'Selma', la verdadera historia detrás de la película
La tarde del siete de marzo de 1965, oficiales de la policía de Alabama y agentes del condado de Dallas, armados con gases lacrimógenos, palos y picanas atacaron de manera brutal en el puente Edmund Pettus a cientos de manifestantes negros provenientes de Selma, en el Condado de Dallas. La mayoría eran integrantes de la Southern Christian Leadership Conference, que marchaban de manera pacífica hacia Montgomery, la capital del estado, en protesta por la negación del derecho constitucional al voto de la comunidad negra en Estados Unidos. La procesión había cruzado ya el Condado de Lowndes, donde ni un solo votante afroamericano se había registrado en más de 60 años. El estado gobernado por George Wallace obstaculizaba el derecho al voto a través de la obstrucción burocrática, la intimidación y la violencia física. El episodio fue conocido como Bloody Sunday, un día trágico y determinante en la historia de los derechos civiles de los negros en Estados Unidos. Los reportajes que mostraban la violencia policial permitieron al movimiento conseguir el apoyo de la opinión pública y subrayaron el éxito de la estrategia de no violencia del pastor Martin Luther King Jr. (1929-1968). Cinco meses después del incidente, el presidente Lyndon B. Johnson aprobaba el Voting Rights Act, que anulaba las restricciones del derecho al voto que aún pesaban sobre la población negra del Sur.
Lo anterior puede servir como resumen parcial de la trama de Selma, cuarto largometraje de Ava DuVernay (I Will Follow, 2010; Middle of Nowhere, 2012), primera realizadora negra nominada a un Globo de Oro como Mejor Directora por esta película de relativo bajo presupuesto, interpretada por actores valiosos, aunque poco renombrados como David Oyelowo, Tom Wilkinson, Carmen Ejogo. Su historia se inspira en aquella marcha emprendida desde la ciudad de Selma por activistas afroamericanos encabezados por Luther King (David Oyelowo). El título de la película hace justicia a su contenido porque no es una biopic que repase la trayectoria vital del protagonista del filme, sino que se centra en los hechos históricos y específicos que precedieron los esfuerzos de Martin Luther King y las organizaciones a favor de los derechos civiles que antecedieron el derecho al voto en Estados Unidos en beneficio de la población negra.
El guión de Selma, firmado por Paul Webb, evita caer en la composición hagiográfica que eleva al personaje al púlpito del mártir. Prefiere, por otro lado, dibujar un mosaico de un movimiento que nació y funcionó bajo la dirección de Martin Luther King, bajo una visión general en la que él es el centro, pero no lo más importante.
La película está ambientada en 1965, dos años después del célebre discurso pronunciado por el Dr. King, delante del monumento a Abraham Lincoln en Washington D. C. Inicia la tracción narrativa cuando ensaya su discurso frente a un espejo en compañía de su esposa Coretta (Carmen Ejogo) antes de recibir el premio Nobel de la Paz en 1964. Su torpeza para anudarse la corbata y la fijación que tiene por cómo lo verían sus hermanos con los que comparte la misma causa, delatan su dependencia a la figura femenina encarnada en su esposa y el egocentrismo propio de un líder social, aunque no por ello menos comprometido o preocupado por los problemas que aquejan al mundo. Pero mientras él es reconocido por sus logros en Oslo, Noruega, el universo de violencia que se cierne en Estados Unidos vía el racismo hace de las suyas: el 15 de septiembre de ese mismo año, cuatro niñas negras murieron tras el estallido de una bomba en la Iglesia Bautista de la calle 16. Era domingo y participaban en la escuela dominical. La lenta sofisticación con la que la directora sumerge a los espectadores por breves cinco minutos en esa secuencia, se transforma en una imagen de pesadilla.
King, en un momento en el que goza de la atención de los medios a nivel internacional gracias al galardón otorgado por el Comité Noruego del Nobel, utiliza la indignación pública por este delito y la convierte en la razón para dar el siguiente paso en la lucha por el reconocimiento de los estadounidenses negros como ciudadanos con derechos. Se reúne con el Presidente Lyndon B. Johnson (Tom Wilkinson) y le propone que promulgue una ley que anule las restricciones electorales. La plática, estéril, induce a King a viajar a Alabama junto a Ralph Abernathy (Colman Domingo), Andrew Young (André Holland), James Orange (Omar J. Dorsey), Diane Nash (Tessa Thompson), el reverendo James Bevel (Common), Hoseas Williams (Wendell Pierce) y Amelia Boynton (Lorraine Toussaint), para organizar una marcha de protesta entre las localidades de Selma y Montgomery. Estos personajes secundarios intervienen en la narrativa sin apenas indicación física de quiénes son y qué representan. El propósito es enfatizar la importancia de los preparativos del movimiento de los derechos civiles antes del desenlace en el puente Edmund Pettus. La realizadora busca retratar el idealismo, las divisiones visibles e invisibles entre los miembros de la Southern Christian Leadership Conference a causa de las tácticas elegidas por King para emprender la marcha de protesta. Sobre todo la inconformidad entre algunos miembros más jóvenes, quienes consideraban anquilosadas las normas de no violencia propuestas por King, decantándose por la estrategia de lucha incendiaria de Malcom X.
Selma presenta la lucha por los derechos civiles como un juego político calculado al milímetro. No faltan las discusiones ideológicas y estratégicas que potencian el discurso de cambio social de King, cuyo tinte pragmático se manifiesta no sólo en las escenas de debate con sus colaboradores y oponentes (las conversaciones con el presidente Lyndon Jonhson son destacables por la inteligencia de sus expresiones corporales más que discursivas), sino también en sus contundentes disertaciones, entonadas por Oyelowo con la autoridad y con la pasión propias del caudillo. Sus reflexiones buscaban convencer a los activistas y a la comunidad de Selma de luchar de una manera pacifista influida por la filosofía de la no violencia heredada por Gandhi. Más igualdad, más democracia y la utopía como proyecto posible, subrayaban el hilo conductor de su discurso. Su espíritu religioso se reflejaba en la gravedad de sus expresiones. Sus juicios y palabras revelaban una madurez y sosiego interior que provocaba que la gente se identificara con él. También conocía a fondo las violaciones que se cometían en contra de la población negra y dominaba ante su audiencia hechos históricos de relevancia para los derechos civiles. Además de la identificación por la igualdad de derechos, Martin Luther King representaba a la Iglesia Protestante, haciendo alusiones a la fe y a la voluntad de Dios que lo acercaban a los creyentes, y demostrando con valentía y entereza que estaba dispuesto a todo, incluso a sacrificarse él mismo, con tal de defender estos preceptos.
Vemos a Luther King tratando de equilibrar su papel público, su vida privada y las expectativas de sus aliados y amigos, un hombre aterido de conflictos y cansado de cargar con el peso del movimiento sobre sus hombros. Tampoco se trata de que sus pecados sean demasiado destacados. El mayor en la película se circunscribe a una conversación con su esposa Coretta en la que ella le expone sus preocupaciones por la seguridad de él y las sospechas de infidelidad por parte de Luther King durante sus expediciones. Las conjeturas son alimentadas por J. Edgar Hoover (Dylan Baker), el director del FBI, quien ha comenzado una campaña de desprestigio contra el líder, y a quien ve como un degenerado político y moral; un segmento manejado por Duvenay con elocuencia y sutileza, para que las emociones de sus personajes fluyan de manera natural. Manteniéndolos siempre en un discreto segundo término. De esta forma se evita cualquier floritura efectista que distraiga la atención de la historia y la evolución de sus personajes.
Aunque ésta es la segunda película que se ha hecho sobre el apóstol de la no violencia –la primera, un filme para televisión titulado Selma, Lord, Selma (Charles Burnett, 1999)–, los herederos del dr. King no permitieron que DuVenay utilizara ninguno de los discursos reales del pastor. Aunque esto pudo ser un duro golpe para inducir autenticidad histórica en la película, la directora reconstruye las disertaciones ejecutadas por Oyelowo –actor inglés de ascendencia nigeriana– con verosimilitud fáctica y emotiva. El intérprete consigue dominar las inflexiones del Sur, y las cadencias y actitudes del predicador, su voz, vigorosa y sonora, sus manos temblorosas como si estuviese recibiendo una revelación divina, formadas y cultivadas en las tradiciones litúrgicas y homiléticas de las iglesias negras estadounidenses.
La narrativa de la cinta omite los datos biográficos de todos los personajes y sí respeta las fechas en las que ocurrieron hechos trágicos como las muertes de Jimmy Lee Jackson o James Reeb, o las marchas frustradas desde Selma hasta Montgomery. El montaje es progresivo. El hilo entre una secuencia y otra queda claramente señalado, por ejemplo, mediante las palabras que escribe y ensaya King antes de pronunciarlas ante su congregación, o a través de motivos temáticos aparentemente aislados que se clarifican en la siguiente escena.
Se nota que el estilo de la directora está aún por pulirse en ciertas finezas expresivas. La estructura con la que está diseñada la cinta resulta tan beneficiosa e intrigante como insatisfactoria e imprecisa en sus indicaciones propiamente históricas, lo que resta claridad y precisión. Son llamativos varios saltos de eje —cambios de la perspectiva de la cámara para generar una atmósfera de tensión— en los que los personajes tratan de resolver un conflicto a través de argumentaciones, discursos o acuerdos políticos. De manera efectiva en algunos episodios, como aquel en donde King se reúne con el presidente Johnson y éste intenta disuadirlo de emprender la marcha pública hacia Montgomery.
La presencia de Oprah Winfrey involucrada en el proyecto como actriz (también es una de las productoras) –personifica a Annie Lee Cooper, una de las activistas– es limitada; pero su perfil la vuelve un factor de distracción innecesario en la película. Los múltiples encuadres a su rostro siempre monotemático y sin variaciones juiciosas, la dejan muy por debajo de las expectativas para una película que prometía ser una prueba de interpretación. La fuerza que unifica y da sentido a estos elementos, es la del propio Martin Luther King gracias al trabajo que realiza David Oyelowo. El actor mide cada palabra que pronuncia, acompañándola de gestos casi imperceptibles y de una mirada penetrante que comunica seguridad y serenidad con la que resulta imposible romper el contacto visual. DuVernay se centra en las consecuencias legales, sociales y políticas que hicieron de la buena fe del pastor, una práctica y una ética.
La recreación del Bloody Sunday en el puente Edmund Pettus es caótica y aterradora. La secuencia es narrada por un periodista desde una cabina telefónica a la redacción del periódico para el que trabaja, lo que dota al episodio de proporciones documentalistas. Las protestas de los manifestantes de Selma, disuadidas a punta de intimidación por la policía local, son captadas por las cámaras de televisoras locales. Las escenas recreadas se yuxtaponen con las imágenes de archivo; se delata la crudeza nunca por medio de efectos especiales: sólo el pietaje es capaz de proyectar un grado de violencia extrema, despiadada, basada en el odio. De este modo, la película señala también el papel de los medios de comunicación y cómo éstos influyeron en el pensamiento del pueblo estadounidense a favor de los derechos civiles de los negros.
Selma funciona como un drama a pequeña escala de toda la tragedia acontecida durante la campaña política que consagró a la población. El crédito de sus aciertos debe extenderse también a Bradford Young, cuya fotografía apela a los tonos ocres y sepia en grados que pasan de lo mortecino a la luz ceremoniosa y vital del sol, evocando retratos antiguos del sur de Estados Unidos en largos tramos de la narrativa. Duvernay sustenta la lucha por el derecho al voto en su película, situándola en un episodio histórico concreto, dándole seguimiento al conflicto hasta que se llega a un acuerdo. Para eso no desestima discursos ni escenas sobrecogedoras. La propuesta apuntala un contexto convulsionado caracterizado por la ignorancia, el complot gubernamental, un racismo de corte esclavista, la vehemencia del aparato de represión, una campaña de terror impulsada desde las cúpulas, y finalmente la presencia de dirigentes como Malcolm X y el propio King. La cinta reivindica el derecho a reclamar, a salir a las calles, a trabajar para modificar injusticias.