Reseña, crítica Tron: El legado - ENFILME.COM
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FICHA TÉCNICA
TRON: Legacy
Tron: El legado
 
EE. UU.
2010
 
Director:
Joseph Kosinski
 
Con:
Jeff Bridges, Garrett Hedlund, Olivia Wilde
 
Duración:
125 min.
 

 
Tron: El legado
Publicado el 22 - Dic - 2010
 
 
Secuela de Tron, una película de culto de los 80. - ENFILME.COM
 

Por Sofía Ochoa

Tomando en cuenta que Disney puso Tron: El legado, de 160 millones de dólares y tres años de publicidad, en manos de un debutante, arquitecto de formación, Joseph Kosinski, cuya experiencia consistía en dirigir comerciales de ipods y tenis (eso sí, con mucha clase y estilo), cabe preguntarse si es esta una película o un comercial de dos horas (eso sí, manufacturado con la mejor tecnología que el dinero puede pagar y con un diseño de arte impecable). Cualquiera que sea la respuesta a esta pregunta, lo cierto es que es poco probable que el resultado de esta abundante inversión esté a la altura de la expectativa que ha generado, en parte, porque está motivada por una falsa premisa, que Tron (1982) se convirtió en una película de culto por ser una buena película.

Parte de la leyenda de Tron se construyó como se construyen las leyendas de los artistas incomprendidos, por no haber sido valorada en su tiempo. Estrenada en el mismo año que la exitosísima E.T.: El extraterrestre, al igual que Blade Runner, fue un fracaso en taquilla. Y en los Oscares se le rechazó como candidata por “hacer trampa” usando efectos especiales en computadora. En Disney, la casa de los animadores tradicionales, naturalmente causó polémica y recelo por lo mismo. Su preocupación central, la evolución del ciberespacio y sus implicaciones para la humanidad, era apenas vislumbrable entre los vericuetos verbales que introducían de manera didáctica el lenguaje informático en un momento en el que pocos habían visto una computadora. Syd Mead, el diseñador de arte, leyó varias veces el guión antes de entender que la historia se desarrollaba dentro de una computadora. Lo mismo sucedió con varios de los actores que durante la filmación tuvieron la consigna de jugar videojuegos para sensibilizarse con esa dimensión desconocida para la mayoría.

Steven Lisberger, su creador, había tomado la idea y preocupación de su obsesión con los videojuegos. Huérfano desde muy temprana edad, sus pensamientos estaban puestos en otros mundos. Durante sus años de formación creativa se alimentó de la psicodelia de los sesenta. Mientras estudiaba arte, experimentaba con LSD y su pasión por la animación era el vehículo ideal para mostrar los espacios etéreos por los que su mente deambulaba. Los comerciales de 7Up y Levis de Robert Abel inspiraron sus primeros trabajos en su estudio en Boston, hechos contra pantallas oscuras, de donde emergió un clip de 30 segundos del Tron original. De ese proto-Tron hasta su versión final el trecho es largo. Quizás valga la pena resaltar que hubo mucha investigación de por medio con gente como Alan Key, el inventor del Dynabook, la mamá de la laptop, y que el que Disney financiara este proyecto constituía un riesgo que, como ya se dijo, en su momento, no retribuyó.

Tron de Lisberger es una fiesta visual —con sus cuadrículas neón sobre fondo negro, las motocicletas siguiéndose entre sí dejando una estela láser, los charcos fosforescentes o el inmenso reino que se extiende sobre el espacio virtual con su lejana oscura torre— pero las actuaciones son burdas y la trama, aceptémoslo, sosa y aburrida. Sin embargo, la semilla de un tema que nos sigue rompiendo la cabeza estaba ahí. Y se le ha vuelto a visitar en películas tan diversas como Strange Days (1995), Matrix (1999), El origen (2010) o, incluso, la recién estrenada, Red social.

El legado, estrenada 28 años después, obviamente carece mucho de lo que hizo grande a la previa, esto es: visión, la capacidad de poner sobre la mesa un tema que no se había tocado en el cine, de una manera que no se había hecho. Su ventaja, además de tener a Daft Punk a cargo del soundtrack y a Jeff Bridges como protagonista, son los recursos y la imaginación arquitectónica de su director; su carencia, una buena historia. Y no es que hacer una mezcla de Frankenstein con Star Wars (1977) sea una idea desgastada. El tema ofrece oportunidades –entre ellas, sirve como pretexto para usar en la cara de Jeff Bridges los efectos que rejuvenecieron a Brad Pitt y Cate Blanchett en El curioso caso de Benjamin Button (2008). Pero hacerlo sin justificar las situaciones que presenta, cuando la mayoría de quienes verán esta película está casi mimetizada con el universo que es su tema resulta, por decir lo menos, confuso. Cuando vean a Jeff Bridges cenar con su hijo (Hedlund) y la mujer más perfecta jamás creada (Wilde) en un espacio inspirado por el arquitecto Mies van der Rohe (“Dios está en los detalles”), sentados a la mesa bebiendo líquidos fosforescentes, no se pregunten de dónde sacaron el lechón que están a punto de engullirse. Si esta secuela hubiera hecho por la historia lo que hizo por el diseño, otra cosa sería.

 
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