Por Verónica Sánchez
José Luis Valle reinventa en Workers (2013) –su tercer largometraje después de El milagro del papa (2009) y Las búsquedas (2013)– al asalariado en su versión posmoderna y minimalista: personajes que se rebelan contra el orden establecido, trazados a partir de un estereotipo de sumisos dependientes de la autoridad, con una modestia sutil que los transforma en engranajes esenciales, aunque igualmente invisibles y peligrosamente individualistas.
La cinta inicia con un hipnótico plano secuencia del Océano Pacífico que va abriéndose hasta chocar contra el muro que separa la frontera entre Tijuana y Estados Unidos, una larga malla que invade todo el piélago, cernida por una fauna que sobrevive indiferente a la instalación artificial, prólogo a una historia donde las barreras sociales están presentes y magnificadas. El estilo anticipa una tendencia en la película: la expectación como pivote para atrapar en la magia de un cuadro una metáfora –la evidente diferencia de clases entre los migrantes señalada por las barreras limítrofes– o el retrato del entorno desinteresado –el mar en su hacer cotidiano de devanear las olas en las orillas de la línea fronteriza–. El mensaje es sencillo: el mundo ni se inmuta ante nuestros melodramas políticos y sociales; y la malla ciclónica, el muro y el resto de los artilugios antimigratorios de los países –ese bodrio marginal de la civilización que induce al conflicto–, nunca impiden a la playa su condición de frontera ante una vastedad superior al suelo que pisamos. Nada limita al mar, ni siquiera las políticas demográficas de un país abundante en reglas migratorias. Ningún océano puede ser amurallado.
Workers es una comedia con un acre humor negro que se contextualiza en el mundo corporativo contemporáneo (en un lapso de tiempo que va de 1999 a 2009) y los empleos operativos más bajos en la cadena productiva. La cámara sigue el viaje de dos personajes adultos: Rafael (Jesús Padilla), un exveterano de Vietnam, de origen salvadoreño, que trabaja como conserje de una firma transnacional de bombillas; y Lidia (Susana Salazar), una empleada doméstica de aspecto modesto que atiende la casa de una señora acaudalada –enferma terminal y madre de un narcotraficante– que idolatra a su mascota, una perra galgo de nombre Princesa. Estos dos personajes parecen no tener nada en común, pero a lo largo de la historia se revela que están unidos por un pasado que se manifiesta de forma fantasmagórica.
El corazón de las dos historias descansa en que ambos son empleados que ganan el sueldo mínimo. Ninguno es maltratado física ni mentalmente, aunque la relación con sus respectivos empleadores no tiene visos de justicia. Por ejemplo: Rafael es un empleado entregado, de personalidad taciturna y tranquila. Nunca ha faltado, jamás se ha reportado enfermo ni ha tomado vacaciones. Su fidelidad la demuestra fuera de su área laboral cuando lo vemos ocultar los focos de otra marca en una tienda. De pronto, su lealtad se va por la borda: descubre que no tiene derecho a una pensión. Lidia ha trabajado más de 30 años como fiel doméstica para su jefa. Cuando la anciana fallece, hereda su riqueza al animal, especificando que solo si la perra muere por causas naturales, los trabajadores obtendrán una rebanada del pastel.
Ambos son inmigrantes y tienen por delante un futuro incierto a causa de las condiciones hostiles a nivel laboral. Los dos luchan contra el hecho de que otros tienen el control sobre sus vidas. Pero la sumisión no es opción: Rafael cambiará el curso de su historia a través de la venganza, anulando la predictibilidad en su personalidad y su carácter; Lidia, a través de un crimen calculado y colectivo, involucra en un acto de fe a todos los posibles beneficiados del delito. Él se vuelve un justiciero, saboteador y estratega; ella, una líder espiritual para sacrificar al chivo (o perro) expiatorio.
La narrativa de Valle se aleja del camino fácil o ya transitado de la obvia denuncia social común en películas como Tlatelolco verano del 68 (2013) o Mexicano ¡tú puedes! (1985) a través de antihéroes que cambian el curso de los acontecimientos a costa de conflagraciones que simulan un cobro de adeudos, un absurdo o un acto de fe, para alcanzar la justicia. A su modo, Rafael y Lidia comienzan una lucha cautelosa para lanzar su revancha. Este tipo de antihéroe, absurdo (aunque lógico en el fondo), vengativo y creyente, es el que se dibuja en Workers.
Valle elige como escenario de su película una ciudad de alma ruda (Tijuana) y una frontera (con Estados Unidos), sitios que elaboran su identidad alrededor del movimiento, el conflicto y el multiculturalismo. Filma también con tomas sostenidas bellamente encuadradas, como la escena en que Rafael visita una casa de citas y la cámara permanece inmóvil esperando por él, mientras sucede la vida en la calle. El resultado es una Tijuana suburbana con un atardecer camino de la noche, y un cinturón de pobreza encajado de frente. La digresión inserta un discurso lírico donde el cine relata por el puro placer de observar la magia de la vida cotidiana mediante la lente.
Workers huelga en economía de diálogos y dirección de actores depurada, sin estilizaciones. La sátira se aplica sin discreción a cualquier absurdo de cada capa social. La rutina diaria y difícil de Rafael, al igual que las actividades cotidianas de Lidia, son una línea recta solo afectada por los exabruptos económicos. Estos elementos sirven a Valle para revelar los extremos de un ambiente globalizado mas no cosmopolita, abundante en riquezas pero no en refinamiento o elegancia. Para soportar su apuesta, recurre a la pericia técnica de la fotografía, con sus tonos cálidos a cargo de César Gutiérrez Miranda. El desempeño fotográfico capta composiciones al estilo de pinturas en movimiento —con todo el poder meteorológico y lumínico que la naturaleza traza, en tiros prolongados.
Hay también dentro de la película pequeñas subtramas: una enternecedora donde un adolescente amigable le enseña a Rafael a leer y a escribir, y otra en la que Lidia toma venganza del verdugo violador de Elisa, la joven enfermera y su compañera de trabajo. Ambas historias son poderosas y decisivas para los cambios futuros que tomarán los protagonistas. Representan la solidaridad y complicidad en un mundo moderno en el que prevalece el individualismo.
Spoiler alert
Valle crea una historia consistente con la que captura el espíritu de aquellos que ejecutan las piezas más pequeñas en un mundo complejo, en el que sus esfuerzos no son recompensados, pero que a pesar de la tragedias buscan salir avante y trastornar los destinos que su miseria les impone. Exuda un temperamento posmoderno en sintonía con la vida contemporánea: ha sido prohijado por su tiempo. En Workers, una mucama encauza a una servidumbre hacia un fin común para retirarse del trabajo, mientras un empleado de lo más bajo de la plantilla laboral, provoca perdidas sistemáticamente a un corporativo voraz: delicias satíricas sin un ápice de cursilería ideológica.