Te amo, te odio, te…
Por Mariana Tinoco Rivera
“Es como una canción que te gusta, la tienes que bailar”, dice Dean (Gosling) cuando describe cómo se sintió atraído por Cindy (Williams) la primera vez. La historia dirigida y co-escrita por Derek Cianfrance presenta a una pareja infelizmente casada, que vive en Pensilvania con su hija de seis años, Frankie (Wladyka). En un esfuerzo por recuperar la emoción de los días de enamoramiento y hacer a un lado los problemas que han acumulado a lo largo de los años, Dean convence (casi obliga) a su esposa de pasar una noche apasionada en un hotel barato. En el encierro que les proporciona esa ‘habitación del futuro’, su desamor, su indiferencia, su agresión y el sexo insatisfactorio, hacen sus presencias insoportables para el otro.
Aunque la relación escasea del amor que en un principio abundaba, Dean y Cindy no saben cómo separarse. La decepción emocional se contextualiza y contrasta a través de los saltos en el tiempo que van del presente, en el matrimonio, hacia el pasado, en la adolescencia. Esos dos tiempos del montaje en paralelo se acentúan visualmente con la textura que da haber grabado lo primero con una cámara digital y lo segundo con una de 16 mm. Estos recursos atrapan al espectador en una historia con la que casi cualquiera que haya padecido el ocaso de una relación podría identificarse. Dos personas se gustan, se corresponden, se enamoran y luego… Sobre esto trata Triste San Valentín (Blue Valentine, 2010), sobre cómo los años y la realidad transforman –y a veces acaban con- los ideales de una pareja.
Como cualquier historia de amor, la película recurre a detalles afectivos. Cindy y Dean se conocen en un asilo de ancianos. Ella está de visita con su abuela y él acaba de entregar una mudanza. Cuando la relación da sus primeros pasos, creen en la perfección del otro. Su atracción es casi instantánea. Él le toca el ukulele, le canta y le dedica melodías para conquistarla, mientras ella responde a sus halagos bailando y recitando versos.
Una vez juntos no se quitan las manos de encima hasta que Cindy queda embarazada. Su hija, que llega de manera casi inesperada, amarra su vida juntos. Él, deseoso de una familia, y ella, totalmente encandilada, se casan esperando lo mejor. Pero la frustración que Cindy acumula y la indiferencia nacida de la inseguridad de Dean termina por desgastarlos. Ella es una chica que sonríe poco y habla menos. Dean parece estar seguro de su amor por Cindy y espera que ella entienda y asuma su conformismo y su parálisis. Con el tiempo, ella lo rechaza en todos sentidos, incluso en la cama.
Para su segundo largometraje, Cianfrance demostró conocer y saber cómo dirigir a sus actores. La excelente interpretación de Michelle Williams le ganó una bien merecida nominación al Oscar. La interacción, choque y resentimiento entre los personajes es la parte más honesta de la película. Mientras ella reciente una vida que no le permite alcanzar sus objetivos profesionales, a él no le interesa perseguir sus ambiciones. Para lograr esa credibilidad dentro del matrimonio, Williams y Gosling, también co-productores, vivieron juntos durante la mitad del rodaje, se dieron un mes para conocer sus mañas hogareñas y llevaron ese conocimiento íntimo al set.
Cianfrance explora la frágil línea entre el amor y el odio a través de las circunstancias que encierran a un matrimonio en su claustrofóbico miedo a la separación, la vejez, la soledad y la muerte. En esto recae la autenticidad de la historia. Los corazones no sólo se rompen, también se arrancan, pisotean, se les escupe y se tiran a la basura.