En el mundo del cine, el bloqueo creativo ha resultado ser un accidente afortunado cuando cae en manos de un genio. Lo que muchas veces parece una piedra en el zapato, con frecuencia es restregado hasta que termina por convertirse en diamante, y si esto suena exagerado, habría que fijarse en lo que vivió Fellini con 8½ (1963), o Charlie Kaufman con Adaptation (2002). Cada quien supera sus obstáculos a su manera, y en Seven Psychopaths,Martin McDonagh presenta una de las soluciones más creativas al bloqueo: conducir a sus personajes por una travesía tan ingeniosamente disparatada que muy pronto nos olvidamos que todo este conflicto debe tener una resolución.
Todo comienza con dos personajes que discuten sobre temas triviales que tienen que ver con el asesinato. Su conversación se ve interrumpida por un hombre que llega caminando desde lejos y les dispara en la cabeza; es el primero de los siete psicópatas. Aunque no es justa la comparación, esta escena bien podría haber salido de una película de Tarantino, pero se trata de una introducción necesaria porque comunica de manera concisa un mensaje importante que veremos a lo largo de toda la cinta: los personajes pueden matar y morir sin ningún tipo de anuncio previo.
La película recibe su nombre de un guión que Marty (Farrell) está tratando de escribir. Como muchas grandes obras, lo único que tiene hasta el momento es el título y una muy limitada idea de uno de los psicópatas, a quien quiere convertir en budista –quizás lo único que tiene en mente es una afición por Los 7 samuráis (1954), de Kurosawa–. En vista de la improductividad de Marty, su amigo Billy Bickle (Rockwell) decide ayudarlo a como dé lugar, incluso si esto implica introducirlo en el peligroso mundo de los psicópatas –si les suena conocido el nombre de Billy Bickle, es porqueRobert De Niro ya interpretó a un psicópata con el mismo apellido en Taxi Driver (1976)–. A este dúo se suma Hans (Walken), un religioso impasible con un pasado oscuro que atiende un extraño negocio: secuestrar perros de gente rica para devolverlos cuando se ofrece una recompensa. Todo el dinero de este descabellado negocio va hacia Myra (Linda Bright Clay), la esposa de Hans, quien se encuentra internada en un hospital debido al cáncer. Para desgracia de Marty, Billy roba el perro de un criminal psicópata llamado Charlie (Harrelson), quien ama a su mascota más que a cualquier otra cosa en esta vida. Aquí comienza un caos que juega con nuestra percepción y expectativas de una película violenta típica de Hollywood. Los personajes se verán inmersos en situaciones que ya hemos visto tantas veces en otras películas, solo para terminar en lugares inesperados, alejados de la seguridad que implica darle al público lo que espera.
Seven Psychopaths es el segundo largometraje de Martin McDonagh, luego de la grandiosa In Bruges (2008), en donde incluso el insufrible Colin Farrell triunfa –quizá por primera vez en su carrera– con su interpretación de un asesino agobiado por la culpa de su primer trabajo. En Seven Psychopaths, el actor irlandés aparece nuevamente como la figura principal, pero esta vez se pierde –porque así lo requiere el papel– en medio de sus dos coprotagonistas, que a diferencia de él no solo saben actuar, sino que convierten al personaje de Farrell en algo disfrutable.
Para Rockwell –quien sin duda ha de ser un elocuente parlanchín en la vida real–, ésta es su oportunidad de desatarse por medio de una sarta de ocurrencias interminable que, no obstante, es capaz de dejar al público con ganas de más. Walken, de manera aun más sorprendente, logra la misma reacción con tan solo un par de gestos corporales y el hipnótico llamado que se oculta detrás de su gigantesca mirada de lémur. El actor de 69 años brilla en Seven Psychopaths como ya lo ha hecho tantas veces en su prolífica carrera de papeles secundarios que rayan entre lo mórbido y lo absurdo, con la diferencia de que esta vez acapara gran parte de la película, en un duelo de simpatía y gracia con el no menos carismático Sam Rockwell.
McDonagh tiene una capacidad admirable para escribir diálogos, producto de su trabajo como dramaturgo –hace dos años presentó la obra A Behanding in Spokane, con Christopher Walken en el papel de un asesino que busca su mano amputada–. Gran parte de la belleza de Seven Psychopaths recae en las historias que cuentan, recuerdan o proponen los personajes. Harry Dean Stanton, por ejemplo, protagoniza –sin pronunciar una sola palabra– un cuento escalofriante sobre un cuáquero acosador, el cual comienza como una trivial anécdota para entretener a la gente, y que poco a poco adquiere una gran importancia para los personajes que lo narran. Tom Waits también pone su grano de arena con un relato sobre una pareja de psicópatas que viajan por el país eliminando asesinos en serie.
La trama va saltando de un lado a otro, torciendo su estructura y burlándose de su propia falta de compromiso con el público que espera ver una película convencional de violencia. Billy se esfuerza de manera inútil por concluir su aventura como una película western, los malos amenazan sin obtener respuesta por parte de sus víctimas, los buenos se olvidan de cumplir sus promesas, las armas se traban, la venganza se entorpece, y todo esto sucede con la finalidad de embellecer el guión de Marty, y de paso, también el de McDonagh.