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Presunto culpable
Publicado el 15 - Feb - 2011
 
 
Presunto culpable revela el rostro macabro de la justicia mexicana. Un documental que todos debemos ver, porque un día podemos ser víctimas de quienes, supuestamente, están ahí para defendernos de los criminales. - ENFILME.COM
 
por Héctor Zagal

El infierno es un invento mexicano 

Presunto culpable revela el rostro macabro de la justicia mexicana. Un documental que todos debemos ver, porque un día podemos ser víctimas de quienes, supuestamente, están ahí para defendernos de los criminales.

 

Algunos ilusos pensábamos que, en México, las investigaciones las llevaban a cabo detectives que interrogaban con respeto e imparcialidad a los sospechosos. Las series inglesas Prime Suspect (1991) e Inspector Morse (1987-2000) eran mis ingenuos referentes. Pensábamos que tales investigaciones se apoyaban en equipos de peritos científicos al modo deCSI Las Vegas (2000) (y sus secuelas, CSI Miami, 2002, y CSI Nueva York, 2004). Según éstas, parece imposible no dejar rastro de un crimen. Siempre hallan evidencia física: un cabello, un mancha de grasa, la huella de una llanta. En uno de los casos más peliagudos, el Crime Scene Investigator descubre que se deshicieron del cadáver alimentando a un cardumen de pirañas que el homicida tenía en su casa. El CSI toma muestras del colesterol de los peces y los encuentra desusadamente altos. Y luego, supongo, les practica la autopsia a las pirañas. Supongo.

 

En el colmo del optimismo, imaginaba a nuestros agentes razonando horas y horas con “sus pequeñas células grises”, al modo de Hércules Poirot. ¿Cómo encajar a la perfección toda y cada una de las mínimas piezas del rompecabezas? No otra cosa es un delito que un acertijo, un cubo de Rubrik.

 

Según mi absurdo imaginario, la impartición de la justicia consiste en llevar al presunto delincuente al tribunal. El juez preside en una hermosa sala recubierta con lambrines de madera. Ahí el acusado y el acusador esgrimen los argumentos más sofisticados, avalado por sabios, frente a un jurado imparcial.

 

El documental retrata la miserable realidad. Antonio, acusado sin una sola prueba, recibe la condena a 20 años de cárcel por un homicidio que no cometió. El primer defensor, un abogado de oficio, incumple con su deber y no presenta batalla. La familia del presunto culpable encuentra un par de jóvenes abogados que hacen suya la causa de Antonio. Poco a poco se van descubriendo entuertos y trapisondas.

 

Resulta que el defensor de oficio carece de cédula profesional para litigar. Ahí nomás para comenzar. Gracias a ello, se “repone” el juicio. La verdad es que no tengo idea de si ese es el término técnico: “reponer”, pero precisamente esto es parte del quid del documental. La impartición de justicia se ha vuelto tan técnica, tan esotérica, que sólo unos pocos iniciados tienen acceso a ella. El “Derecho” (me choca ponerle mayúsculas) se aleja más y más de las personas, hasta el punto de que unos señores detrás de unos escritorios pueden decidir sobre nuestra vida sin que nosotros podamos comprender los motivos por los que nos condenan o nos absuelven.

 

Los jóvenes se van a Estados Unidos a un posgrado, pero consiguen que un penalista se haga cargo del asunto y, desde lejos, siguen el tema. El defensor descubre más y más irregularidades. Los retratos hablados no constan en el expediente y, por ello, no hay manera de constatar si hay parecido entre ellos y el presunto culpable.

 

La prueba de pólvora, esa que demuestra si uno disparó recientemente un arma, es negativa. Simplemente, nadie puede probar alguna relación entre el acusado y la víctima. Tres testigos aseguran que el presunto culpable se hallaba en otra parte de la ciudad cuando el delito. Sólo un testigo apoya al ministerio público, pero este testigo ni siquiera vio el disparo. Y, en el colmo de los colmos, el testigo se echa para atrás en el careo, frente a la cámaras.

 

¿El resultado? el juez vuelve a declarar culpable al pobre Antonio añadiéndole unos días más, quizá por andar de rezongón, para que aprenda “a no llevarse”. Tal y como lo consignan las imágenes el juez actúa discrecionalmente, arbitrariamente. Y de los investigadores, mejor ni hablar. Dan miedo.

 

El defensor apela la sentencia. Pero eso no se los platico.

 

Me llamaron la atención varios puntos. El primero, el más evidente: la historia da un vuelco con la presencia de las cámaras. En el momento que se comienza a grabar la historia, la causa se transparenta y, sobre todo, se graba. Los procedimientos quedan ahí, testigos. Se abre la posibilidad de exponer frente a la opinión pública los rostros de los involucrados. Me queda claro que la justicia debe ser transparente. Esto significa que, incluso en un nivel físico, los espacios deben ser claros, abiertos al escrutinio de las miradas.

 

La segunda: las cárceles son un asco. El hacinamiento es infrahumano. Difícilmente se logrará la readaptación social de alguien que pasa por ahí. Ya lo sabíamos. Pero una cosa es oírlo y otra, muy distinta, verlo.

 

Otra tragedia: en México una “equivocación” de la justicia no acarrea graves consecuencias para quienes cometen estos “errores”. Con un “usted disculpe” se acabó el asunto.

 

Quizá, al final, lo más contundente es la reflexión: por cada inocente en la cárcel hay un culpable, impune, en la calle.

 

Presunto culpable: un título elocuente, pues lo que la justicia debe presumir es la inocencia. “Cualquier persona es inocente hasta que se demuestre lo contrario”, reza el principio jurídico. Y, sin embargo, el proceso de Antonio muestra lo opuesto: el acusado es culpable a pesar de las pruebas. Si el testigo de cargo atestigua que no vio el delito, ¿cómo es posible que el juez dicte nuevamente sentencia condenatoria? Porque el juez, al menos el de este caso, no dicta sentencia con base en la evidencia física ni en los testimonios. Ojalá y este hombre haya presentado su renuncia y se haya largado a cultivar alcachofas en Sudán.

 

El documental es ácido porque muestra el mundo: millones de fojas —otro ridículo arcaísmo— archivadas en legajos dentro de bodegones, el tintineo de las viejas impresoras, la humillante condición en que se presenta al acusado, la dejadez de las secretarias, la arrogancia de los agentes.

 

Presunto culpable va más allá del documental, una historia corta, un cuento trágico. Hay nudos, clímax, trama, personajes. Pero, sobre todo, al modo de las tragedias griegas, catarsis. Simpatía, que significa “padecer junto con”. Nos identificamos con el personaje, porque sabemos que, cualquiera de nosotros, podría, dios no lo quiera, estar en su caso.

 
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