Ve aquí la conversación de Guillermo del Toro con Thomas Vinterberg y Mads Mikkelsen sobre Druk
Por: Víctor Rivas (@Victor_Rivas)
Si una película inicia con “¿Qué es la juventud? Un sueño ¿Qué es el amor? El contenido de un sueño”, reflexiones firmadas por el filósofo danés SØren Kierkegaard, es presagio de algo sacudidor. Así abre Druk (2020); su director, Thomas Vinterberg, regresa al alcohol y la fiesta que nos había encandilado con su gran Festen (1998).
Martin (Mads Mikkelsen), el profesor de Historia contemporánea de una prepa pública danesa, se ha quedado vacío, sin historia, sin decir nada que motive o apasione a sus alumnos, quienes, a su vez, están en ese punto natural e importantísimo de sus vidas: beber hasta perderse o beber hasta volver a perderse, es su encomienda. Martin y sus 3 colegas cuarentones han decidido experimentar con el alcohol, pero de modo científico. Acuden a sus clases con un par de copas encima para meterle un poco de chispa y emoción a sus cátedras, bueno, con tres, cuatro… o más. Pronto, como es natural, recuperan ese ánimo cándido que da la copita. Retoman su joie de vivre en plena aula, los alumnos se animan, nadie sospecha nada, además, es un gran momento, pues es ya el fin del curso y todos se irán a la universidad, solo que deben aprobar sus últimos exámenes. Cada uno de los 4 profesores participantes del experimento etílico moja en extensión las vidas de sus familias. Es en Martin en quien la angustia de la vacuidad, el dolor de haber fallado, de no ser el que quiso ser o el que dijo que sería, lo sobrecoge. Su esposa y sus hijos le dan la espalda y él cae en una adolescencia tardía. El juego revienta y se impone trágicamente.
“Toma un trago (de vodka), pero no lo conviertas en un hábito”, recomienda a escondidas el profesor de música a un estudiante quien está a punto de presentar su examen oral de filosofía, con él mismo como sinodal, acerca de Kierkegaard; el chico, envalentonado, desinhibido, explica el famoso concepto de la angustia del filósofo: un ser humano es una síntesis del espíritu y el cuerpo, el concepto de angustia muestra cómo un ser humano afronta la noción de fallar y la de haber fallado, debes aceptarte a ti mismo como un ser humano falible para así amar a los demás y la vida. Ahí el quid de la idea que Vinterbeg deja caer sobre su personaje principal: Martin debe recuperar esa angustia, pero llevarla a la habitación abierta de la aceptación de haber fallado; debe equilibrar el cuerpo y el espíritu. Y así sucede. Martin se gradúa junto con sus alumnos, se descubre nuevo, vivo.
Todo se corona cuando suena ese himno juvenil y rozagante que es What a Life del grupo de technopop danés de Scarlet Pleasure: Martin es poseído por Dioniso, brinca, baila, bebe, besa, brinda, baja, como esa opción B (Baco) que todos tenemos cuando el plan A (Apolo) no funciona; Martin se deja abrasar por la fuerza ardiente y sentido del desfogue e ímpetu frenéticos, sube, sonríe, canta borracho ya no de angustia, de bienestar, es el dios tracio en tierras de Hamlet angustiado, pero feliz.
Vinterberg dice a los adultos, cuarentones, que la vida masculina se aligera en el interior con unos tragos. La obra se corre desde las perspectivas de hombres de familia, clase medieros, sin pretensiones: un historiador, músico, un psicólogo y el profe de deportes; todos duelen, pero siguen, se aguantan -eso creen- como machos latinos (vikingos), pero necesitan un placebo, la crisis de los cuarenta se la van a tomar agitada, no revuelta.