Por Luis Fernando Galván (@luisfer_crimi)
Es la ciudad de Mumbai, la capital de India, en la época actual. El principal sistema de transporte, el tren, luce atiborrado de gente; los vagones se mueven con decenas de personas en su interior y en cualquier momento pueden ser escupidas por aquella bestia. Los automóviles y los taxis no son la solución. Las calles están atascadas de estos vehículos; en medio del ajetreo y el caos urbano, las ambulancias tardan en llegar para recoger el cuerpo de una madre que ha decidido arrojarse de la azotea de un edificio con su pequeña hija. En ese escenario gris, lleno de hastío, habita Saajan (Irrfan Khan), quien con el rostro cabizbajo y la mirada taciturna, utiliza el tren para llegar a su oficina. Es un contador del gobierno; está a punto de jubilarse y debe entrenar al simpático y a veces entrometido, Shaikh (Nawazuddin Siddiqui), quien ocupará su puesto. Sigue desempeñando su actividad con la misma responsabilidad desde hace 35 años. Es cuidadoso, responsable, reservado y prudente en sus relaciones personales. Es un viudo que ejecuta la misma rutina diariamente; se traslada a su trabajo, realiza su labor, regresa a casa, sale a su balcón a fumar un cigarrillo; a veces, pasa horas viendo viejos programas de televisión y, finalmente, duerme. Nada más. Un día recibe una muy “sabrosa” sorpresa: a su escritorio llega, por error, su almuerzo preparado con esmero y cariño por Ila (Nimrat Kaur), una mujer que pretende reinyectarle vigor a su frío matrimonio con Rajeev (Nakul Vaid).
Ila empieza su día alistando a su pequeña hija para que asista a la escuela. Después, comienza a cocinar. Es una actividad que realiza con mucho esmero, como si siguiera los pasos de un ritual. Sus suaves manos limpian, acarician y disponen de los ingredientes. Su tía –que vive en el departamento de arriba y con quien se comunica mediante gritos a través de las ventanas abiertas– es la encargada de darle consejos y recomendarle qué nuevos sabores utilizar. Incluso, le entrega distintos productos mediante un rudimentario, pero efectivo sistema que consiste en una canasta que sube-y-baja con un lazo de un departamento al otro. Cuando las berenjenas con curry, el arroz y chapatis, y el paneer en salsa están listos, Ila dispone de una “dabba”, una lonchera cilíndrica que le da el título original al filme, y que incluye cuatro compartimentos. Ésta es depositada en una bolsa de tela verde. La idea es que el almuerzo llegue a la oficina de su marido para que él lo disfrute recién hecho. Se trata de una práctica habitual en la India: el sistema de suministro de comida de Mumbai a cargo de los “dabbawalas”. Varios repartidores vestidos de blanco recogen los guisados preparados por las amas de casa. Éstos son trasladados a diario (primero en bicicleta, luego en tren) y depositados en las oficinas. Sin embargo, los errores surgen, y uno de ellos es empleado por el realizador, Ritesh Batra, para proponer la conexión de dos desconocidos en The Lunchbox (2013).
La lonchera hace su arribo al lugar equivocado. El almuerzo de Rajeev llega al escritorio de Saajan, quien había contratado el servicio de los “dabbawalas” por medio de un mediocre restaurante que le cobra una comisión mensual. El triste contador reacciona de manera efusiva ante los platillos; los consume con admiración, con placer, y les dedica mucho tiempo. Los recipientes –completamente vacíos– regresan a casa de Ila, quien se muestra sorprendida y alegre. No obstante, el entusiasmo pronto se desvanece con la llegada de su marido, quien, indiferente y distante, no hace referencia alguna a su almuerzo. Ida se da cuenta que Rajeev no lo consumió, y opta por no señalarle la equivocación al mensajero. Envía una nota dedicada a Saajan (aún no lo conoce y tampoco sabe su nombre) agradeciéndole que haya ingerido la comida.
Los menús de Ila le siguen llegando a Saajan; las notas de agradecimiento (escritas en pequeñas hojas de papel) se convierten en conversaciones acerca de la comida, luego sobre programas de televisión y, por último, comparten sus vivencias cotidianas (familiares y laborales). El aburrimiento y la fatiga de Sajaan son alterados gracias a esta correspondencia. Irrfan Khan ejecuta sabiamente a su personaje mediante gesticulaciones, más que palabras; muestra lentamente el cambio con pequeñas sonrisas y ligeras miradas. No sufre una radical transformación, pero sí, una lección de vida; su encuentro en la lejanía con Ila es un pasaje feliz en su pesarosa existencia, un acontecimiento que guardará con él cuando emprenda su marcha hacia Nasik, lugar al que desea trasladarse una vez que se jubile. Se convierte en alguien mucho más abierto con sus vecinos; deja de ser el gruñón al que le temen los niños de su vecindario. Comienza a acercarse con su colega, e incluso éste, Shaikh, le pide que sea su padrino de boda. La lectura diaria de una nota escrita por un desconocido se convierte en un acontecimiento central en la vida de ambos. “Olvidamos las cosas si no tenemos a quién platicárselas”, sentencia Sajaan cuando le habla a Ila sobre la muerte de su esposa. A su vez, ella le confiesa el suicidio de su hermano y le habla sobre la cercanía que mantiene con su tía. “¿Para qué vivimos?”, pregunta Ila. ¿Para qué vivimos si no tenemos tiempo para el otro? Rajeev está más al pendiente del celular que de su familia, pero la tía (una mujer sabia a la que sólo escuchamos, pero nunca vemos en pantalla) le otorga tiempo, le dedica su vida, a su esposo que yace postrado en una cama todo el día debido al parálisis que padece. Ahí el contraste que percibe Ila: una mujer enfocada en su marido enfermo, contrapuesta a un hombre que vive como si nadie más existiera a su alrededor.
Spoiler Alert
Ila, agobiada ante una posible infidelidad de su marido y también afectada debido a esta conexión inocente que mantiene con Sajaan, toma la iniciativa y le propone que se encuentren, que se conozcan. Surge la fantasía del coqueteo; el pensamiento de que puede brotar algo más entre ambos. Sajaan le propone acompañarla a Bután, un lugar lleno de felicidad, según Ila. Pero la fantasía no puede contra la realidad. “Me di cuenta que envejecí. Tú eres joven, con sueños”, señala Sajaan cuando, animado por conocer a Ila, se percata de su olor a viejo, de la imposibilidad de mantener una relación con alguien menor que él, y que además es soñadora y alegre. Aunque el hombre emocionalmente muerto es iluminado por Ila, se mantiene fiel a los planes que tenía desde antes de conocerla.
Fin del spoiler
The Lunchbox captura la aglomeración y el ruido abrumador de una ciudad sobrepoblada en la época contemporánea. Juega delicadamente con la tensión: ¿en qué momento se conocerán sus personajes? ¿Ila y Sajaan se encontrarán? Es una relación “virtual” que no tiene nada que ver con la rapidez y efectividad, pero también fragilidad, superficialidad y banalidad de la comunicación entre las personas inmersas en las redes sociales. En un mundo donde la gente está obsesionada con la popularidad y con cuantificar la valía de los individuos de acuerdo al número de “amigos” o “seguidores”, la incipiente amistad de Ila y Sajaan posee atención, dedicación, paciencia y tiempo. No hay respuestas inmediatas –al menos tienen que esperar un día para recibir la carta escrita por el otro–; persiste la amenaza de que en cualquier momento uno de ellos podría no volver a escribir y dar por terminada la amistad por correspondencia. Mantienen un vínculo empleando el método más antitecnológico de la India, los “dabbawalas”, que llevan más de 120 años realizando su labor. Pero esa paciencia es lo que le brinda nostalgia y ternura al relato. Una conexión como la de ellos no necesita del contacto sexual; es una amistad –cuyo motor es el anhelo– que los ayuda a crecer para que sigan sus caminos, y sí, cada quien por el suyo, por aquel que desde el inicio estaban convencidos de seguir.
The Lunchbox es íntimo, sencillo y gratificante; es un filme que recuerda el estilo clásico de uno de los grandes cineastas de aquel país asiático, Satyajit Ray; específicamente en El mundo de Apu (Apur Sansar, 1959), donde Apu, un escritor, mantiene un vínculo epistolar con Aparna, una joven que tiernamente, en una carta, le expresa a su amado que no tiene mucho que escribir pues termina cometiendo errores y él, debido a su profesión, fácilmente puede darse cuenta de ello. Pequeñas rebanadas de vidas cotidianas, fragmentos de existencias en desdicha emocional, sirven para retratar el contexto de una sociedad; el sentir de Saajan es, en mayor o menor grado, similar al del resto de los habitantes de Mumbai: una mezcla de melancolía y dulzura, donde “a veces el tren equivocado te lleva a la estación correcta.” A pesar del entusiasmo que le genera la idea de conocer a Ila, Saajan se muestra equilibrado y mesurado, igual que el realizador, Ritesh Batra, quien con mucha confianza y seguridad, subvierte las expectativas que el espectador tiene ante la posibilidad de un desenlace complaciente. Prefiere crear un filme reflexivo y maduro sobre otro tipo de comunicación en el mundo moderno. Más que el amor, The Lunchbox se vuelve una obra conmovedora porque habla de la vulnerabilidad de los nexos entre las personas, y cómo nos coloca en terrenos emocionales que quizá no queríamos visitar, pero que brindan la experiencia necesaria para seguir adelante. Toda una hazaña para un director debutante que se vuelve una figura sobre la que prestar atención en el futuro; pero, por lo pronto, nos permite disfrutar el aquí y el ahora.