Para algunas culturas, el tótem es un emblema que representa a una tribu o a una serie de características de un grupo de individuos. Según el totemismo, las personas están ligadas por el tótem del que descienden con igual o mayor fuerza que por la sangre que une a dos familiares. Esta cinta, ópera prima de la directora alemana Jessica Krummacher, es el retrato de lo más ordinario en la intimidad de una familia común que, como un tótem, representa a la parte menos alentadora de la sociedad en general.
Fiona (Frenk), una joven de 23 años, es contratada por Internet para trabajar limpiando la casa y cuidando a los niños de la familia Bauer. Desde su primera noche se siente la tensión en el trato aparentemente amable de la familia que la invita a convivir con ellos bebiendo y haciendo chistes que no le arrancan más que alguna sonrisa forzada. A partir de entonces se nos irá mostrando el día a día de los habitantes de la casa y no tardaremos en confirmar nuestras sospechas: Fiona se rodea de gente conflictiva y perturbada que en cualquier momento podría explotar en comportamientos peligrosos para ella y, sin embargo, parece encajar perfectamente en ese entorno.
Esta familia disfuncional está integrada por Wolfgang (Ifland) y Claudia (Brunckhorst), los padres y sus hijos Jürgen (Koch) y Nicole (Wilms) y todos, como Fiona, logran soltar con sus interpretaciones el tufillo que evidencia que hay algo descompuesto dentro de cada personaje. Al principio, Wolfgang es sonriente y amable, pero deja claro que eso es solo el escondite de su mal genio que saldrá a la menor provocación y que llegará a la agresividad física en cosa de segundos. Claudia, quizás la más perturbada de todos, pasa buen tiempo en una cama de bronceado y cuidando a dos muñecos de plástico que insiste en que son sus bebés; desconocemos su pasado pero podemos rastrear en su rostro abatido una serie de sucesos que le robaron la cordura. El pequeño Jürgen es tal vez quien lleva la mejor relación con Fiona, aunque también le divierte lanzarle cosas para lastimarla o para hacerla trabajar recogiéndolas; se sabe que su camino ya está roto pero no se sabe qué tan hondo llegará la rajadura. Nicole podría parecer una adolescente cualquiera en otro entorno: muestra interés por un hombre mayor, está harta de su familia y parece pensar solo en escapar de ahí; pero en ella lo que preocupa, más que sus esas reacciones, es que lo que las origina no es un entorno común.
El retrato está construido a partir de escenas recortadas y casi siempre inconexas que muestran la forma en la que conviven los miembros de la familia, entre ellos y con Fiona. La mecha que lleva a los personajes a explotar es corta y tanto el padre como la madre tienen insinuaciones explícitamente sexuales y actitudes directamente violentas hacia su empleada quien al contrario de lo que se esperaría las recibe como si fuese algo aceptable. Fiona no se comporta como una trabajadora sino como un miembro de la familia, pues lo mismo permite abusos que desobedece órdenes y se comporta abiertamente hostil. Nunca podemos estar seguros de lo lejos que llegan estos abusos, pues la cámara, que muchas veces se coloca en un ángulo distante e incómodo, exacerbando la sensación de estar espiando, abandona la secuencia y nos lleva a la siguiente escena antes de que terminen.
Si las imágenes en su mayoría se enfocan en crear la tensión en el ambiente y plantean las interrogantes sobre lo que ocurre en lo más profundo de esta semidesnuda privacidad, algunas declaraciones ayudadas por escenas que salen completamente de contexto dan un poco de luz, aunque sea por pequeñas y fugaces dosis, para que comprendamos lo que sucede en la pantalla. “No es necesario entenderlo todo” le dice un policía a su compañero cuando se cruzan con Fiona paseando a los falsos bebés Bauer a medianoche a pesar del frío. En realidad parece decírselo al espectador, como queriendo calmar un poco el caos. Sin duda, las declaraciones esenciales aunque lejos de ser explicativas son los dos monólogos en voz en off de Fiona hablando sobre el futuro. En el primero, Fiona enlista a cada uno de los miembros de la familia explicando, como una pitonisa aburrida, lo que les espera y lo que ellos piensan al respecto y, en el segundo, se enfoca en su propio porvenir que, en resumen, no es muy esperanzador.
El minimalismo al que recurre Krummacher en lugar de optar por las imágenes explícitas, y el gris tanto emotivo como visual que se mantiene a lo largo de la cinta, logran crear un retrato que destroza la idea de seguridad que representa la institución básica que es la familia y la convierte en un microcosmos de todo lo que está mal, aunque no podamos verlo.