Por Enrique Sánchez (@RikyTravolta)
Guillermo del Toro no busca complacer con sus filmes a nadie más que al niño que lleva dentro. Hay veces que este niño exige historias un tanto sombrías −El espinazo del diablo (2001), El laberinto del fauno (2006)−, y otras, se contenta con aquellos relatos más ligeros en donde las criaturas de otros mundos se anteponen a las personas –Blade II (2002), Hellboy II: The Golden Army (2008). Pacific Rim pertenece a esta última categoría. Las comparaciones con Michael Bay y su horrenda trilogía de los Transformers son inevitables, pero aquí hay que culpar al director estadounidense por haber cavado un hoyo al que forzosamente arrastrará a cualquier cineasta que intente hacer una película en donde los robots gigantes sean la principal atracción. Es una desgracia que Bay se haya convertido en el parámetro, pero aunque Pacific Rim es la película más hollywoodense y menos humana que Del Toro ha hecho hasta la fecha, por fortuna aún podemos decir que está muy por encima del desastre creado por Bay.
La última vez que Del Toro dirigió una película fue en el 2008 con Hellboy II: The Golden Army, y ya desde ese momento comenzó a desarrollar su homenaje al género Kaiju (del japonés “monstruo gigante”) junto con el guionista Travis Beacham, quien también es autor de la novela gráfica Pacific Rim: Tales From Year Zero. La película es, sobre todo, un tributo a los monstruos colosales, que hemos visto en Godzilla (1954) y Godzilla vs Mechagodzilla (1974), hasta en series de animación japonesa como Patlabor y Tetsujin 28-go, y el cineasta incluso se ha referido a la pintura de Goya, El coloso, como fuente de inspiración. Todo esto ya era bien conocido desde antes del estreno de Pacific Rim, y por eso los fanáticos del género han tenido una gran expectativa con respecto a la película. La ilusión de muchos ha sido que Pacific Rim sea una versión intelectual de Transformers, pero esto es casi imposible en un género en donde la prioridad está en el espectáculo de los gigantes, y no tanto en el desarrollo de personajes. Del Toro, sin embargo, compensa la falta de sustancia con su dedicación a la textura, con una gran devoción a sus protagonistas de naturaleza fantástica.
SPOILER ALERT
El filme comienza por definir a sus intérpretes más importantes: los Kaiju (monstruos gigantes) y los Jaeger (robots construidos por el hombre para detener a las bestias). Del Toro elabora un prólogo en donde evidentemente pretende introducir estos titanes a todas aquellas generaciones jóvenes que probablemente no han conocido a Godzilla. También presenta a Raleigh Becket (Hunnam), un piloto Jaeger que sufre un fuerte trauma luego de que su hermano muere durante un enfrentamiento con un Kaiju. Es importante saber que cada robot es controlado por dos personas, quienes establecen un “enlace” cuando se ponen al mando, fusionando sus mentes durante la batalla. Raleigh se encuentra enlazado con su hermano al momento de que éste es asesinado, por lo que ambos experimentan la misma muerte. Éste es, en mi opinión, uno de los elementos más interesantes de toda la película, y también uno de los más desaprovechados. Solo en una escena el director explora a fondo lo traumático que puede ser el vínculo cuando una de las dos personas no tiene una conciencia tranquila, y lo hace con Mako –interpretada por Rinko Kikuchi, la nominada al Oscar por su papel en Babel (2006)–, una joven con una infancia estropeada por los ataques de los Kaiju.
Años más tarde, Raleigh, quien se ha retirado del programa Jaeger para construir un muro gigante que sirve de muy poco para detener a los monstruos, es llamado por el comandante Stacker (Elba) para luchar nuevamente contra los Kaiju. Es entonces que el joven piloto se une a los cinco Jaegers que aún siguen activos, y comienza la complicada tarea de encontrar a un nuevo copiloto. Hay roces, rivalidades y reconciliaciones en el equipo, mediante las cuales Del Toro intenta borrar los bandos y unir a la humanidad bajo un mismo estandarte, pero al final es Raleigh y su Gypsy Danger –el robot representativo de los Estados Unidos– quienes se llevan los triunfos importantes. Lo poco o mucho que se dice sobre ellos no es muy relevante, y el encanto humano recae casi por completo en el personaje estoico de Idris Elba y, sobre todo, en el del actor predilecto de Del Toro, Ron Perlman, quien interpreta a un comerciante de órganos Kaiju con el mismo humor involuntario de un cantante de rap estrafalario. De ahí en fuera, todos los demás actores se deben esforzar para no verse demasiado insignificantes en medio de un espectáculo visual de esa magnitud.
El regreso de Del Toro a la silla del director no es lo que muchos esperaban, sobre todo después de haber abandonado proyectos tan importantes –y tan afines a su visión artística– como El Hobbit: Un viaje inesperado (2012), que terminó en manos de Peter Jackson, o el relato lovecraftiano At the Mountains of Madness. Pacific Rim es un juego de niños llevado a la pantalla grande con maestría técnica, pero desprovisto de la misma sustancia emocional que encontramos en filmes como El laberinto del fauno o Cronos (1993), en donde el mundo fantástico y sobrenatural sirve de enlace con el terrenal. El director mexicano, no obstante, aún posee un talento inigualable a la hora de crear criaturas y escenarios ficticios, y esto es algo invaluable en una época en la que los cineastas del género de ciencia ficción se han quedado sin ideas y, lo que es peor, sin una visión propia.
Julio 12, 2013