“Nosotros vamos a morir, y eso nos convierte en los afortunados”, dice el biólogo Richard Dawkins. Somos los afortunados porque a pesar de las infinitas posibilidades de no existir, hemos llegado hasta aquí, y la muerte será el último de nuestros privilegios. En muchas culturas, el momento más importante en la vida de un hombre es el día en que pierde la virginidad; en otras, como en el Japón feudal, la regla de oro de los samuráis consistía en encarar a la muerte sin temor. “Vive y muere en este día”, es el lema de John Ottway (Neeson), un cazador de lobos con la voluntad de un héroe griego y con las tendencias suicidas de un poeta inglés.
The Grey, basada en el cuento Ghost Walker de Ian MacKenzie Jeffers, trata de un grupo de hombres que sufren un accidente aéreo y deben luchar contra la muerte hasta que ya no es posible continuar. Su título en nuestro país es Un día para sobrevivir, y quizás esto se debe a las similitudes con Alive (1993), que fue traducida como Sobrevivientes en los Andes. Ambas son películas que ponen en evidencia la fragilidad del hombre frente al poder de la naturaleza, e incluso uno de los personajes de The Grey se burla de la escena de Alive en donde los sobrevivientes se ven forzados a cometer canibalismo. Es un comentario cruel hacia una cinta que está basada en hechos reales, pero también es un comentario que sirve para marcar una diferencia entre The Grey y las otras películas de este tipo: aquí no se trata de sobrevivir, sino de recibir a la muerte como es debido.
Ottway es un cazador de lobos que quiere morir por razones que en un principio no se explican con detalle. El director Joe Carnahan ofrece apenas unos cuantos datos sobre la vida de los hombres que sobreviven al accidente, y lo más revelador de cada personaje sucede unos segundos antes de su muerte. Ottway recoge las carteras de sus compañeros caídos y descubre quiénes eran sólo hasta después de que se han ido, quizás porque le es más fácil seguir luchando sin saber que el siguiente hombre en morir dejará detrás de sí a una familia que lo espera.
Lo primero que sabemos de Ottway es que quiere morir; lo segundo, que no le gusta el sufrimiento ajeno. Es el alfa de la manada, el que busca a los sobrevivientes luego de que el avión se estrella y los reúne para mantenerlos con vida, y, si es necesario, también los ayuda a morir. En una de las escenas más fuertes de la película, Ottway encuentra a un hombre en la nieve con una herida fatal y se acerca para ayudarlo en la medida de lo posible. Su nombre es Lewenden, y el pánico en su rostro hace que varios de sus compañeros se queden paralizados. El grupo –un montón de hombres salvajes “que no encajan en este mundo”, dice Ottway– mira en silencio cómo el cazador trata de calmar a Lewenden haciendo que acepte su muerte. “Vas a morir”, le dice, tentándolo con la idea de una sensación cálida que recorrerá su cuerpo. Lewenden muere y Ottway permanece estoico, como recordando algo de lo que aún no nos hemos enterado.
Desde hace unos años, Liam Neeson se ha encargado de interpretar a guías espirituales como Qui-Gon Jinn en Star Wars: The Phantom Menace (1999), el Padre Vallon en Gangs of New York (2002), Godfrey en Kingdom of Heaven(2005), Ra’s al Ghul en Batman Begins (2005), e incluso al león Aslan de The Narnia Chronicles. Todos estos personajes tienen en común un sacrificio que realizan por el bien del protagonista. En The Grey, Neeson es tanto héroe como protagonista, y ésta es definitivamente su mejor actuación desde que interpretó a Oskar Schindler en Schindler’s List(1993). Aquí tiene todo el espacio y tiempo de un largometraje para desarrollar a fondo las cualidades de los personajes estoicos que ha interpretado en tantas películas. En su mirada se ocultan los momentos que lo han orillado a apuntarse con su propio rifle, pero nosotros sólo vemos dos recuerdos fragmentados: uno de su infancia donde habla sobre su padre y el único poema que llegó a escribir, y otro de su esposa recostada en una cama. Estos flashbacks aparecen con matices cálidos y se intercalan con las escenas en la tundra hostil en los momentos de mayor desesperación. Para Ottway, estos pensamientos son tanto alivio como castigo.
La película es sangrienta, y no hay piedad ni para los humanos ni para los lobos. La organización PETA protestó contra el equipo de producción de The Grey porque supuestamente Carnahan compró cadáveres de lobos grises para la filmación, y también porque la película retrata a este animal de forma negativa e irreal. Quizá hayan tenido razón con respecto a los cadáveres, pero la imagen del lobo siempre ha funcionado para representar el lado agreste de la naturaleza (según la mitología nórdica, un lobo desatará el fin del mundo al devorar la Luna). No se trata de combatir a una especie en particular y nombrarla enemigo del hombre; no hay villano en esta película. Los lobos son un reflejo de una de las emociones humanas más primitivas: el miedo.
La imagen más famosa de The Grey es la del poster oficial, que consta de un primer plano de Liam Neeson con una cara morada por el frío y con cicatrices. Su mirada se asemeja terriblemente a la de un lobo. Esta imagen forma parte de la escena final de la película, que es en verdad una belleza en donde la música de Marc Streitenfeld aporta una gran profundidad a la actuación de Neeson, quien se toma su tiempo para realizar una transición importante en el personaje, y lo logra con una sola mirada a la cámara que dura unos cuantos segundos, que se pueden alojar en la mente del público por toda una eternidad.
Hay una última toma después de los créditos que quizás aclare el ambiguo desenlace para algunos, aunque seguramente aumentará la confusión de casi todos. La clave con este tipo de películas está en poner atención a los acontecimientos iniciales, y tenerlos en mente cuando se avecina el final. Si hay un mérito en The Grey, es esta moraleja tan fácil de entender y tan difícil de poner en práctica: es importante darle valor a nuestra muerte, casi tan importante como lo es darle valor a nuestra vida.