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Las letras cinematográficas de Gabriel García Márquez
Publicado el 22 - Oct - 2012
 
 
  • Sus orígenes cinematográficos se encuentran en el viaje que hace de Colombia a Italia a estudiar la carrera de cine en el Centro Sperimentale di Cinematografia de Roma.  - ENFILME.COM
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Por Rodrigo González (@cinevolante)

Antes de entrar a la enumeración de datos, fechas y efemérides es justo decir que la obra de Gabriel García Márquez en el cine abarca algunos aciertos y muchos sinembargos. No en pocas ocasiones el aura de premio Nóbel y de gran autor universal lo ha alejado de lecturas claras y honestas y por el contrario, lo ha protegido de la crítica o, al revés, la etiqueta ha impedido que llegue a los ojos de sus lectores naturales. García Márquez tiene una personalidad y una historia en el cine llena de particularidades que se entreteje y complementa con la literaria.

Sus orígenes cinematográficos se encuentran en el viaje que hace de Colombia a Italia a estudiar la carrera de cine en el Centro Sperimentale di Cinematografia de Roma, entre 1952 y 1955. Compañero en ese entonces de Julio García Espinosa, guionista y director cubano (No tenemos derecho a esperar, 1972; Girón, 1974) contaría tiempo después (ya como presidente de la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano) que asistir al nacimiento del neorrealismo italiano lo marcó definitivamente como autor de guiones y como aspirante a director: "Ya desde entonces hablábamos casi tanto como hoy del cine que había que hacer en América Latina, y de cómo había que hacerlo, y nuestros pensamientos estaban inspirados en el neorrealismo italiano, que es —como tendría que ser el nuestro— el cine con menos recursos y el más humano que se ha hecho jamás. Pero sobre todo, ya desde entonces teníamos conciencia de que el cine de América Latina, si en realidad quería ser, sólo podía ser uno".

Su experiencia en Italia se ve aderezada cuando consigue participar como tercer asistente de director en la película de Alessandro BlasettiPecatto che sia una canaglia (1955), una comedia que protagonizan Sophia Loren,Vittorio De Sica y Marcello Mastroianni. Él mismo comenta que nunca tuvo oportunidad de ver a la diva, ya que su trabajo consistía en sostener una cuerda en un esquina para evitar que pasaran al set los curiosos que siempre rondan por ahí.

Ya con el ojo educado en Italia se inaugura oficialmente como guionista con el libro cinematográfico de La langosta azul (1954), mediometraje de 29 minutos de Álvaro Cepeda Zamudio. De esta manera marca el inicio de una prolífica participación en el cine. Debemos mencionar que esta película ha sido considerada como el primer ejercicio surrealista del cine latinoamericano.

En los sets de México

Atraído por la poderosa industria cinematográfica mexicana de los años sesenta, se instala en el país después de pasar otro periodo de tiempo en Colombia donde había trabajado como reportero y crítico de cine. 

En México, su primer acercamiento con el cine nacional es cuando escribe el guión de El gallo de oro para Roberto Gavaldón, junto con Carlos Fuentes, basado en el cuento de Juan Rulfo. Película de 1964 con la que intenta, con éxito, relacionarse con el círculo de realizadores mexicanos. Ese mismo año escribe el argumento para la película En este pueblo no hay ladrones (1964), de Alberto Isaac, en donde participan grandes nombres del cine y la cultura nacional como Luis BuñuelJosé Luis Cuevas y Leonora Carrington. Ya mejor posicionado después de estas experiencias, entra en contacto con un joven Arturo Ripstein quien buscaba un guión para filmar su primera película. Resultaba ideal trabajar con un autor sólido pero poco conocido como García Márquez que finalmente decide colaborar de nuevo con Carlos Fuentes como dialoguista. Entregan Tiempo de morir, un western de corte intelectual y filosófico que con el tiempo se convertiría en el antes y después de llamada Época de Oro del cine nacional.

Al terminar el rodaje, lleno del ímpetu de la primera película filmada, Ripstein le pide los derechos de El coronel no tiene quien le escriba y García Márquez le responde con una sonrisa: "Claro, el día que aprendas el oficio". Pareciera que a Ripstein le tomó más de 30 años aprender. La verdad que completa la anécdota es que en ese tiempo los derechos estaban vendidos. Finalmente la opción expiró y nadie pudo filmarla. Treinta y cuatro años después sería García Márquez quien se acercara a Ripstein, según cuenta el mismo realizador, para pedirle que la filmara.

La gran intervención 

A partir de la segunda mitad de la década de los años sesenta, Gabriel García Márquez se vuelve entonces un indispensable en el cine nacional y latinoamericano. Sus colaboraciones comienzan a darse en racimos a pedido tanto de jóvenes directores como de los más experimentados, que buscaban historias que retrataran fielmente el sentimiento latinoamericano, en una búsqueda de "la identidad" que pudiera ser reflejada en el cine y que contribuyera a crear la imagen de lo que somos y hemos sido. Es evidente que este paso obligó a los cineastas en su momento a llevar a cabo una profunda revisión de los temas nacionales y continentales.

Siguen en orden cronológico Un juego peligroso (1966), de Ripstein también;Presagio (1974), del consagrado Luis Alcoriza; y María de mi corazón(1979), de un treintaañero Jaime Humberto Hermosillo. También en 1979 se filma su adaptación del libro de Daniel DefoeEl diario de la peste, bajo la batuta de Felipe Cazals, que llevó por título El año de la peste.

En Chile, colabora con Miguel Littin para la película La viuda de Montiel(1979), filme que quizá tenga mayor relevancia que los mencionados anteriormente ya que, en su versión cinematográfica, intentó respetar casi al pie de la letra el realismo mágico característico de los relatos de García Márquez.

En 1980 la directora sueco-venezolana Solveig Hoogesteijn filmaría El mar del tiempo perdido al mismo tiempo que Ruy Guerra, el gran director de origen portugués, nacido en Mozambique y adoptado por Brasil, incluye en el reparto a Claudia Ohana y a Irene Papas para la filmación de Eréndira con guión de García Márquez, estrenada en México en 1983.

Es en esta década cuando se da una mejora sustancial en los guiones que escribe. Sin embargo, su trabajo en esta esfera no es tan frecuente, pues su consolidación como novelista y gran voz literaria ya no tiene vuelta atrás. Es también en esta década cuando, apoyado por sus antiguos y compañeros del Centro Sperimentale di Cinematografia y el Comité de Cineastas de América Latina (C-CAL, fundado en 1967), dan pie a la creación de la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños. Ahí diseña e imparte el taller de guión Cómo Contar un Cuento.

En 1986, Jorge Alí Triana dirige su propia versión de Tiempo de morir, película que lo prepara para que diez años después, en 1996, realice la adaptación escrita por García Márquez de Edipo Rey de Sófocles, renombrada como Edipo alcalde. El filme conjuga el trabajo actoral deJorge Perugorría con un oficio que tanto guionista como director llevan a un nivel que no era común ver en el cine latinoamericano en esos días, pues consiguen condensar en casi cien minutos una historia clásica, trasladarla a un lenguaje común que no depende ni se encierra en una frontera geográfica, por encima de esto renuevan un mito inherente a la condición humana y todo, con éxito.

Antes de abandonar la década de los ochenta debemos mencionar la primera intentona de internacionalizar el realismo mágico del autor. En 1986,Franceso Rosi filma Crónica de una muerte anunciada con mediocres resultados a pesar del enorme reparto que llevaba en los créditos y que incluía a Rupert EverertGian María Volonté e Irene Papas. No muy bien recibida por la crítica especializada, se hundió en el olvido y empezó a alimentar la lista de proyectos fílmicos basados o escritos por el mismo García Márquez que pasaron con más pena que gloria.

En esa ruleta de ires y venires, debemos mencionar el buen trabajo realizado para la serie Amores difíciles, inspirada en cuentos del colombiano y en la que quizá su mayor mérito sea haber logrado en cierta manera, a través de los directores –Ruy Guerra, Lisandro Luque, Tomás Gutiérrez Alea, Jaime Humberto Hermosillo y Jaime Chávarri– darle seriedad al concepto unificador de cine latinoamericano, de haberse acercado más claramente a aquella idea que lo perseguía desde la fundación del C-CAL de "un universo común" para el cine de América Latina. Cierra esta década una coproducción hispano brasileña de un recurrente de la obra de García Márquez: Ruy Guerra, quien filma Me alquilo para soñar, en 1989.

Cabe mencionar que a pesar de que la historia y las circunstancias pondrían en la mira de los realizadores latinoamericanos (o de cada cine, en su caso) temas diferentes y en algunos casos disímiles (por ejemplo, el paso por las dictaduras militares, la alienación europeizante o la aberrante intervención norteamericana en la vida de los países de la región, y en otros la condición sagrada de los pueblos de América, el mestizaje, la religión, la miseria y la decadencia), pareciera ser que hacia esta década la pluma de García Márquez y evidentemente la influencia que ejerció, funcionó como un crisol donde cupieron todos estos temas con un sentido armónico. Quizá de ahí sea posible que títulos tan disonantes como Las Poquianchis (Felipe Cazals, 1976) u Hombre mirando al sudeste (Eliseo Subiela, 1986) compartan sin ningún tipo de incomodidad la referencia latinoamericana y no sólo por el origen geográfico de las cintas, si no por el sólido uso de voces técnicas y temáticas usadas en el tratamiento de sus respectivas cintas. Quizá más que en otros momentos, la idea de un cine latinoamericano comienzaba a volverse una realidad.

Los años noventa y el cambio de la geografía cinematográfica

En los años noventa, filmar cualquier película, ya fuera corto o largometraje, que tuviera la firma de García Márquez podía convertirse en el mejor trampolín para un joven director o en la consolidación para uno experimentado.

De ahí que fuera evidente que la obra de García Márquez seguiría llegando a raudales a la pantalla. Se sabe que incluso Akira Kurosawa, filmandoDreams (1990), se entrevistó con García Márquez para filmar El otoño del patriarca. El problema fue que el cineasta japonés deseaba hacer una adaptación íntegra del libro sin sacrificar una sola página. El proyecto se volvió incosteable y terminó en el cajón de los trabajos no filmados. Otros interesados en esta misma obra fueron en su momento Sean Penn yAntonio Banderas, pero tampoco pudieron ponerle el cascabel al gato que representa un reto tan complejo como este.

De sus obras filmadas en esa década vale la pena hacer una mención especial a El coronel no tiene quien le escriba (1999), de Arturo Ripstein. Para ese momento, Ripstein ya estaba consolidado comodirector y García Márquez como autor, novelista y voz literaria universal. Ripstein empezó su carrera como cineasta con un guión de García Márquez y 34 años después regresó para mostrar todo su oficio. Quizá ésta sea la mejor versión cinematográfica de un libro de García Márquez. Ripstein tiene el tacto no solamente para contar la historia, si no también de hacer una interpretación personalísima a la anécdota sobre la carencia, el abandono y la falta de reconocimiento. Con un Fernando Luján en una de sus mejores interpretaciones y una Marisa Paredes exacta, como sacada del cuento mismo. 

El mayor mérito de esta cinta ha sido mostrar que las historias que verdaderamente nos son comunes no pueden encerrarse en regionalismos ni en fronteras. Ripstein conjuga su oficio como director a su poder de convocatoria, de la mano del bello relato de García Márquez. El dominio técnico del oficio abrazado de la riqueza de nuestras historias marcaba la pauta para pulir ese cine tan buscado, ese que se convierte en memoria histórica.

A la postre la geografía de cine mundial cambió radicalmente en la siguiente década con el avance feroz de los grandes estudios y el debilitamiento de los mercados internos en América Latina. Eso propició que el filmar las obras de Gabo fuera un gran evento, accesible sólo para los grandes presupuestos (entiéndase, latinoamericanos).

Aún así, el trabajo de García Márquez como guionista no cesaría para siempre. En el año 2001 aparece la tierna película Los niños invisibles deLisandro Duque Naranjo, que narra la historia de un grupo niños que sigue las instrucciones de un libro de magia para volverse invisibles, con el objetivo de ver a una mujer desnuda y acercarse a las chicas que les gustan.

En el año 2006, se estrena Del amor y otros demonios, película de la costarricense Hilda Hidalgo que pasó sin mucha fanfarria. También en ese año se filma El amor en los tiempos del cólera a la que el británico Mike Newell (Harry Potter and the Goblet of Fire, 2005) le otorga con éxito, un sentido de internacionalización.

 Cien años de cine, nuevo milenio 

El más reciente esfuerzo por llevar a la pantalla grande una obra de García Márquez está en Memoria de mis putas tristes, quizá la más chabacana y torpe adaptación de alguna de sus obras. Resulta anecdótico que teniendo un guionista como Jean-Claude Carriere y un director experimentado comoHenning Carlsen la película falle de principio a fin. Filmada a escondidas en Campeche por la amenaza de una demanda por tratar el tema de la prostitución infantil con enorme ligereza, termina por ser un remedo de lo que de por sí es una obra menor en la literatura de García Márquez. Evidentemente el tiempo la pondrá en su justo lugar.

Por otro lado existen rumores de que Emir Kusturica realizaría en 2013 una adaptación de El otoño del patriarca, pero así como sucede con su película sobre Pancho Villa, nunca se sabe. Igualmente se maneja la idea de llevar a cabo una película sobre la vida García Márquez que tendría como director a Alfonso Cuarón.

¿Y la obra intocable?

 Sobre Cien años de soledad al cine, nada. En ese tema Gabriel García Márquez hace bien en ser irreductible. Él mismo menciona la complejidad en adaptar esa obra al cine, respetar los tiempos literarios, la relación intrínseca de los personajes con el lector y del lector con los personajes, la personalísima forma de cada individuo que ha leído la novela de imaginar el encuentro con el hielo. 

Es justo decir que el aporte de García Márquez a la cinematografía va mucho más allá de su trabajo como escritor. En un continente como Latinoamérica, con un mercado interno que castiga a las cinematografías nacionales, es alentador tener a un autor de la talla de Márquez, que ha utilizado su creatividad, visión, su nombre y la inspiración que despierta, a favor del mundo académico y de la promoción. Él sumó su talento al de muchos otros realizadores; juntos imaginaron que hacer cine con una identidad distinta era posible, y dejaron una memoria disponible para quien quiera continuar este legado.

 

 
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