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Cine e independencia
Publicado el 15 - Sep - 2010
 
 
  • La historia ha sido para el cine, prácticamente desde su nacimiento, una fuente pródiga de tramas y personajes. Muchos han visto desde entonces en este binomio la forma más adecuada de traer el pasado al presente, de revivirlo.  - ENFILME.COM
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La independencia a cuadro

Por Mariana Riva Palacio Q.

Cine e historia

La historia ha sido para el cine, prácticamente desde su nacimiento, una fuente pródiga de tramas y personajes. Muchos han visto desde entonces en este binomio la forma más adecuada de traer el pasado al presente, de revivirlo. Entre éstos destaca Thomas Alva Edison, quien en 1912 llegó a declarar: “Estoy gastando más de lo que tengo para conseguir un conjunto de 6 mil películas, a fin de enseñar a los 19 millones de alumnos de las escuelas estadounidenses a prescindir completamente de los libros”. Sin expectativas tan disparatadas –se ha comprobado que el alejamiento de los libros por parte de los gringos o cualquiera otro no necesita de ningún aliciente fílmico, al menos no de los filmes que tenía en mente Edison–, no se puede negar la eficacia de ciertas películas para ayudarnos a conocer y comprender otras épocas. Baste mencionar clásicos como El nacimiento de una nación (1915), la epopeya de la Guerra de Secesión Estadounidense realizada por D. W. Griffith, o los impresionantes retratos de la Revolución Rusa de Serguéi M. Eisenstein en El acorazado Potemkin (1925) y Octubre (1928). Entre las propuestas más contemporáneas se cuentan las infaltables Underground (1995) de Emir Kusturica, folclórico retrato del desmembramiento de Yugoslavia, y 12:08 al este de Bucarest (2006) de Corneliu Porumboiu, que además de contar el último episodio de Ceaucescu en Rumania, nos enfrenta con la imposibilidad de encontrarle una sola cara a Clío.

Las distintas versiones de la historia ofrecidas por el cine nos sirven, además, para conocer el momento histórico en que son producidas. Cada filme encierra elementos no sólo de sus autores sino de la sociedad que los da a luz, y esto es doblemente cierto en el caso de los históricos: las ideologías, anhelos, preocupaciones, afectos, antipatías, olvidos, apuestas y un largo etcétera determinarán qué episodios o personajes del pasado interesarán o no y de qué manera a los involucrados en la creación cinematográfica, a sus patrocinadores (más si se trata del gobierno en turno) y a su público. En palabras de Pierre Sorlin: “El cine abre perspectivas nuevas sobre lo que una sociedad confiesa de sí misma y sobre lo que niega”, y habría que agregar: sobre lo que celebra. 

Cine, celebración, representación

Mientras Porfirio Díaz festejaba el centenario de la revuelta que independizó a su patria del yugo español, se gestaba otra que libraría al país de sus 30 años en el poder y lo llevaría a la muerte en el exilio. Parte de los festejos en la capital incluían al séptimo arte, que había desembarcado en tierras mexicanas apenas en 1896: por una parte se proyectaron cintas sobre diversos aspectos de la vida nacional (sólo los buenos, claro) en el Cine Palacio y el Salón Rojo y, por otra, las actividades que formaron parte de las Fiestas del Centenario de la Independencia fueron filmadas por Guillermo Becerril, los hermanos Alva, Julio Lamadrid y Salvador Toscano. Sus lentes capturaron escenas como la recepción de la pila bautismal de Hidalgo en la estación de Buenavista, la jura de la bandera por seis mil niños en la Plaza de la Constitución, la glorificación de la corregidora Josefa Ortiz de Domínguez por “señoritas de la Escuela Normal y párvulos de la misma”, la inauguración del Monumento a la Independencia y del nuevo Manicomio General, entre muchas ceremonias más. Poco tiempo después, esas mismas cámaras serían testigo y nos harían partícipes de la nueva lucha, con tramas y actores distintos: la Revolución Mexicana, el primer movimiento armado a gran escala documentado por el cine. Estas cintas fueron más tarde exhibidas tanto en la Ciudad de México como en otros lugares de la República, como el salón Pathé de Puebla o el Teatro Gorostiza de Zacatecas.

Una de las cintas proyectadas durante las Fiestas fue justamente la primera en retratar el episodio histórico de la Independencia: El grito de Dolores o La independencia de México (1907). Dirigida, escrita y protagonizada por Felipe de Jesús Haro, en el papel del Cura Hidalgo, fue exhibida casi de manera obligatoria cada 15 de septiembre al menos hasta 1910. La cinta está compuesta por siete cuadros que siguen el desarrollo cronológico de los hechos: “Denuncia de la conspiración”, “El aviso de la corregidora”, “El camino de Dolores”, “¡Somos perdidos!”, “El grito”, “En marcha” y “Apoteosis”, este último, una especie de epílogo que celebra el triunfo de la independencia once años después. Cabe destacar que esa celebración, si bien culmina con la coronación de Hidalgo con el laurel del triunfo que le brinda la Gloria, es ubicada por Haro el 27 de septiembre de 1821, día de la consumación de la Independencia y no el 16 de septiembre de 1810, su inicio. Esto resulta, por decirlo de alguna manera, políticamente incorrecto para la época: el 27 de septiembre se relacionaba con Agustín de Iturbide, identificado con el partido conservador (históricamente considerados pro hispanistas, pro intervencionistas, pro monárquicos), que fuera vencido por los liberales en 1867, fecha desde la cual se fijó el festejo el 16. Las conmemoraciones, ya se ve, también son materia de disputa política.

La siguiente cinta en rememorar la gesta independentista se encuentra también en los terrenos de la disputa: 1810 o Los libertadores de México (1916). Producto del talento meramente yucateco –fue dirigida por Carlos Martínez Arredondo y Manuel Cicerol Sensores, con guión del poeta Arturo Peón Cisneros–, pelea con La Luz, tríptico de la vida moderna (1917), atribuida a Manuel de la Bandera y filmada en la Ciudad de México, el título oficial de “primer largometraje de ficción mexicano”, en lo que se identifica como una afrenta más del centro al interior de la República. En todo caso, la cinta fue estrenada con mucho éxito el 27 de julio de 1916 en el teatro Peón Contreras, en Mérida, y el 15 de septiembre del mismo año se exhibió en el teatro Hidalgo de la capital, como parte de un fastuoso evento que incluía la entonación del Himno Nacional a las 11 de la noche en punto. 1810 o Los libertadores, llamada en el programa del estreno “la primera película nacional de arte”, está conformada por ocho partes en las que los hechos históricos se entretejen con la historia de tres personajes ficticios –uno de ellos ahijada de Miguel Hidalgo- los tres españoles, quienes tras ser injustamente encarcelados son liberados cuando los insurgentes toman la Alhóndiga de Granaditas.

Independencia de oro

La gesta insurgente no volvió a ser tema para el cine nacional hasta que fue retomada por uno de los representantes más prolíficos de la Época de Oro: Miguel Contreras Torres. Con filmes prácticamente de cada etapa de nuestra historia –Colonia: Don Juan Manuel Hombre o demonio (1940);Intervención Francesa: Juárez y Maximiliano (1934), La paloma (1937) y La caballería del Imperio (1942); Revolución: La sombra de Pancho Villa (1933),Vuelve Pancho Villa (1950), La soldadera (1967), entre otras–, dedicó a la Independencia tres cintas que destilan el nacionalismo patriotero que lo caracterizó: ¡Viva México! (1934), El padre Morelos (1943) y su continuación, El rayo del Sur (1943).

La primera, anunciada en los créditos como una “Producción HISTÓRICA de Miguel Contreras Torres”, se regodea en las bondades de Miguel Hidalgo como protector de indios y pobres, y posteriormente como conspirador e insurgente. Al estallar el conflicto armado, Contreras enfatiza la participación del pueblo y la estrecha comunicación que el cura mantenía con éste. No tiene caso hablar de imprecisiones históricas (tema que podría alimentar mil páginas más), pero no pueden dejar de mencionarse dos pifias. Al dar inicio el levantamiento, los alzados gritan “¡Viva México!” y, si bien se han hecho adiciones y enmiendas al Grito de Dolores, se considera que el original sólo incluía “¡Viva la Virgen de Guadalupe!”, “¡Abajo el mal gobierno!” y “¡Viva Fernando VII!”); por si esto fuera poco, proceden a cantar el Himno Nacional que, como consta en Mexicanos al grito de guerra (1943), no fue compuesto sino hasta 1853 (letra) y 1854 (música). Otro rasgo a destacar en la cinta es su final, que conecta a la Independencia mexicana con la del resto de América –se muestran vistas de monumentos de la Ciudad de México entre los que se incluyen las efigies de Bolívar, San Martín, Martí y Washington– y da un mensaje conciliador con la Madre Patria: “España e Hispanoamérica vivirán libres, unidos espiritualmente por la raza y el idioma. España perdió sus colonias en América, pero ganó el corazón y el respeto de Hispanoamérica”.

Las otras dos cintas nos presentan la vida y obra de José María Morelos y Pavón, personaje presentado por Contreras como un verdadero santón –justo, modesto, valiente, honesto, buen combatiente, amigo, consejero… vaya, más bueno que el pan–, caracterización apoyada en el respetable rostro de Domingo Soler, quien lo interpreta y quien haría de Fray Martín en La Virgen que forjó una patria (1942), otro buenazo. En El padre Morelos se narra la vida del cura de Carácuaro antes de la insurgencia, mientras que El rayo del Sur plasma su transformación de “pastor de almas” a “conductor de pueblos”, poniendo especial énfasis a sus cualidades como estratega y a los ilustres combatientes que lo acompañaban, una pléyade de personajes históricos (Galeana, los Bravo, Guerrero, Matamoros, Bustamante, entre otros) a los que llaman “héroes como de epopeyas griegas”. El episodio más llamativo de la historia –más por lo que calla que por lo que deja ver– es su romance con Francisca Ortiz, con quien mantiene una relación durante su estancia en Oaxaca, a finales de 1812, y es la tercera mujer con quien procrea (la primera fue Brígida Almonte, madre del desafortunado Juan Nepomuceno Almonte, y de la segunda se desconoce el nombre). Contreras lo resuelve con dos minúsculas escenas: en una, durante un baile, la voz en off nos informa: “humano al fin, ama y es amado”; en otra, Francisca confía a la asistente del cura que su amor es verdadero. 

Contemporánea de estas cintas, La Virgen que forjó una patria, de Julio Bracho, narra una historia en dos tiempos que se entrelazan: el descubrimiento de los conspiradores y su levantamiento (1810), y los primeros años de la época colonial (1528-1531). El punto de unión de ambos episodios es la Virgen de Guadalupe, quien al aparecerse a Juan Diego mostró la igualdad y dignidad de los nacidos en América, por lo que Hidalgo decide tomarla como estandarte de su lucha. La película tiene un marcado tono didáctico (todo es explicado al detalle, tal como no se hace en la vida real) y maniqueo (hay buenos, buenos y malos, malos), al tiempo que muestra a los indios como seres piadosos e inocentes, cual niños.

Las insurgentes y el héroe humanizado

Los nuevos tiempos dictaron otros rumbos al cine histórico, que posó sus ojos en personajes que no habían sido tomados en cuenta de maneras novedosas. La segunda mitad del siglo XX nos trajo la cara femenina de la Independencia, una distinta a la de Josefa Ortiz de Domínguez, una cara “de perfil”, como en las estampitas, ya que aunque su presencia es constante en las cintas sobre la insurgencia, resulta en general un personaje inocuo, con chispazos ocasionales de ingenio en las muy recurridas escenas de tertulias.

Una de las mujeres redescubiertas por el cine en esta etapa es la protagonista de La Güera Rodríguez (1978), en la cinta dirigida por Felipe Cazals, otro director con vena histórica marcada –véase Zapata (1970), Kino(1993), Su alteza serenísima (2000) y Chicogrande (2010). El retrato de la antológicamente bella María Ignacia Rodríguez Velasco de Osorio (Fanny Cano), que brindó apoyo moral –inmoral, diría su marido que la acusó de adulterio ante el virrey– a más de un insurgente, incluso a nivel internacional en el caso de Simón Bolívar, si bien acierta al incluir nuevas voces al coro de constructores de la Independencia, permanece en los terrenos del anecdotario amoroso.

En el otro extremo encontramos a Gertrudis (1992), de Ernesto Medina, que muestra la historia de una criolla michoacana, con lo que podría llamarse una gran conciencia de clase, detenida y fusilada por ayudar a la conspiración contra las autoridades virreinales. A diferencia de sus predecesoras, esta cinta carece del consabido tono didáctico y se concentra en las acciones de Gertrudis Bocanegra y de su círculo cercano de amigos y enemigos. En lugar de explicar cada movimiento de la insurgencia, se hacen guiños a lo que sucede alrededor, como cuando es presentada a Miguel Hidalgo, con quien charla sobre algunas de sus lecturas y la obra de teatro que encuentra montando. Aunque la empatía que pudiera despertar contrasta con el dramatismo aportado por Ofelia Medina, quien le da vida, y la convierte en una mezcla de Sor Juana y Juana de Arco.

Otro personaje que adquirió gran atractivo para el cine por su idealismo y cierta carga de “exotismo” es Francisco Xavier Mina, el libertario profesional que cruzó los mares para revivir la lucha independentista, en franco declive tras la muerte de Morelos. El también vasco Antonio Eceiza ofrece en Mina, viento de libertad (1977) un retrato que va de lo didáctico –tiene un comienzo de libro de texto, con una cronología de hechos acompañada por imágenes fijas, que va de 1789, año de la Revolución Francesa y en el que nace nuestro héroe, hasta su llegada a México a los 26 años de edad– a la película de aventuras, con múltiples escenas de batalla. La cinta hace énfasis en lo internacional (casi universal) de la lucha de Mina y su ejército compuesto por unos 150 hombres de distintas nacionalidades (españoles, ingleses, franceses y cubanos, entre ellos), todos unidos por el fervor libertario; y en el carácter humano del combatiente, quien como Cristo se enfrenta a distintas tentaciones, si bien sale avante como un héroe de epopeya.

Otro cine, nueva celebración

En este 2010, cuando una vez más celebramos gestas pasadas mientras la violencia se cierne a nuestro alrededor, la Independencia ha resurgido como tema para nuestros cineastas. De esta manera, podremos ver Hidalgo, la historia jamás contada (2010), en la que Antonio Serrano promete dar nuevo aire al muy apolillado cura, presentando episodios de su vida poco conocidos por la mayoría, y Héroes verdaderos (2010), en la que Carlos Kuri hace su aportación al cine histórico, esta vez desde la animación, género en crecimiento en el país.

Pero quienes estén interesados en trascender la indiferencia frente a las historia de nuestros vecinos del Caribe, Centro y Sudamérica, y no quedarse sólo con la historia de México, pueden recurrir a la siguiente cartografía fílmica de las independencias latinoamericanas: La guerra gaucha (Argentina, 1942), donde Lucas Demare retrata a la guerrilla de gauchos independentistas; Amargo mar (Bolivia, 1984), de Antonio Eguino, que sigue los pasos de una pareja de personajes de ficción durante la Guerra del Pacífico, en 1879; Os inconfidentes (Brasil, 1972), de Joaquim Pedron de Andrade, celebración de las hazañas de Tiradentes y los combatientes de Minas Gerais bajo su mando, a partir de los escritos de los líderes del movimiento y las actas de su juicio; Bolívar soy yo (Colombia, 2002), una cinta más propositiva, dirigida por Jorge Alí Triana, que gira en torno a un actor que representa a Bolívar en una serie televisiva y a su negativa frente a que su personaje muera fusilado; Elpidio Valdés (Cuba, 1979), cinta animada de Juan Padrón, también creador de Vampiros en La Habana (1985), que presenta las aventuras de un personaje ficticio que encarna al típico combatiente independentista; El Húsar de la muerte (Chile, 1925), de Pedro Sienna, sobre las aventuras de Manuel Rodríguez, prócer chileno;1809-1810 Mientras llega el día (Ecuador, 2004), una mirada a la vida cotidiana de los quiteños durante los años cruciales en la lucha por la independencia, dirigida por Camilo Luzuriaga; Túpac Amaru (Perú, 1984), de Federico García, una épica sobre el movimiento precursor de la independencia acaudillado por Túpac Amaru en el siglo XVIII; Miranda regresa, el héroe de las tres revoluciones (Venezuela, 2007), de Luis Alberto Lamata, retrospectiva de la vida de Francisco de Miranda, a partir de una entrevista con un cronista ficticio mientras el héroe se encuentra encarcelado.

 
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