En un discurso durante la boda de su hija, Lancaster Dodd (Seymour Hoffman) cuenta una historia metafórica refiriéndose al matrimonio: Pide a su público que imagine un feroz dragón y luego que se imaginen a sí mismos con un lazo, atrapándolo; el siguiente paso es sacarlo a pasear; en el momento menos pensado, la bestia estará dando vueltas en el suelo cuando uno se lo ordene. Freddie Quell (Phoenix), un visitante inesperado, se queda pensando en lo que acaba de escuchar. De momento parece que la historia iba dirigida a él. The Master gira en torno a un caso similar al del dragón. Retrata la relación entre estos dos hombres: un desamparado errático (Quell) y uno que quiere domarlo (Dodd).
La película arranca en el mar. Y de inmediato se aboca a una amplia presentación del personaje de Freddie Quell en la que vemos sus días como marino de la armada estadounidense durante la Segunda Guerra Mundial. Nada heroico: se masturba en la playa ayudado por una mujer de arena, hace chistes sobre cómo deshacerse de ladillas en los genitales y trabaja en la maquinaria del buque de donde extrae químicos para beber. Sigue bebiendo químicos cuando logra salir del ejército y se tiene que ganar la vida (“Ahora pueden hacer lo que quieran.” Les dicen a los soldado a manera de despedida). Primero bebe químicos que también utiliza para revelar las fotos de su trabajo retratando gente en un centro comercial. Después combina sustancias extrañas que comparte con sus compañeros en un sembradío en el campo. Ahí, un anciano que ha bebido su brebaje corre riesgo de morir y los pobladores lo acusan de envenenarlo. Su entrenamiento militar le permite huir. Durante una caminata nocturna, anestesiado por la alquimia de sus cocteles, entra a un yate en el que se celebra a una fiesta y cae en los brazos de Lancaster Dodd.
Para Dodd es amor a primera vista. Él es el creador de La Causa, un culto recién nacido, y está en busca de adeptos. En Quell ve un reto para su sistema de convencimiento: lograr domar a esta bestia sería una evidencia de su talento. Durante una de sus primeras reuniones a solas, Dodd interroga a Quell aclarándole antes lo que siempre será para él: “serás mi conejillo de indias y protegido”. Durante el cuestionario, las preguntas van orientadas a saber qué tan consciente es Quell de su salvajismo; en algún punto le pregunta “¿Eres impredecible?” a lo que el veterano de guerra responde con una flatulencia. Dodd, sin molestarse, riéndose, lo llama “animal tonto”, y este calificativo deshumanizador aparecerá constantemente en sus conversaciones posteriores. Por si fuera poco, Dodd está también enamorado de los brebajes que inventa Quell ahora con fármacos y químicos caseros, y esta afición llega al punto en que parece que la bestia está arrastrando al domador a su mundo, hasta que interviene, sin ambages, la mujer de Dodd. Quell entró a un culto sí, pero también a su núcleo, que se maneja como familia. En esa familia Lancaster es el aportador de ideas y la autoridad, pero quien está a cargo de encausarlo es Peggy (Adams), su esposa, y ella no puede permitir que se le deje fuera de lo que está pasando con el protegido del maestro y, mucho menos, que lo desvíe del camino.
Esta historia aborda la fe como instrumento de cohesión y manipulación, la bebida como amante de los perturbados, la tensión física como reflejo de la dureza del alma, la violencia pasiva pero sin disfraces y, abrazando todo esto, el sueño americano. Es evidente la habilidad de P.T. Anderson para intercalar los espacios y la puestas en escena con un ritmo pausado pero que fluye sin tropiezos. Se ha dicho que la cinta está basada en la vida de L. Ron Hubbard, creador de la Cienciología, y esto ha derivado en dificultades para su distribución en EE.UU. (donde importantes actores coinciden con dichas creencias, incluido uno de los protagonistas de Magnolia, también de Anderson) e incluso se cree que esto podría estar relacionado con el hecho de que el filme no haya recibido una nominación a Mejor Película en los Oscar. Sin embargo, la cinta no se centra en el culto. Si bien el escenario de la postguerra hace que sea fácil pensar en movimientos que manipulaban a los confundidos, y aunque existen momentos en los que personajes ponen en duda las ideas del maestro Dodd, también hay otros en los que la intervención de lo onírico y los recuerdos juegan un papel tan importante para la verosimilitud de la historia como supuestamente lo son para recordar vidas pasadas, según las ideas de La Causa.
Además de ser una gran obra de un cineasta que ya tiene su lugar como uno de los grandes realizadores contemporáneos, The Master es una mezcla de talentos. En la música está Johny Greenwood, miembro de Radiohead, quien ya había demostrado su capacidad para profundizar en las atmósferas creadas por Anderson en Petróleo sangriento (2007) y que en esta oportunidad reitera su capacidad para complementar el entramado dramático, sin entrometerse dictando respuestas emotivas al espectador. Pero, sobre todo, la increíble mancuerna entre Joaquin Phoenix y Philip Seymour Hoffman como personajes que contrastan en cada momento (en su comportamiento, en sus posturas, en su educación, en su ropa, en sus rostros, en sus anhelos) es tal vez la columna más poderosa del filme. Hay algo en Joaquin Phoenix que se acopla perfectamente a personajes perturbados como vimos cuando resucitó a Johnny Cash para Walk the Line(2005). En The Master, el actor logra transmitir la decadencia de Quell con su espalda encorvada como la de un simio, los hombros que caen decepcionados y el rostro envejecido que exhibe una vida cuyos golpes han dejado cicatrices indelebles.
The Master, insisto, gira en torno a la fe y a la perturbación de sus personajes, pero se centra tajantemente en el juego de poder. Quell y Dodd no solo se simpatizan y se quieren, incluso podría hablarse de amor entre ellos, con ciertas dosis de homoerotismo; están dispuestos a dar concesiones, pero también son hombres duros y necios. Quell se lo deja claro a Lancaster desde el primer cuestionario. No le gusta que le digan qué hacer. No se arrepiente de sus errores, ni cree haberse descarrilado de su camino. Quizá porque, a diferencia de Dodd, nunca se planteó uno. El único objetivo que tuvo en la vida fue una mujer, Doris, con quien nunca se animó a concretar algo. Cuando finalmente lo hace (en gran medida gracias al ‘tratamiento’ que le da Dodd), es demasiado tarde. La complejidad de esta relación radica en que la lealtad y el amor no son suficientes para mantenerlos unidos, si la bestia se levanta y se va cuando el domador le pide que dé vueltas en el suelo. Hay que tener un domador interno para seguir a otro en el exterior.
Finalmente, este culto –represente o no a la cienciología–, como muchas instituciones que respetan la estructura piramidal (sobre todo en países que funcionan bajo esquemas tan rígidos, como Estados Unidos), exige obediencia ciega de todos y cada uno de sus miembros a su líder inmediato, y, sobre todo, a su líder principal –Dodd, en este caso. Y, al mismo tiempo, estimulan el desarrollo de personalidades radicalmente opuestas, totalmente anárquicas y hedonistas. Es una explosión perversa e inolvidable ver el choque de estos dos temperamentos; tanto, como ver la emergencia de una sociedad moderna en un país con el campo fertilizado para la obsesión en su vertiente más sumisa como en la más subversiva.