Reseña, crítica Oz, el poderoso - ENFILME.COM
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FICHA TÉCNICA
Oz the Great and Powerful
Oz, el poderoso
 
EE.UU
2013
 
Director:
Sam Raimi
 
Con:
James Franco, Mila Kunis, Rachel Weisz, Michelle Williams, Zach Braff, Bill Cobbs, Joey King
 
Guión:
Mitchell Kapner , David Lindsay-Abaire
 
Fotografía:
Peter Deming
 
Edición:
Bob Murawski Duración:
 

 
Oz, el poderoso
Publicado el 25 - Mar - 2013
 
 
Los arcos dramáticos del filme quedan abiertos a nuevas historias, pues la obra de Frank Baum alberga literalmente decenas de éstas dispuestas a ser contadas. - ENFILME.COM
 

Por Édgar Beltrán (@edgarAllanys)

Hace no mucho tiempo, en un lugar no muy lejano, existió una película llamada El mago de Oz (1939), dirigida por Victor Fleming, donde se nos contaba la historia de Dorothy (Judy Garland), una pequeña niña que, por un arranque infantil, pierde comunicación con su familia hasta caer en un tornado que la lleva al más extraordinario viaje de su vida que hubiera preferido no vivir, pues su trayecto a lo largo de la tierra de Oz lo realizó con un único objetivo en mente: salir de ahí, pedir al mago Oscar Diggs que la regresara a su hogar, con la familia y amigos que dejó, aunque en casa no hubiera –literalmente hablando– color más vivo que el de ciudad Esmeralda (únicamente la parte que se sitúa en Oz está en technicolor, el resto es en blanco y negro). 

En la precuela de Fleming, Oz, el poderoso, dirigida por Sam Raimi, seguimos el viaje de un bastante común y corriente Oscar Diggs (Franco), que busca convertirse en alguien grandioso, a la tierra de Oz. Al inicio (también en blanco y negro), está harto de su pobreza, pero también de su mediocridad como mago de circo nómada. Busca una oportunidad en el futuro, donde haya suficiente riqueza para cambiar de guardarropa, y de ese ambiente y actitud cínica que lo hace caer en un tornado que lo lleva hacia una tierra de brujas (buenas y malas), magia y engaños (también buenos y malos). Esta tan buscada oportunidad de reinventarse coincide con su repentina llegada a Oz. Cuando cae del cielo se encuentra con Theodora (Kunis), una bruja buena, que lo identifica como el mago que, según una ansiada profecía, rescatará a la ciudad Esmeralda de las garras de la malvada bruja y así regresará la paz y la libertad a la tierra de Oz. Después del rescate, el mago será proclamado como rey, y obtendrá el enorme tesoro de la ciudad. La oportunidad de cambiar de vida se le presenta como única a Oscar y, aunque él sabe que no cuenta con los poderes mágicos que los habitantes de Oz esperan que su salvador ostente, decide montar un engaño con tal de conseguir el vasto tesoro. 

Si bien los dos filmes apelan a la magia y cuentan cómo dos personas se valen de ésta para enmendar los errores del pasado, el protagonista de la versión de Raimi, producida por Disney, es mucho menos luminoso que Dorothy, debido al dolor y la culpa que él mismo padece por saberse un fraude frente a su público, un impostor ante la población de Oz y un traidor con la mujeres. Su ambición lo lleva lejos, pero su inseguridad le impide concluir con sus objetivos, y lo distancia de la mujer que ama. 

De estos dos viajes, el más reciente es el que mejor recupera la esencia de la obra de Lyman Frank Baum, escrita en 1900, puesto que la crítica a los rasgos más miserables de la sociedad no solo está dibujada a manera de caricatura, como en la versión del 39, sino que es atajada con mayor complejidad. La maldad en los antagónicos e incluso en el personaje principal es la consecuencia de padecimientos humanos como los celos, la avaricia, el miedo o la inseguridad. Los personajes libran batallas internas y las consecuencias se reflejan en el exterior. No siempre saben discernir entre el bien y el mal, y muchas menos veces tienen el valor para enfrentarlo cuando ya lo tienen ubicado. Oscar logra convertirse en quien anhela gracias a la confianza que el personaje de Michelle Williams, la Bruja Glinda, deposita en él, aún a sabiendas de sus defectos: “En un mundo tan devastado como este, todos necesitamos alguien en quien creer”, le dice. Y, más adelante, añade: “...deberíamos comenzar por creer en nosotros mismos”. La premisa ya es un lugar común en la pantalla grande, pero en ésta ocasión es abordada con mayor oscuridad y luminosidad a la vez. Los personajes inician en los extremos de la vileza y la bondad, y conforme avanza el filme aprenden y se afectan los unos a los otros; algunos logran encausar su personalidad hacia sus objetivos, y otros son víctimas de su temperamento. Theodora, por ejemplo, la acaba limitando y transformando su carácter. Mientras que Oscar aprende a sacar provecho de sus defectos. 

La técnica y estilo que Sam Raimi ha ido perfeccionando a lo largo de su trayectoria cinematográfica convergen adecuadamente en este filme. La oscuridad y humor de Evil Dead (1981), el espectáculo visual de las historias en la trilogía de Spider-Man (2002-2007) –donde los efectos y escenas de acción eran de suma importancia–, así como la crítica al sistema social, político y financiero norteamericano de Arrástrame al infierno (2009), aportan profundidad, realismo y un detallado estilo visual a Oz, ese lugar que Frank Baum describía lleno de color, para contrastarlo con el mundo carente de vida y opaco en el que vivimos, rodeado siempre de pesadumbre, y en el que sus habitantes parecen juguetes que se mueven según la disposición del viento; igual de sencillo es guiarlos que destruirlos. 

Los homenajes y remembranzas al filme del 39 son los adecuados, tanto en forma como en cantidad: vemos un león que ruge ferozmente pero que se retrae después de ver un poco de humo, pues le falta valor (en la versión de Fleming el león cobarde es uno de los protagonistas), aparecen los caballos que cambian de color y que aquí vemos que existen en grandes cantidades (sabemos que en un futuro solo quedará uno y será quien lleve ante el mago de Oz a Dorothy), Los espantapájaros están ahí como estandarte de una guerra, como presa para mandriles voladores, sin cerebro para poder discutir el por qué de haber sido elegidos como carnada, sin la valentía o el corazón mostrados en la versión de Fleming, donde uno de estos es el fiel aliado y protector de Dorothy.

Las actuaciones de Mila Kunis, Michelle Williams y Rachel Weisz, como tres de las cuatro brujas de Oz, cumplen el claro objetivo de mantener un tono dramático exacerbado, al nivel de los barrocos y luminosos escenarios trabajados en CGI. Kunis despunta en este tono cuando tiene que convertirse en la bruja cliché de Halloween. James Franco, cuyo papel más comentado injustamente ha sido su catastrófico desempeño como presentador de los Oscar al lado de Anne Hathaway en 2011, es el perfecto charlatán como Oscar. El actor sabe aprovechar este oscuro suceso y ciertos prejuicios que el público ha creado en su contra, para pintar a un naturalísimo cínico cuya sonrisa habla por sí sola de su egoísmo, su vanidad, su deseo de sacar ventaja, pero también de su enorme inseguridad y miseria. Franco acapara la atención con su sarcasmo y desvergüenza, sin embargo, habiendo logrados sus objetivos –aunque no iniciales– se ve transformado en, sino en un alma llena de luz, alguien con el poder suficiente de reconocer los errores cometidos en su pasado.

Al contrario de Alicia en el país de las maravillas (2010) de Tim Burton, donde el impacto visual es tal que se interpone entre el público y los personajes, o incluso en la narrativa, Raimi explota el recurso conforme la historia lo necesita. La tierra de Oz es presentada con la majestuosidad que requiere. Aquí las telas verdes que, después de ser trabajadas en computadora, se convierten en castillos y paisajes dignos de un cuento de brujas, aderezados de la correcta cantidad de oscuridad y de color, cooperan en hacer de la tierra de Oz la soñada “tierra de las oportunidades”.

Los arcos dramáticos del filme quedan abiertos a nuevas historias, pues la obra de Frank Baum alberga literalmente decenas de éstas dispuestas a ser contadas. Tras el éxito monetario de este primer capítulo de la nueva saga de Disney, es obvio que en los próximos años veremos las jugosas secuelas. Los estudios del ratón iniciaron con paso firme a contar las anécdotas de la tierra de Oz. Como en su antecesora, éste es un lugar donde los viajeros se encuentran a sí mismos. La contratación de Raimi (así como, en su momento, la de Burton) le da a Disney un soplo de frescura que le ayuda en su búsqueda –iniciada de la mano de Pixar– de nuevos estereotipos (más allá de las princesas) que liguen a sus filmes con la sociedad actual. En este trabajo, este nuevo tipo de magia hace de sus princesas, brujas; de los villanos, víctimas de sus héroes, y de su personaje principal, una veleta con férrea columna a disposición, no de sus valores, sino de sus ambiciones.

 

 
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