Por Jorge Hernández Jiménez (@uneZebre)
La segunda parte de lo que amenaza con volverse una franquicia tiene un error fundamental. Éste no es técnico, no tiene que ver con el desarrollo del filme como tal. Es, más bien, ontológico: esta película simplemente no debería de existir. Para hacer una crítica de este filme, al que –de verdad– le quiero sacar algo de positivo para no sentir que perdí 109 minutos de mi vida que pudieron ser invertidos en Twitter, quisiera concentrar en Tailandia, la novedad que presenta esta entrega con respecto de la primera entrega. Este detalle es simple a primera vista pero, como se verá, no lo es tanto.
La premisa de la historia es la boda de Stu (Helms) que se realizará en Tailandia. So far, so good. La fotografía de la película genera un primer impacto con tomas de lo que –alguien me corregirá– es un archipélago: un paraíso natural de playas, bosques y mar azul. El espacio es prácticamente virgen o, digamos, indómito. Es ahí donde empieza la verdadera trama, pues ¿Qué pasó ayer? 2 no es una película sobre la reconstrucción de la noche anterior, sino una película sobre la conquista. La fotografía construye a lo largo de la película enunciados sobre un lugar que constituye un reto, una geografía que pasará de dominante a dominable. El lenguaje de la película lo hace evidente desde esos primeros paisajes: un lugar que hay que asir de una buena vez. Podría citar hasta cansarme ejemplos de este recurso (clic a cada título para ver la imagen): Pocahontas (y, por lo tanto, Avatar), King Kong, La caída del halcón negro, Parque jurásico.
Los americanos no tienen mayor hambre de horizontes al llegar a Tailandia. Más bien reclaman lo que creen que ya les pertenece: una mujer llamada Lauren de origen estadounidense cuyos padres viven en Tailandia. Lo primero que vemos del jefe de familia es la mirada endurecida de un hombre que ha llevado bien a su tribu hasta que la hija decide casarse con el forastero, del cual dice “no tiene la mirada de un hombre” y luego, en una analogía forzadísima, lo describe como una suerte de arroz a lá pottage. Este personaje cumple la serie de requisitos que Hollywood exige de un suegro extranjero: hablar místico, ser insoportable y estar en desacuerdo con que la hija se case. Es decir, un motor dramático barato. No conformes con el estereotipazo, esta suerte de jefe Powhatan tailandés le demuestra al grupo de conquistadores su reticencia de ceder a Lauren, la Pocahontas asiática del 2011. Y bueno: si la objetivización de la mujer no basta con el papel de la hija, la madre no dice una sola palabra en toda la película –el tema es manía del director Todd Phillips: en la primera entrega, pero también en Todo un parto y en Aquellos viejos tiempos.
Pero los chicos liderados por el John Smith de gafas oscuras, Phil (Cooper), van a casar a su amigo, le guste al viejo o no, y esto porque es su derecho, ¿no? A pesar de que podrían sólo ignorar al suegro, deciden ser conciliadores y la única manera de hacerlo es demostrar que pueden dominar su entorno. Esto es: ser hombrecitos y “ganarle” a Bangkok, –o el Nuevo Mundo o Pandora: you name it.
La oportunidad para quedar bien con el suegro se presenta hasta que la caterva despierta y descubre que ha perdido a Teddy, hermano de Lauren y genio de dieciséis años. Así pues, la misión es recuperarlo y regresar a la boda habiendo conquistado la ciudad. El personaje de Lee, además, evidencía la necedad patriarcal donde el padre ve a la hija como tesoro y al varón como el verdadero futuro. La película establece que para poder acceder a la hija, que queda reducida a un mero objeto, hay que recuperar sano y salvo al representante verdadero de la familia.
Los diálogos de ¿Qué pasó ayer? 2, además de burdos, tienen la verdadera pena de desperdiciar, por lo menos, a tres talentos. El primero de ellos es Ken Jeong en el papel de Chow –un mafioso chino berrinchudo y con pésimo sentido del humor. El personaje de Jeong ya se había visto en la primera película pero en esta su rol es más frecuente. Aunque –al igual que los otros asiáticos de la película– también es una caricatura, al menos está bien actuado. Ken Jeong es ese mafioso que, a diferencia de sus compatriotas, tiene un acento en su inglés cuyo paralelo –para que se entienda– es el español “cantadito” de Pedro Infante. No soprenderá que en la versión doblada el “chinito” pronuncie las erres como eles. Por cierto que si estos son los asiáticos, no hay ni qué cuestionar el hecho de que el árabe sea vendedor de armas y los rusos maleantes.
El segundo talento que la película tira por la borda es Paul Giamatti. El tipo es otro gángster cuya vuelta de tuerca uno adivina desde antes de comprar las palomitas. La actuación de Giamatti está bien llevada, pero da coraje verlo tomar el papel de bad guy después de conocerlo en papeles como La versión de mi vida o Esplendor americano.
El tercer caso es el mismo Galifianakis, cuya carrera podemos comparar con la de Seth Rogen: ambos demostraron talento innato en sus presentaciones de stand-up, de las cuales algunas pueden verse aún en YouTube. Luego, las series los llevaron a tener cierta notoriedad. Y ambos acabaron en Hollywood haciendo películas como Hangover o The Green Hornet. Del Galifianakis que hacía stand-up poco o nada queda y eso, más bien, no es culpa de la película, sino de escoger por default guiones como este.
La película termina sí, con los muchachos recuperando al chico de una manera sosa –como ocurre en la película anterior; sí, una Bangkok conquistada; sí, con el padre de la novia reconociendo que el americano es cabrío, macho alfa y sobre todo hombre digno del matrimonio con su hija.
Vayan al cine. Vean ¿Qué pasó ayer? Diviértanse como enanos. Eso sí: antes de entrar a la sala, procuren darse un batazo en la nuca.