Reseña, crítica The Grandmaster - ENFILME.COM
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FICHA TÉCNICA
The Grandmaster
The Grandmaster
 
China / Hong Kong / EE.UU.
2013
 
Director:
Wong Kar Wai
 
Con:
Ziyi Zhang, Tony Leung Chiu Wai, Chen Chang
 
Guión:
Kar Wai Wong, Haofeng Xu, Jingzhi Zou
 
Fotografía:
Philippe Le Sourd
 
Edición:
William Chang
 
Música
Nathaniel Méchaly, Shigeru Umebayashi
 
Duración:
90 min.
 

 
The Grandmaster
Publicado el 17 - Ene - 2014
 
 
  • En ese mundo regido por las artes marciales, las rivalidades y la guerra, tiene lugar la improbable historia de amor entre los dos peleadores, presentada con la mayor sutileza como ardid meramente platónico.  - ENFILME.COM
  • En ese mundo regido por las artes marciales, las rivalidades y la guerra, tiene lugar la improbable historia de amor entre los dos peleadores, presentada con la mayor sutileza como ardid meramente platónico.  - ENFILME.COM
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  • En ese mundo regido por las artes marciales, las rivalidades y la guerra, tiene lugar la improbable historia de amor entre los dos peleadores, presentada con la mayor sutileza como ardid meramente platónico.  - ENFILME.COM
 

Por Verónica Sánchez (@SofiaSanmarin)

Las artes marciales chinas convertidas en un despliegue visual estilizado a la usanza de la lírica fílmica que caracteriza a Wong Kar-Wai (In The Mood For Love, 2000; 2046, 2004; o Happy Together, 1997) parecen ser el primer asalto en la pantalla en su más reciente filme, The Grandmaster. Sin embargo, lo que se fragua detrás retrata un hálito histórico que conduce a la nostalgia: la pérdida de un país, la lucha por la dignidad, el honor, el amor imposibilitado por un contexto adverso, el cobro de una venganza con algunas de las técnicas más hermosas y precisas jamás contempladas por el ojo humano, las marciales —en escenas de lucha rigurosamente coreografiadas, capturadas en cámara lenta, bañadas en una luz dorada, con cortinas plateadas de lluvia. La estética sometida al pulimiento del más mínimo detalle (diseño de vestuario, escenografías, coreografías) es un arma poderosa para el cineasta hongkonés. Lo sabe de cierto y, con su maestría habitual, procura sacar el máximo rendimiento del enfásis puesto en su nueva creación. Se regocija en su estilo con un filme apoyado en una fotografía pulcra, aterida de textura y contrastes.

The Grandmaster marca la segunda incursión en el terreno de las artes marciales de Wong Kar-Wai. En 1994 lo hizo por vez primera con Ashes of Time (reeditada en el 2008 bajo el título de Ashes of Time Redux), una historia de desamor protagonizada por un Wuxia (guerrero que vive en el desierto) que contrata expertos para llevar a cabo asesinatos por encargo. El nuevo filme hace un sentido homenaje al kung fu y a su legendario maestro, Ip Man —quien tuvo entre sus alumnos a Bruce Lee—, a lo largo de una historia que se desarrolla en un tiempo de dura transición política para China: la invasión japonesa durante la Segunda Guerra Mundial, con el subsecuente epílogo comunista (la Guerra Civil China, que tuvo su forma de expresión más cruda con la Revolución Cultural, radicalización de la sublevación que indujo temor y crueldad a la población de aquel país). La voz en off del maestro protagonista nos sitúa: “Yo viví tiempos dinásticos, la república naciente, la era de los señores de la guerra, la invasión japonesa, la guerra civil y finalmente llegué a Hong Kong”. De este modo, nos adentramos en los claroscuros de la vida una crónica meticulosa de Ip, interpretado por el actor habitual de Won Kar-Wai, Tony Leung (In The Mood For Love, Chungking Express), a través de una ficción histórica cuyo mayor acierto es contar un relato de venganza ajena al drama unipersonal dentro de la premisa biográfica.

Narrada de manera elíptica, la historia se sitúa en la China de 1936. En vísperas de la invasión japonesa, el gran maestro del norte, Gong Yutian (Qingxiang Wang), asiste a Foshan (ciudad de más de 5 mil años de antigüedad), invitado por los maestros del sur para celebrar su retiro de las artes marciales. La Manchuria ya tiene sucesor, y el honor recae en Ma San (Jin Zhan), discípulo favorito de Yutian. Antes de su jubilación, el anciano concede al sur su propio heredero, y todos comienzan su búsqueda. Ip Man, un profesor entregado al estudio y la práctica del estilo Wing Chun, es el elegido para que desafíe a Yutian. Pero Gong Er (Ziyi Zhang), la joven y bella hija del maestro, se opone al enfrentamiento, pues considera que Ip es más joven que su padre y eso le parece una falta de respeto. El luchador deberá entonces combatir con Yutian y con ella. Después de todo, Gong Er ha sido entrenada desde niña por su progenitor y conoce los secretos de la técnica mortal, 64 Manos. Pero las costumbres chinas prohíben a una mujer asumir el liderazgo de la familia. A partir de este encuentro en el que ella gana, Ip Man se cruzará en diversas ocasiones con Gong Er. No es su pérdida simbólica contra una combatiente femenina dotada lo que lo sacude, sino su entendimiento de que verdaderamente ha conocido a su igual, su contraparte en habilidad, en dignidad y honor… y quizá su pareja en la vida lo que significa un dilema para él, un hombre casado, respetuoso de las tradiciones e incapaz de violarlas—.

En ese mundo regido por las artes marciales, las rivalidades y la guerra, tiene lugar la improbable historia de amor entre los dos peleadores, presentada con la mayor sutileza como ardid meramente platónico, que acaso guarda semejanza con la historia medieval del filósofo Pedro Abelardo y su alumna Eloísa ambos separados por la sociedad y solo en contacto a través de cartas, donde su amor persevera como una incitación intelectual—, pero con la mácula descarnada que cirnió a relaciones más recientes como las de Hannah Arendt y Martin Heidegger separados por la guerra, también en contacto gracias a una correspondencia epistolar donde un “te extraño” se confunde con un argumento filosófico. Es como si los maestros del kung fu estuvieran condenados a padecer del mismo modo que los filósofos occidentales.

La secuencia del combate entre ambos protagonistas al interior del Pabellón Dorado es, incuestionablemente, uno de los mejores momentos de la película. Eso es lo más cerca que los dos llegarán a estar físicamente, en medio de una batalla donde un movimiento hace que sus rostros casi se rocen en pleno vuelo (desplazamientos que ayudan a comprender la complejidad del kung fu, la filosofía que subyace tras el entrenamiento, la disciplina física y mental, y su aplicación a todos los ámbitos de la vida): las acrobacias, las patadas y golpes con una mezcla de sentimientos no confesados, que aflorarán cuando ya es demasiado tarde y cada uno ha elegido su destino: quedarse o continuar.

Detrás de su expresión pétrea y su sombrero blanco de fieltro, Ip Man guarda el más profundo amor y respeto por su esposa y sus tres hijos. Pero la invasión de las tropas japonesas al país lo empujan a emigrar a Hong Kong dejando a su mujer después de perder a sus infantes, y Gong, a su padre. De manera paralela, en la Manchuria ocupada, Gong Er se debate entre la revancha y la dignidad por el asesinato de su padre perpetrado por Ma San (de origen japonés, protegido por años por el maestro Gong Yutian, y que durante la invasión a China asume su condición nipona convirtiéndose en traidor). El desagravio toma su punto más álgido durante la batalla que Gong Er y Ma San sostienen en una estación de trenes; los recursos estilísticos se mezclan y se brinda una escena de acción digna de los clásicos de artes marciales: decenas de golpes a puños abiertos y cerrados, poderosas patadas, e inversiones de todo el cuerpo (actos de violencia transformados en un ballet brutal). Tras la agónica pelea en la que resulta vencedora, ella se traslada a Hong Kong, donde vivirá en adelante con secuelas del enfrentamiento, aliviando sus dolores —físicos o emocionales, indiscernibles en su faz— fumando opio, sabiendo que ni una de sus pasiones tiene cabida en el futuro.  

A partir de estos acontecimientos, Gong Er e Ip Man toman distintas posturas que los definen en adelante con respecto a las artes marciales y la vida: ella busca la honra de su estirpe a toda costa; él, la pureza de las artes marciales. Ella recorre el camino de la venganza hasta sus últimas consecuencias (el voto ofrecido a Buda, prometiendo abstenerse del matrimonio e hijos a cambio de una oportunidad de vengar a su padre para restaurar el legado de su linaje) a cambio de la recuperación del honor, hasta que se resigna a no transmitir el legado mortal, sagrado y ancestral de la familia, la técnica de las 64 Manos, aunque eso signifique su eterna desaparición. Ip Man se dedica a la práctica, reflexión, enseñanza y transmisión de sus conocimientos, a la búsqueda de especialistas en técnicas arcanas que la guerra dirime sin piedad, mientras construye una leyenda a costa de la felicidad. Solo el dolor los equipara.

En los dos hay un profundo sentimiento de pérdida que vuelve a acentuar la idea de los ídolos abandonados, tan común en las películas históricas de Wong Kar-Wai. La relación entre Ip Man y Gong Er, por ejemplo, tiene algo de esa tensión amorosa no resuelta entre la señora Chan y el señor Chow en In The Mood For Love, una imposibilidad de consumación que parece provenir, en el caso de esta China asolada por la guerra, de la propia tradición recóndita que las artes marciales, la espiritualidad politeísta y el misticismo de aquel país todavía conserva en sus entrañas. Al perder el presente , queda solamente el afán por recordar y morir suavemente en el romance de los cuerpos impactándose con el fin de hacerse daño.

Los paisajes lluviosos y nevados del norte de aquel país, las secuencias acompasadas, la estilizada coreografía de sus luchas y el heroísmo inmaculado de sus protagonistas están cargados de la sensual melancolía y lirismo característicos del realizador. Wong Kar Wai se vale de ralentizaciones, aceleraciones, primeros planos a los rostros porcelánicos de las mujeres serenas. Los espacios interiores —burdeles palaciegos, salones bulliciosos— los dibuja con lentitud de trazo, como si se tratara de pinturas, para recrear una macilenta atmósfera de aquella época. La fotografía elegante y prodigiosa de Philippe Le Sourd (Atomik Circus - Le retour de James Bataille, 2004) dota a los paisajes de la cinta de un estilo épico y poético. La banda sonora acompaña la tristeza y la derrota de unos personajes que viven las artes marciales como una actitud moral, como un modelo de conducta. La belleza es arrobadora: cuando una Gong Er niña entrena en el bosque nevado en pleno día; cuando un Ip se enfrenta a otros hombres en la noche bajo la lluvia; pero la narrativa es un tanto desordenada en cuanto al marco real que nunca encuentra su centro. A pesar de tratarse de un relato histórico capitulado, de recrear situaciones verídicas con supuestas imágenes de archivo –por ejemplo, de desfiles militares para explicarnos la caída en desgracia de Ip Man durante la Guerra–, los hechos son un trasfondo desenfocado que permite que se explore la energía del detalle, como el poder de una gota de sangre cayendo lentamente en un charco de lluvia que explota a su contacto. Surgen también personajes en los que no se abunda, que aparecen y desaparecen caprichosamente del relato. Pero que no demeritan la propuesta impecable y visual de una historia de héroes. Ambos amantes se oponen a fuerzas antogónicas, arriesgan sus vidas en las batallas, transitan solitarios en búsqueda de su verdadero yo, confundidos entre los puños a cota de quienes les rodean. He aquí la prueba de que la grandeza puede costar la vida y la felicidad a quien se aventure a rozarla.

Reseña de In The Mood For Love.

Martin Scorsese entrevista a Wong Kar-Wai por el estreno de The Grandmaster en Nueva York

 
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