Por Alfonso Zárate
Wall Street: El dinero nunca duerme es la continuación de la ya clásica Wall Street de 1987. En aquella, Oliver Stone creó en Gordon Gecko un villano tan carismático que se roba todos los reflectores de la película. Gecko, interpretado por Michael Douglas, era la representación misma del capitalismo salvaje, un hombre capaz de vender a su abuelita por dinero. Aunque esta nueva versión inicia con Gecko saliendo de la cárcel aparentemente reformado, el personaje ocupa un lugar menor en la cinta.
La historia se centra en Jacob Moore (LaBoeuf) un ambicioso joven que trabaja en Wall Street. Un día después de haber ganado su primer millón sucede lo impensable: llega la crisis financiera de 2008. En cuestión de días pierde su trabajo, ve a su mentor arruinado y la empresa para la cual trabaja se declara en bancarrota, por lo que buscará vengarse del hombre que está detrás de todos estos males.
Moore mantiene una relación con la hija de Gordon Gecko, quien desde hace años no ve a su padre y le guarda resentimientos. El protagonista busca a su futuro suegro y hará lo posible para que padre e hija se reconcilien.
A lo largo de su carrera, Oliver Stone ha logrado como pocos conjuntar sus preocupaciones políticas con la creación de entretenimiento al estilo Hollywood. En sus mejores trabajos, JFK (1991), Pelotón (1986), Born in the 4th of July (1989) y la misma Wall Street existe la fuerza de la denuncia y la indignación. El director ha sabido crear polémica y usarla para darle empuje dramático a sus historias.
Más allá de su intención de denunciar los excesos de la especulación financiera, Wall Street se convirtió desde su aparición en una película de culto. Frases como "greed is good" [la avaricia es buena], enunciadas por el carismático Gordon Gecko, lejos de aleccionar sirvieron como gritos de guerra para nuevas generaciones de cazafortunas. Tal vez de ahí el interés de revisitar el mundo de las altas finanzas, y, claro, de la pertinencia con el momento actual de inmersión en la resaca de la peor crisis económica desde la gran depresión de 1929.
Como lo hizo en JFK, Oliver Stone crea una ficción a partir de sucesos de la reciente historia moderna. Los personajes ficticios representan de manera apenas velada a personas reales que jugaron papeles clave en el desarrollo de esta crisis.
Para justificar la hecatombe financiera, la película necesitaba de un villano y lo encuentra en el personaje de Josh Brolin, otro capitalista voraz y antiguo rival de Gordon Gecko. Pero la verdad es que una crisis de estas dimensiones tiene un origen complejo y su raíz no está en una sola persona sino en toda una cultura de excesos. Mientras que el filme original retrataba atinadamente esa sociedad depredadora, esta nueva entrega se pierde al intentar explicar los hechos que condujeron a este cataclismo mundial.
Lo que falta es justamente la fuerza de la denuncia. En vez de indignación, El dinero nunca duerme cae por momentos en cierta nostalgia. Inclusive la selección musical (con canciones nuevas de David Byrne y Brian Eno) nos remite al pop ochentero de la original. Charlie Sheen hace una breve aparición, pero me temo que en vez de recordarlo como el joven ambicioso de la primera película el público lo identifique por su papel en una muy popular comedia televisiva.
El dinero nunca duerme es sin duda ambiciosa. Un drama familiar en la que un padre busca reconciliarse con su hija. Una historia de venganza e intrigas en el mundo de las altas finanzas. Una historia de amor. Una denuncia sobre las fallas del sistema financiero. Un intento por explicar los hechos que provocaron la crisis económica mundial. No obstante la ambición desmedida de su director, también demuestra que, en ocasiones, el que mucho abarca poco aprieta.