Por Luis Fernando Galván (@luisfer_crimi)
¿Qué hacemos con Maisie? (2012), dirigida por Scott McGehee y David Siegel, y escrita por Nancy Doyne y Carroll Cartwright, es una adaptación –situada en la ciudad de Nueva York y contextualizada en la época actual– de What Maisie Knew, novela escrita por Henry James en 1897. A pesar del traslado espacial y temporal (de la Inglaterra de la tardía época victoriana a la Norteamérica del siglo XXI) y las libertades que se permite (pero necesarias para su contextualización que consisten en cambiar las profesiones de los personajes y las actividades que realizan), el filme narra la historia de Maisie (Onata Aprile), una pequeña niña de seis años de edad, que tiene que lidiar con el egoísmo, la rivalidad y la separación de sus padres, Susanna (Julianne Moore) y Beale (Steve Coogan).
Al igual que la novela de James –escritor acostumbrado a emplear la técnica del ‘punto de vista’ para analizar a sus personajes desde el interior–, el filme está contado desde la perspectiva de Maisie. Su madre (una estrella de rock en constantes giras) y su padre (un comerciante de arte contemporáneo que, con una ocupada agenda, debe viajar y cerrar negocios) viven ensimismados en sus respectivas actividades. Son dos adultos incapaces de percibir su negligencia e ineptitud. Los realizadores, McGehee y Siegl, optan por colocar la cámara, regularmente, al nivel del rostro de Maisie, lo que permite hacer hincapié en cómo son vistos los adultos desde la mirada de la niña que, de manera silenciosa, los observa e intenta comprenderlos. El egoísmo y la frenética lucha de egos derrumban el matrimonio, y dejan a la niña como la víctima del letal encuentro entre los padres narcisistas. Tanto Susana como Beale insisten en su constante pleito de poder para demostrar quién es mejor. Su comportamiento, errático y manipulador, resulta desagradable en comparación a las nobles acciones de su pequeña hija.
La cámara, al igual que Maisie, se retira cuando los padres gritan y discuten, presentando a los adultos en planos abiertos permitiéndonos observar sus posturas y movimientos. Si la niña se marcha a su habitación, la cámara es su fiel acompañante; transita a su lado al bajar las escalares, se esconde junto a ella detrás de las puertas, y los sonidos de las discusiones se desvanecen conforme Maisie se aleja. La lucha por la custodia de la niña representa una batalla más en esta guerra de personalidades. Ambos, debido a ocupaciones e intereses personales, colocan a su pequeña hija en un escenario incómodo, donde las ilusiones y sueños infantiles corren el riesgo de ser aniquilados. Para sosegar la áspera rutina de Maisie, la cámara presenta, en primeros planos y en reiteradas ocasiones, varios objetos (un cuaderno con ilustraciones, algún juguete, un par de crayolas, un libro, un animal de peluche, una muñeca, un ramo de flores) que distraen la atención de la niña y que le sirven al espectador como puntos de inflexión para dejar la pelea de los adultos e inmiscuirse en el ámbito de la inocencia. Este recurso permite enfatizar aquellos pequeños detalles –pero significativos– en los que Maisie centra su atención para apartarse de los agobiantes altercados.
Beale, con su astucia y carisma, logra seducir a Margo (Joanna Vanderham), una joven niñera acostumbrada a estar al pendiente de Maisie. Por su parte, Susanna se casa con Lincoln (Alexander Skarsgård), un alto y atractivo bartender. Los padres de Maisie repiten los patrones de su relación anterior con sus nuevas parejas; discusiones, menosprecios y desinterés hacia el otro. Margo y Lincoln son los objetos ideales para que Beale y Susanna formen, respectivamente, la falsa ilusión de una familia. Un truco que fabrican para convencer a los jueces de quedarse con la custodia de Maisie, y no porque de verdad les interese crear un confortante hogar. El círculo de convivencia aumenta; ya no sólo son padre y madre, sino ahora también madrastra y padrastro. No obstante, el constante ir y venir, de un sitio a otro, de una casa a otra, se vuelve cada vez más duro para Maisie. Ella mira a través de las ventanas o alrededor de las puertas. Observa, escucha e intenta establecer, con su limitada y frágil comprensión, lo que está pasando en el mundo de los adultos.
Beale le promete a su hija un viaje en barco, sin embargo, rápido olvida su promesa. Más tarde, Susanna le dice a su hija que un viaje en barco no es emocionante y que puede realizarse cualquier otro día. Las actitudes de los padres cierran toda posibilidad de realización del sueño infantil, aquel deseo que, por insignificante que le parezca a los adultos, posee una fuerte carga de esperanza, ensueño y ánimo que mantiene encendida la sonrisa de la niña.
Los padres buscan la custodia de la menor, no por el bien que le puedan causar a su hija, sino por todo el mal que le ocasionarían a su ex. Maisie es vista como trofeo, y utilizada como moneda de cambio para sacar un beneficio propio. El rendimiento de Onata Aprile, como Maisie, resulta natural, sobrio y conmovedor. No solo su carácter dulce cautiva, sino también la honestidad y espontaneidad con que interpreta su personaje. Una niña que prefiere sorprenderse por los llamativos colores que decoran un edificio en lugar de hacerle caso a su madre cuando ella trata de convencerla de mentirle al juez manifestando que su padre la golpeaba. La participación de Aprile entra en una sólida sincronía con el resto del elenco: Juliana Moore como la madre rebelde y explosiva, Coogan como el padre irresponsable y poco interesado en su hija.
Margo y Lincoln (también dos seres abandonados, olvidados, utilizados e incluso humillados por sus respectivas parejas) comparten los sentimientos de la niña. Se convierten en una especie de padrastros improvisados que le brindan la atención y cuidado que requiere. Son dos jóvenes confundidos que asumen, amablemente, una responsabilidad que no les corresponde. Maisie, al igual que un barco abandonado a la deriva que sólo fluye sobre el mar, agradece y se aferra a todo acto de bondad proveniente de ellos, y busca la manera de navegar a su lado sobre el terreno de incertidumbres en el que la han colocado sus padres. Joanna Vanderham –que debuta en cine–, es, en el papel de Margo, una mujer divertida, cariñosa y firme, una especie de moderna y jovial Mary Poppins neoyorquina. Por su parte, el actor sueco, Alexander Skarsgård, interpreta a un Lincoln que al principio parece inmaduro y tiene un accidentado primer encuentro con Maisie, pero logra transmitir la confianza que requiere la niña hasta crear un lazo afectivo que se vuelve relajado y sincero. Ambos comparten anécdotas y juegos, creando los mejores momentos del filme como en la escena donde él le prepara, con sumo cuidado, elegancia y ternura, el desayuno.
El filme evita el sentimentalismo, y opta por la delicadeza; Maisie es una niña que se desenvuelve de acuerdo a su edad. Juega con otros niños, sonríe en la escuela, participa en clase, se confunde y se entristece, pero también presenta un alto grado de madurez. No es precoz, no lanza rabietas ni hace berrinches, y sólo en una escena la vemos derramar una lágrima. Los directores retratan a una niña sensible, pensativa e inteligente, que se sube al triciclo en la terraza de la casa del padre, que asiste a las grabaciones del nuevo disco de su madre, y que no se asusta con las anécdotas de Lincoln sobre ingerir pegamento mientras escuchan ‘Night Train’ de The Kills. Aunque el tono predominante de la novela de Henry James es sombrío –incluso, Jorge Luis Borges consideró esta obra como “una horrible historia de adulterio narrada a través de los ojos de una niña que no está capacitada para entenderla”–, McGehee y Siegel deciden suavizarlo. A pesar de esta arriesgada decisión, ¿Qué hacemos con Maisie? apunta hacia el cruel cuestionamiento de cómo hacer frente a una niña cuando ella no es la prioridad. ¿Cuáles son los efectos que tendrán estas vivencias en la vida de Maisie conforme crezca? ¿A alguien, verdaderamente, le importa? El resultado final es una contundente acusación hacia aquellos que no se dan cuenta que la inocencia no es algo para ser despreciado y vilipendiado, sino más bien una cualidad que debe ser protegida y atesorada.