan los colores grises y blancos y que relucen gracias a la fotografía (a cargo deClaudio Miranda, ganador al Oscar a Mejor Fotografía por Life of Pi, 2012), que en la profundidad de la narrativa y los temas que aborda. Como en muchas películas de ciencia ficción, el mensaje golpea al espectador conforme descubrimos el verdadero rostro del enemigo y así la naturaleza escondida del hombre; pero en este caso el trancazo se queda en gesto que no trasciende. Queda en duda cuál es la verdadera visión del director sobre el futuro; si le importa más impactar a través del diseño de otros mundos o realmente cuestionarnos sobre las posibles consecuencias de la tecnología sobre el ser humano y su entorno.