El cine de Nicolás Pereda debe entenderse como un ensayo en el que, como cualquier trabajo de este tipo, se elabora un tema a partir de una pregunta desde un punto de vista personal. Así de simple. La pregunta que da origen a Perpetuum Mobile es una pregunta vieja, que recuerda un poco a la pareja de Esperando a Godot, de Samuel Beckett, a los personajes de Permanent Vacation (Jim Jarmush, 1980) o, para dar una referencia más cercana, a los adolescentes atrapados en el multifamiliar de Tlatelolco de Temporada de patos (Fernando Eimbcke, 2004): ¿qué tanto podemos seguir esperando?

Gabino, interpretado por Gabino Rodríguez, actor de cabecera de Pereda, es un veinteañero que tiene una relación violenta y degradante con su madre (Teresa Sánchez), con quien vive. Él le exige, ella se queja, él no la escucha. Sus días transcurren entre mudanza y mudanza —de ahí el nombre de la película— que realiza con su compañero interpretado por Francisco Barreiro (Somos lo que hay, 2010). Gracias a este trabajo la historia transita por viñetas que muestran relaciones donde la incomunicación y la indiferencia son la regla.

Un joven es desalojado de la vecindad donde vive y su madre se rehúsa a darle espacio en su casa para sus muebles porque a su pareja le disgusta el desorden. En otro episodio, una mujer mayor ha decidido dejar al marido con el que ha vivido más de una década, él se entera que existen problemas entre ellos cuando Gabino toca a su puerta. En una especie de espejo con veinteañeros, una joven se va de la casa que comparte con su ex novio, el nuevo novio los encuentra a ambos en el departamento mientras discuten quién se queda con qué.

Perpetuum Mobile se contrapone al cine comercial recordándonos que la vida diaria no es tan mágica como en las pantallas hollywoodense; retrata lo cotidiano, sin que falte el humor, con absoluto sentido de la intrascendencia y haciendo hincapié en lo aparentemente banal para que surja significado de la nada. De esta manera, aburrirse como espectador observando a una mujer y a su hijo sentados en un sofá puede, si se quiere, si se busca, darle sentido al resto de la trama.

Para el director, esta es su película más convencional. A diferencia de sus otros trabajos, esta es la ficción más clara, donde la narrativa ha sido apretada con más fuerza y donde hay poco espacio para las sorpresas. Aún así, sigue siendo un encuentro de exploraciones: si el espectador no está en una búsqueda es probable que el significado desaparezca ante su mirada.