Reseña, crítica Sin amor - ENFILME.COM
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FICHA TÉCNICA
Nelyubov
Sin amor
 
Rusia/Francia/Alemania
2017
 
Director:
Andrey Zvyagintsev
 
Con:
Maryana Spivak, Aleksey Rozin, Matvey Novikov
 
Guión:
Oleg Negin, Andrey Zvyagintsev
 
Fotografía:
Mikhail Krichman
 
Edición:
Anna Mass
 
Música
Evgueni Galperine, Sacha Galperine
 
Duración:
127 min.
 

 
Sin amor
Publicado el 13 - Abr - 2018
 
 
  • A partir de la ruptura de un matrimonio y utilizando el paisaje desolado de las afueras nevadas de Moscú como telón de fondo, 'Sin amor', de Andrey Zvyagintsev, recurre a la tensión estremecedora que se cierne sobre el único hijo de la pareja para construir una poderosa y sombría alegoría de la devastadora ausencia de empatía en la sociedad rusa contemporánea.  - ENFILME.COM
  • A partir de la ruptura de un matrimonio y utilizando el paisaje desolado de las afueras nevadas de Moscú como telón de fondo, 'Sin amor', de Andrey Zvyagintsev, recurre a la tensión estremecedora que se cierne sobre el único hijo de la pareja para construir una poderosa y sombría alegoría de la devastadora ausencia de empatía en la sociedad rusa contemporánea.  - ENFILME.COM
  • A partir de la ruptura de un matrimonio y utilizando el paisaje desolado de las afueras nevadas de Moscú como telón de fondo, 'Sin amor', de Andrey Zvyagintsev, recurre a la tensión estremecedora que se cierne sobre el único hijo de la pareja para construir una poderosa y sombría alegoría de la devastadora ausencia de empatía en la sociedad rusa contemporánea.  - ENFILME.COM
  • A partir de la ruptura de un matrimonio y utilizando el paisaje desolado de las afueras nevadas de Moscú como telón de fondo, 'Sin amor', de Andrey Zvyagintsev, recurre a la tensión estremecedora que se cierne sobre el único hijo de la pareja para construir una poderosa y sombría alegoría de la devastadora ausencia de empatía en la sociedad rusa contemporánea.  - ENFILME.COM
  • A partir de la ruptura de un matrimonio y utilizando el paisaje desolado de las afueras nevadas de Moscú como telón de fondo, 'Sin amor', de Andrey Zvyagintsev, recurre a la tensión estremecedora que se cierne sobre el único hijo de la pareja para construir una poderosa y sombría alegoría de la devastadora ausencia de empatía en la sociedad rusa contemporánea.  - ENFILME.COM
  • A partir de la ruptura de un matrimonio y utilizando el paisaje desolado de las afueras nevadas de Moscú como telón de fondo, 'Sin amor', de Andrey Zvyagintsev, recurre a la tensión estremecedora que se cierne sobre el único hijo de la pareja para construir una poderosa y sombría alegoría de la devastadora ausencia de empatía en la sociedad rusa contemporánea.  - ENFILME.COM
  • A partir de la ruptura de un matrimonio y utilizando el paisaje desolado de las afueras nevadas de Moscú como telón de fondo, 'Sin amor', de Andrey Zvyagintsev, recurre a la tensión estremecedora que se cierne sobre el único hijo de la pareja para construir una poderosa y sombría alegoría de la devastadora ausencia de empatía en la sociedad rusa contemporánea.  - ENFILME.COM
 
por Luis Fernando Galván

Lee aquí nuestra reseña de Leviathan

La película previa de Andrey Zvyagintsev, Leviathan (2014), fue una historia estrujante y devastadora sobre la corrupción y la codicia en la política local de una ciudad remota. Para gran disgusto del gobierno de Rusia, aquel filme apuntó a la frecuente hipocresía e inadecuación moral de los funcionarios, especialmente en lo que respecta a su estrecha relación con la Iglesia ortodoxa. Ahora, en su más reciente filme titulado Loveless (Nelyubov, 2017), el director ruso elabora –a partir del enfoque en un espacio íntimo, al interior de una familia– una nítida disección para desmantelar la bancarrota moral de la sociedad rusa desde sus entrañas. A partir de la ruptura de un matrimonio y utilizando el paisaje desolado de las afueras nevadas de Moscú como telón de fondo, Loveless recurre a la tensión estremecedora que se cierne sobre el único hijo de la pareja para construir una poderosa, sombría y devastadora alegoría de la ausencia de empatía.

Zhenya (Maryana Spivak) y Boris (Aleksey Rozin) están en proceso de divorciarse, dividiendo sus bienes, incluida la venta de su apartamento. No hay rastros de amor entre ellos; no pueden estar juntos más de unos minutos sin comenzar las disputas patéticas que inevitablemente terminan de una manera muy rabiosa. En un giro del drama clásico de la batalla por la custodia, ninguno de los padres quiere al hijo, un niño de 12 años llamado Alyosha (Matvey Novikov), ya que el pequeño es, en todo caso, un recordatorio de sus errores pasados. Mientras que la guerra entre los padres se libra silenciosamente, al principio, el guion –coescrito por el director y Oleg Negrin– toma nota especial del niño, quien, en un intento por distraerse, opta por emprender una larga caminata; Alyosha vagabundea solitariamente entre matorrales leñosos y árboles desnudos, sin hojas, que arañan el cielo. Pero ese paisaje, que recuerda las blancas nieves representadas por Pieter Brueghel, no se compara con la fría recepción en su departamento, donde sus padres mantienen el ámbito emocional a temperaturas permanentemente bajo cero, detestando a su hijo simplemente por existir.

Zvyagintsev no minimiza la experiencia del niño en este infierno doméstico. La cámara paciente -y a veces cadenciosa- del cinefotógrafo Mikhail Krichman (El regreso, 2003) se desplaza elocuentemente como si fuera una invitada más; transita por los pasillos, ingresa a la sala, la cocina-comedor y observa hacia el baño. Muestra la cotidiana dinámica familiar que consiste en no dirigirse la palabra y pelear. Como espectadores, nos encontramos en medio del egoísmo de los adultos. En una de las escenas más potentes y memorables en la filmografía del autor ruso, que involucra una discusión nocturna entre Zhenya y Boris asumiendo que su hijo no es consciente de su mutua hostilidad, vemos al pequeño, escondido detrás de la puerta de un baño; su rostro retorcido -que sofoca un grito tembloroso de angustia- atraviesa el corazón de la audiencia. Es una imagen indeleble, que resume perfectamente el abuso psicológico que Zvyagintsev está examinando.

Cada reunión entre los padres es una oportunidad para lanzar flechas envenenadas, ofensas e insultos, preocupados únicamente por la idea de deshacerse de ese hijo que ninguno de los dos quiere. Ambos padres están desesperados por comenzar una nueva etapa con sus respectivas parejas. Dispuesta a alejarse de cualquier posible maternidad, Zhenya pasa tiempo con su novio Anton (Andris Keiss), un hombre adinerado y refinado que, al ofrecerle apoyo financiero y emocional, la cautiva. Por su parte, Boris está en el proceso de reiniciar la paternidad; él planea vivir con su novia embarazada, Masha (Marina Vasilyeva), una mujer que ofrece compañía fresca y atención sexual. En esta Rusia, las familias se fracturan sin remedio; algunos acuden hipócritamente a su religión para salvar puestos de trabajo que exigen monogamia (el caso específico de Boris), mientras que otras asisten a citas con las esteticistas y adoran servilmente sus teléfonos inteligentes en sus horas libres, como si el resplandor de las redes sociales fuera toda la bendición necesaria, pero en realidad, el bienestar mostrado en Instagram sólo refleja el inmenso vacío del alma (el caso de Zhenya).

Un día, el niño sale como todas las mañanas rumbo a la escuela, pero no vuelve a casa; los padres -ensimismados en sus propias vidas- tardan en darse cuenta de su ausencia. Al encontrar poca ayuda de la policía, que opta por tratar el caso con muy poca dedicación y colocando barreras de índole burocrático, Zhenya y Boris recurren a una asociación de voluntarios que se dedica a la búsqueda privada especializada en niños desaparecidos. No obstante, el evento dramático no acerca a los padres, por el contrario, se endurecen aún más y se siguen acusando mutuamente, no tanto por la desaparición del niño, sino más bien por su propia infelicidad. Zhenya y Boris nunca conformaron un matrimonio armonioso, Alyosha no fue el resultado de un gesto de amor, sino –como se revela conforme avanza la trama– de un accidente y de la incapacidad de encontrar el coraje para elegir el aborto. Una vez que desaparece el hijo, la película se convierte en una especie de thriller sobre los procedimientos policiales. El odio y la animadversión crecen; cada uno culpa al otro, ninguno asume su responsabilidad, actúan de forma inmadura e infantil, pero en su profundidad, incluso parecen aliviados por la eliminación del ‘problema’; ahora pueden arrojarse lánguidamente en los brazos de sus amantes.

Una visita a la madre de Zhenya se convierte en una pequeña y magistral puesta en escena de un resentimiento arraigado, con tintes tragicómicos, que abre las grietas desde donde se puede ver la fuente de la ira de dos mujeres –madre e hija– y comprender por qué Zhenya se arrepiente de haberse casado y, sobre todo, de no haber abortado. La ferocidad de Loveless proviene de una mirada precisa, lúcida e incluso despiadada. Zvyagintsev describe a las madres glaciales, calculadoras y demasiado pragmáticas. Y de padres débiles y apáticos. No solo Zhenya, proyectada hacia un matrimonio con un hombre rico, lista para sentarse en una lujosa sala o para mantenerse en forma en la caminadora. Las otras madres –por ejemplo, la madre de Masha- están ahí, aferrándose al dinero, a la propiedad, a la estabilidad económica que las aleje de los fantasmas de la era soviética. Estos detalles funcionan para aludir al símbolo de “la gran madre” que abandona a sus hijos para correr por el bienestar y el materialismo capitalista; metáfora perfectamente legible de la Rusia rodeada por una modernidad que sólo en la superficie es tranquilizadora y que busca esconder las grietas de su resquebrajamiento.

Zvyagintsev pide mirar de nuevo aquellos espacios que ya hemos visto; la habitación de Alyosha, ahora desmantelada y lista para ser remodelada esperando a un nuevo habitante. Al igual que en Elena (2011), el abandono de la arquitectura, su remodelación y la aspiración de habitar el nuevo edificio moderno plantean: “¿Y ahora qué hacer?” “¿Cómo seguir viviendo?”. Ambos cuestionamientos parecen ser respondidos mediante la promesa de la tecnología como forma de entretenimiento: Boris frente a la televisión repitiendo los mismos errores con su nuevo hijo; Zhenya frente al teléfono móvil ignorando a su nuevo esposo.

En este sentido, el director propone un debate mucho más incisivo en torno a la identidad nacional de Rusia. Zvyaginstsev permite que su cámara capture la estabilidad de los espacios interiores y la atmósfera invernal y cruda de los bosques durante la búsqueda de Alyosha, generando tensión de maneras inesperadas a través del choque de la naturaleza y la urbanización que simboliza la desintegración política, social y moral de una Rusia, cuyos esqueletos de los viejos edificios nos hablan de un pasado histórico y de un futuro hecho de indiferencia y consumismo. El director intenta diseccionar en el aspecto más recóndito de un pueblo que vive la resaca de la caída de la era soviética; confusos y sin brújula, y ahora plegados en un individualismo egoísta y aberrante, casi un fenómeno de rebote después de la salida del colectivismo que aniquiló al individuo. Hay un pasado que se cierne y que el director nos presenta en la sutil referencia a las antiguas ruinas del edificio de la era soviética, aquel en el que Alyosha fue a esconderse, según confiesa su único amigo, como si aquella vieja arquitectura fuera el único espacio en el que puede mantenerse a salvo del atroz presente.

Loveless enfatiza el resentimiento y el egoísmo. Nunca un gesto humano amable, nunca una palabra de esperanza. En este sentido, el director señala a una sociedad que ha renunciado a su pasado, a la posibilidad de sentir empatía por el otro, sin ninguna preocupación ante el drama de la guerra que, en breve, caerá en la vecina Ucrania –tal como se alude en el epílogo del filme– y que la televisión rusa transmite dentro de las paredes domésticas en las que el intento de reconstruir una vida se rompe frente a la ahora crónica ausencia de amor. Zvyagintsev infunde ansiedad, poco a poco, a partir de la sensación de la pérdida grave e inexorable. Es una inmersión convincente, lenta y prolongada en un abismo emocional; la experiencia de la pérdida no es algo que se desvanece ante nuestros ojos, sino más bien algo que afecta profundamente la parte más instintiva de nuestra conciencia y se arrastra bajo la piel.

 
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