Terminator: Génesis (Terminator Genisys, 2015), la quinta entrega de la franquicia de ciencia ficción que comenzó hace 31 años con Terminator (1984), de James Cameron, no es estrictamente una secuela, sino una expansión más –como los tres filmes anteriores (Terminator 2: Judgment Day, 1991; Terminator 3: Rise of the Machines, 2003; Terminator Salvation, 2009)– del relato original que, a través de la premisa del viaje en el tiempo, propone otras variables en torno a la trama primigenia y los personajes creados por Cameron.
Un prólogo frenético sirve para situar al espectador en el escenario ya conocido por los seguidores de la saga: la poderosa inteligencia artificial denominada Skynet, creada por el humano para controlar el vasto arsenal militar de Estados Unidos, adquiere conciencia por sí misma y logra independizarse. Las máquinas se revelan contra sus creadores y llevan al mundo a la destrucción. Tres mil millones de personas mueren en la conflagración nuclear del Día del Juicio, ocurrido el 29 de octubre de 1997.
Tres décadas más tarde, en 2029, las máquinas malévolas de Skynet están perdiendo la guerra frente a un remanente sobreviviente de la humanidad, encabezado por un apasionado revolucionario llamado John Connor (Jason Clarke). El líder de la resistencia humana envía al sargento Kyle Reese (Jai Courtney) al pasado, a 1984, para proteger a Sarah Connor (Emilia Clarke), madre de John, y salvaguardar el futuro. Sin embargo, cuando Kyle se introduce a la máquina del tiempo, otro Terminator del futuro (Matt Smith) ataca a John estableciendo una nueva cadena de acontecimientos dejando a Kyle con memorias fracturadas procedentes de dos líneas del tiempo que corren de manera paralela. Kyle llega completamente desnudo al mismo callejón oscuro y sucio de la primera película de Cameron. El trabajo del diseñador de producción, Neil Spisak (Face/Off, 1997; Spider-Man, 2002; Teenage Mutant Ninja Turtles, 2014), y del cinefotógrafo, Kramer Morgenthau (Fracture, 2007; Thor: The Dark World, 2013), es sumamente meticuloso para recrear la misma atmósfera nocturna de Los Ángeles gobernada por tonalidades negras, grises y azules. Pero el 1984 que Kyle encuentra es muy diferente al que tenía en mente llegar. Skynet envía al T-100 (una notable recreación en CGI de un joven y musculoso Arnold Schwarzenegger) para matar a Sarah, pero éste deberá enfrentarse contra un T-800 (Arnold Schwarzenegger), una máquina de matar que tiene la peculiaridad de estar cubierto de piel humana que envejece y que desde hace varios años funge como el protector y el ángel guardián de Sarah.
El guión de Laeta Kalogridis y Patrick Lussier es un audaz esfuerzo que busca encontrar un equilibrio entre Génesis y las dos primeras películas de Cameron, estructurando nuevas posibilidades creativas más allá de la genealogía original de los Connor. Sin embargo, este intento, sin ser un rotundo fracaso, pero tampoco una proeza, desemboca en una reescritura innecesaria de todas las certezas ya conocidas por los seguidores de la saga. Estas incrustaciones de nuevos elementos y el tono revisionista producen un relato confuso, monótono y que se disfraza en la autoparodia que sólo logra homenajear a la primera cinta, pero no ejecuta una reflexión a fondo sobre la mitología de las máquinas en conflicto con los hombres. Las películas de Terminator poseen una amplia dosis de autorreferencialidad simplemente porque se han trazado bajo las posibilidades de modificar el futuro mediante un viaje al pasado y por las célebres frases (“Regresaré”) que han pronunciado. En Génesis, la explotación de las posibilidades narrativas del viaje en el tiempo se realiza en una escala más vigorosa y ambiciosa.
Génesis recurre a la confusión; un recurso que sirve para retar constantemente las certezas que la audiencia creía tener respecto al relato original. De la misma manera que el espectador se siente perplejo, Kyle se muestra desconcertado al ver que el pasado al que ha llegado difiere de aquel al que tenía que llegar para cumplir con su misión. La tarea del soldado ya no consiste en evitar la muerte de Sarah, sino en reconciliar las memorias de un pasado que no vivió, pero que recuperó mientras viajaba en el tiempo, para poder situar la nueva fecha del Día del Juicio, que ahora está programada para llevarse a cabo en 2017 a través de un sistema operativo omnipresente llamado “Genisys”. Sin un sustento científico, de manera inverosímil y forzada, y con una serie de diálogos rimbombantes y repetitivos, el T-800 explica cómo surge el “punto de unión”, el elemento que da origen a líneas de tiempo paralelas y memorias alternas.
Al igual que el filme original aprovechó los temores de la época respecto al avance tecnológico y la creación de máquinas, esta película conserva esa misma paranoia pero actualizándola a la era de las tabletas, los teléfonos inteligentes y todo tipo de dispositivos interconectados, representando fielmente la multiplicación de las pantallas por la que el mundo está atravesando actualmente. Una vez que Kyle y Sarah se instalan en 2017 y ven las dinámicas de una sociedad ensimismada e inmersa en las pantallas de sus dispositivos, surge una serie de cuestionamientos: ¿Qué efectos tiene esta proliferación de pantallas en la relación del ser humano con el mundo, con los demás, con su propio cuerpo y con sus sensaciones? ¿Qué clase de vida cultural y democrática anuncia el triunfo de la multipantalla y de las imágenes digitalizadas? Pero aunque Génesis aluda por un momento a las preocupaciones filosóficas y sociológicas planteadas por Gilles Lipovetsky en su Pantalla global, poco se profundiza en las consecuencias de esta actitud hipermoderna del ser humano, y todo se reduce a la misión de los héroes por salvar a la humanidad: Sarah y Kyle deben adentrarse en las instalaciones de la compañía de tecnología que desarrolló el programa de “Genisys” para exterminarlo. Éste no es más que una tapadera para que Skynet pueda dar rienda suelta a la aniquilación global con la ayuda de, nada menos, el propio John Connor. Aquel profeta y líder revolucionario que, se supone, debería guiar a los humanos a liberarse de las máquinas, sufre una reinvención en este filme. Él, ahora, es sometido a la “fase máquina” para evolucionar en el superhombre –aquel que combina las mejores cualidades del humano y de la máquina–.
Gran parte de la trama del filme explora la dinámica entre Sarah y Kyle, centrándose en lo que uno significa para el otro y en cómo se modificarían sus sentimientos si las circunstancias fueran diferentes. Génesis no da por sentado que ambos deban enamorarse y estar juntos, pero sí muestra por qué estos dos personajes son importantes en la lucha por la salvación de la humanidad. Es sumamente difícil ignorar el aura que dejó en nuestras memorias la convicción y fortaleza de Linda Hamilton en el papel de Sarah y, aún evitando las comparaciones, Emilia Clarke no resulta convincente interpretando a una de las grandes heroínas del cine de ciencia ficción moderno. Su rebeldía se percibe forzada y la actriz se muestra sumamente preocupada por no transmitir ningún atisbo de ternura y fragilidad, como si estas dos características le restaran complejidad y fortaleza a su personaje. Jason Clarke hace un excelente trabajo como la versión temible e inhumana de John Connor, dotando al líder revolucionario de un lado oscuro poco o nunca explorado en los filmes anteriores. Jai Courtney le saca provecho a su condición física y cuerpo atlético en cada una de las secuencias de acción, pero su rostro muestra una exacerbada seriedad incapaz de transmitir la empatía que su personaje, en el filme original, sentía hacia sus semejantes. Por su parte, la estrella más emblemática de la franquicia, Arnold Schwarzenegger, aparece como un T-800 que envejece, pero cuya fortaleza es sinónimo de testosterona y garantía de acción desenfrenada.
Como lo hizo con Thor: The Dark World (2013), Alan Taylor demuestra tener un amplio dominio en la manufactura de un blockbuster de verano, pero sin ofrecer algo más. El director se esmera en alternar las secuencias de acción con detalles explicativos que buscan orientar las brújulas de los espectadores para que no se sientan desubicados. Las ensordecedores explosiones se intercalan con momentos plagados de un sentido del humor ingenuo y simplón que se basa en la inexpresividad del rostro de Schwarzenegger, en la poca capacidad histriónica que tiene el actor y en la adición de nuevas frases al léxico del T-800. Se incluyen referencias necesarias a los dos primeros filmes de Cameron y se niegan e ignoran los otros dos filmes y, como si se tratara de un requisito en Hollywood, se recurre nuevamente a la ciudad de San Francisco y a la destrucción del imponente puente Golden Gate, tal como ya lo mostró Pacific Rim (2013), Godzilla (2014), Rise of the Planet of the Apes (2014) y San Andreas (2015).
Terminator Génesis tiene como objetivo restablecer toda la franquicia mediante la eliminación del heroísmo revolucionario de John Connor. El filme está lejos de alcanzar la importancia cultural que tuvo la película original, cuando, en la década de los ochenta, Terminator junto con Blade Runner (1982) y Robocop (1987) recurrieron al género de la ciencia ficción para reflexionar en torno a una de las problemáticas fundamentales de la posmodernidad, estudiada a fondo por el filósofo francés, Jean Baudrillard: el impacto de la tecnología moderna en el cuerpo humano, así como los sentimientos ambivalentes que podemos sentir hacia el avance tecnológico y las ansiedades sobre nuestra propia naturaleza en un mundo así. Aunque Génesis sí es un producto que logra reflejar –sin ser incisivo y crítico– problemáticas de su tiempo y lugar, representando hábilmente la economía despiadada de la industria, la avaricia de las grandes corporaciones dedicadas al desarrollo de aplicaciones y nuevas tecnologías, y la facilidad con la que la población se deja seducir por las innovaciones digitales. En última instancia, los responsables de la franquicia sienten la necesidad de volver al glorioso pasado y recurrir al material preexistente para decorarlo con las atractivas apariencias y los fastuosos engaños de la era posmoderna; elaboran un filme que seduce y excita el ojo humano mediante efectos visuales en 3D y espectaculares explosiones para asegurar su supervivencia futura. Una saga que, con tal de seguir viva, entra en un nuevo bucle de inagotables viajes en el tiempo y, aunque traten de ocultarlo mediante una frase pronunciada varias veces por el personaje de Arnold (“Soy viejo, pero no obsoleto”), la fórmula se percibe desgastada.