Roberto Garza
I.
La música rock incursionó en el cine en 1955, cuando la canción “Rock Around the Clock”, de Bill Haley y sus Cometas (Bill Haley & His Comets), sonó en los créditos iniciales de Semilla de maldad (Blackboard Jungle), cinta dirigida por Richard Brooks y en la cual Glenn Ford interpreta a un profesor que tiene que lidiar con un grupo de crápulas indomables en una escuela pública.
¿Quién tuvo la idea de incluir esta rola, precursora del rocanrol de los cincuenta, como tema de Blackboard Jungle? Las fuentes más serias afirman que llegó a la pantalla grande por conducto del hijo de Glenn Ford, Peter, quien le prestó algunos discos a Richard Brooks. El cineasta, que no encontraba un tema musical adecuado para su película, escuchó los vinilos de Peter y se decidió por la desenfrenada (y en su tiempo, aunque suene increíble, provocadora) “Rock Around the Clock”.
Según consta en notas periodísticas de la época, durante las proyecciones, el público se paraba a bailar en los pasillos tan pronto apagaban las luces y se escuchaba “one, two, three o’clock, four o´clock rock....” Y cuando Haley llegaba al primer “we're gonna rock around the clock tonight…” el público ya cantaba y gritaba como si estuviera en una tocada en vivo.
Poco después del estreno, “Rock Around the Clock” alcanzó el primer lugar en las listas de popularidad y el disco de Bill Haley y sus Cometas se vendió por millones en todo el mundo. Ese año, el rocanrol pegó tan fuerte en el mercado que revolucionó los negocios de la música y el cine. Según datos oficiales, en 1955 se vendieron 277 millones de discos en EE.UU.; en 1959 la cifra ascendió a 600 millones, y en 1973 alcanzó los 2 mil millones.
Deslumbrado por el fenómeno económico que provocó Blackboard Jungle, en enero de 1956, el productor Sam Katzman contrató a Fred F. Sears para que dirigiera la poco recomendable Al compás del reloj (Rock Around the Clock, 1956), hoy catalogada como la primera película del género cine rock, en la que aparecen (porque no actúan) Bill Haley y sus Cometas.
Se sabe que Sears ordenó a los músicos que hicieran fonomímica al momento de la filmación, es decir, que movieran los labios y fingieran como si tocaran en vivo. La música se agregó en posproducción a partir de pistas pregrabadas. La única canción que se grabó en directo fue “Rudy's Rock”, la cual pasó a la historia como la primera pieza de rocanrol interpretada en vivo en una película de largometraje.
II.
La juventud de la década de los cincuenta necesitaba un personaje que le diera identidad. En 1953, Marlon Brando dio vida al primer héroe juvenil en El salvaje (The Wild One), y más adelante, en 1955, el productor David Weisbart consolidó esa nueva efigie con James Dean en el filme de Nicholas Ray, Rebelde sin causa (Rebel Without a Cause). Dean murió a los 24 años en un accidente automovilístico, un mes antes del estreno de la cinta. Con su muerte nació un mito, el del héroe rebelde de corta vida, mismo que se instaló de inmediato en el imaginario juvenil.
Weisbart, visionario y monetarista desvergonzado, no tardó en encontrar al sustituto perfecto de Dean: Elvis Presley, número uno de la escena rock de los cincuenta, que debutó como actor en Ámame tiernamente (Love Me Tender) en 1956. El “Rey del rock” se convirtió así en toda una estrella de cine; aunque, seamos francos, de sus más de 20 películas sólo dos valen la pena: El rock de la cárcel (Jailhouse Rock, 1957) y Cita en Las Vegas (Love in Las Vegas,1964) .
Contagiados por las ideas de Weisbart, los productores de cine se acercaron a los ídolos musicales del momento. La idea, elemental pero inteligente, fue que los jóvenes, además de escuchar a sus rockeros favoritos, pudieran verlos magnificados y en acción en la pantalla grande.
Por ejemplo, Sam Katzman, productor de Rock Around the Clock, se dio vuelo con una serie de películas palomeras como Don’t Knock The Rock (1956), en las que otorgó papeles estelares a Chuck Berry, Little Richard y Eddie Cochran.
En cuestión de dos años, las industrias del cine y la música se fusionaron en un binomio explosivo, el del cine y el rock, para satisfacer las demandas de un nuevo sector con poder adquisitivo: la juventud.
III.
Si bien el surgimiento del cine rocanrolero de los cincuenta correspondió a meros intereses del mercado (hecho que se vio reflejado en la producción de cintas de baja calidad y destinadas al consumo masivo), en los sesenta emergió una nueva generación de realizadores, en su mayoría protagonistas de la revolución cultural y comprometidos con los ideales transformadores de la época.
Tanto en EE.UU. como en algunos países de Europa, la proliferación del movimiento contracultural modificó la manera en que los cineastas abordaron el tema del rock: por un lado, se realizaron documentales de giras y conciertos; y por el otro, se hicieron películas de ficción, musicalizadas con temas de rock, que pretendían reflejar el sentir y pensar de la juventud.
El primer documental rock, Don´t Look Back (1967), lo realizó D. A. Pennebaker durante la gira británica de 1965 de Bob Dylan. Esta película mostró el camino a otros cineastas que dieron seguimiento a los acontecimientos musicales (giras, conciertos y festivales) más importantes de la época. De esta corriente surgieron tres documentales emblemáticos: Monterey Pop (1968), Gimme Shelter (1970) y Woodstock (1970).
Gimme Shelter y Woodstock, ambas filmadas en 1969, son piezas antagónicas. La primera se realizó durante un festival gratuito en Altamont, California, en el que se presentaron bandas del calibre de los Rolling Stones, The Grateful Dead y Jefferson Airplane. Mientras los Stones tocaban por primera vez “Under my Thumb” (no “Sympathy for the Devil”), Meredith Hunter, un locuaz de 18 años, apareció entre la multitud con una pistola en lo alto. La cámara lo captó y registró para la historia el momento en el que un miembro de los Hell´s Angels, insólitos encargados de la seguridad, lo mata a navajazos. En ese festival murieron tres personas y decenas terminaron en el hospital, ya por golpes o por sobredosis de droga. En Altamont, se dijo, murió la utopía de los sesenta y nació la represión de los setenta. Woodstok, en cambio, es un autentico símbolo de la buena vibra de los sesenta; un retrato verité del lisérgico paraíso hippie y un referente obligado de su época.
En cuanto a las cintas de ficción, en 1964 se estrenó el primer gran clásico del género: A Hard Day’s Night. En ella, el director Richard Lester recreó, en tono de falso documental, un día en la vida de los Beatles.
Una película fundamental de los sesenta es Buscando mi destino (Easy Rider, 1969). En este caso, el rock es en sí un personaje más que acompaña a los motorizados en el camino. Imposible olvidar cuando Wyatt (Peter Fonda) y Billy (Dennis Hopper) encienden sus motocicletas, hacen rugir los motores y se lanzan a la carretera a toda velocidad, mientras “Born to be Wild” de Steppenwolf llena el espacio sonoro. Otra película emblemática de esta década es El graduado (The Graduate, 1967), con música de Simon and Garfunkel.
Incluso los célebres Michelangelo Antonioni (Blow-Up, 1966 y Zabriskie Point, 1970), Barbet Schroeder (More, 1969 y La Vallée,1972) y Jean-Luc Godard (Sympathy for the Devil, alias Simpatía por el Diablo 1968, y 1 P.M.,1972), hicieron sus aportaciones “intelectuales” al cine rock de aquellos años.
Y no está de más recordar a los rockeros que se aventuraron a dirigir sus propias películas: Frank Zappa (200 Moteles, 1971), Bob Dylan (Renaldo and Clara, 1978), Neil Young (Journey Through the Past, 1974 y Rust Never Sleeps, 1979), Joni Mitchell (Shadows and Light, 1980), Jerry García (The Grateful Dead, 1977), David Byrne (True Stories,1986) y Laurie Anderson (Home of the Brave, 1986). En 1967, los Beatles escribieron el Magical Mystery Tour y, cuatro años después, en 1972, Lennon hizo Imagine, una mezcla de documental y videoclip con él y Yoko Ono como protagonistas.
IV.
Después de 16 años de rocanrolear, en noviembre de 1976, The Band organizó una tocada de despedida en el teatro Winterland de San Francisco. Durante ese legendario festín musical, celebrado en el Día de Acción de Gracias, Martin Scorsese filmó El último vals (The Last Waltz, 1978), sin duda, el mejor testimonio audiovisual del fin de una era en la historia del rock.
Aquel memorable concierto, en el que participaron como invitados: Muddy Waters, Dr. John, Paul Butterfield, Neil Young, Bob Dylan, Van Morrison, Neil Diamond y Joni Mitchell, fue la última gran fiesta de la primera generación de rockeros emanados de la revolución cultural de los sesenta.
Además de documentar para la historia este legendario reventón, Scorsese, que también había participado como asistente de dirección en la filmación de Woodstock, dio una lección de cómo se debe filmar un concierto en vivo. De hecho, a casi 30 años de distancia, se sigue utilizando su técnica: emplazamiento de cámaras en diversos ángulos (incluso cámaras al hombro a nivel escenario), abarcando todos los tiros posibles, desde planos cerrados a detalle hasta tomas abiertas y planos generales. Si a esto se le agrega un buen trabajo de edición, el resultado es sorprendente.
Tal vez el único cineasta que ha logrado superar al maestro Scorsese en materia de conciertos en vivo es Jonathan Demme en el clásico Stop Making Sense (1984). Mediante un manejo de cámaras perfectamente coordinado, Demme logró captar a los Talking Heads, y en particular al líder de la banda, David Byrne, en su mejor momento: el concierto de diciembre de 1983 en el teatro Pantages, en Hollywood.
V.
Si tuviera que escoger una secuencia, sólo una, del rock en el cine de los setenta y principios de los ochenta, tendría que ser de alguna de las siguientes películas: El último vals (1978), Quadrophenia (1979), Ziggy Stardust and The Spiders Fom Mars (1973), Tommy (1975), Pink Floyd The Wall (1982), Stop Making Sense (1984) o Repo Man (1984). Eso sería lo lógico. Sin embargo, hago trampa y me quedo con una secuencia de un clásico del cine bélico: Apocalipsis ahora (Apocalypse Now, 1979). Quien conozca esta obra maestra, estará de acuerdo en que la primera secuencia, musicalizada con “The End”, de los Doors, representa uno de los mejores momentos del rock en el cine. Se escucha la voz de Jim Morrison cantando “This is the end…”, mientras las hélices de los helicópteros que sobrevuelan la selva de Vietnam se convierten en las aspas del ventilador de un cuarto de hotel en Saigón, donde Willard se hunde en la espiral de una borrachera bélica antes de salir a la caza del coronel Kurtz.
Si hacemos este ejercicio con películas de reciente factura (realizadas durante los últimos quince años) que utilicen música rock en su banda sonora, la selección obvia sería entre alguna secuencia de Hype! (1996), Trainspotting (1996) (como la introducción con “Lust for Life”, de Iggy Pop), Velvet Goldmine (1998), 1991: The Year Punk Broke (1992), Pulp Fiction (1994), Demonlover (2002), 24 Hour party People, (2002), Joe Strummer: The Future is Unwritten (2007), The Boat That Rocked (2009), Control (2007), I’m Not There (2007) o del documental sobre los Ramones, End of the Century, (2003).
Pero lo obvio no es necesariamente lo mejor. Hay una secuencia realizada por Spike Lee que se podría llevar el primer lugar: el inicio de Haz lo correcto (Do The Right Thing, 1989) con “Fight The Power” de Public Enemy. En este caso, el rock, o el hip hop, es un recurso que está al servicio de la historia. Hace unos años, el director sueco Lukas Moodysson hizo algo similar en el azotado drama Las alas de la vida (Lilja 4-ever, 2002) cuando presenta a la sufrida Lilja corriendo mientras "Mein Herz Brennt", de Rammstein, revienta las bocinas de la sala de cine.
VI.
El cine rock mexicano hay que buscarlo con lupa. Y no me refiero a las películas tipo Juventud rebelde (1961) de Julián Soler, sino a las producciones independientes vinculadas directamente con el mundo del rock.
Recientemente, la Filmoteca de la UNAM lanzó un DVD con los trabajos en cine y video de Sergio García Michel, un joven veterano de mil batallas rocanroleras. Entre ellos se publicaró, por ejemplo, Un Toke de Roc (1989), cinta en la que participaron algunas leyendas del rock nacional como El Tri, Rockdrigo, Jaime López, Cecilia Toussaint, y Botellita de Jerez. La película tiene la calidad de un ejercicio universitario y la música suena como si la fuente primaria fuera un viejo audiocasete de segunda. Es cine cien por ciento independiente. De paso, hay que agradecer al irredento García Michel la ocurrencia de insertar un fragmento pirata de un concierto de los Rolling Stones. Del mismo autor, este año la Filmoteca editó en DVD la película El cantar de los cantores, un homenaje a los representantes del llamado movimiento “rupestre”.
Otra buena puntada del cine rock mexicano es De veras me atrapaste, de Gerardo Prado, un churrote ochentero que provoca la risa loca, pero que algún día, sin duda, será revalorizado desde una perspectiva sociológica. De las películas ochenteras de ficción que utilizaron música rock vale la pena recordar dos: ¿Cómo ves? (1986), de Paul Leduc y La banda de los Panchitos (1987), de Arturo Velazco.
Ya después, en los noventa, llegó la memorable Ciudad de ciegos (1991), seguida por un largo etcétera que, al estilo Tarantino y Boyle, hicieron del soundtrack un producto extra fílmico que vincula a cinéfilos con rocanroleros. Ahí están los casos de Amores perros (2000), Y tu mamá también (2001) y Todo el poder (1999). Sin duda, en la que mejor funciona la música rock (por ser coherente con la historia) es Perfume de violetas (2001), de Maryse Sistach.
En materia de cine documental, un caso injusto fue el fracaso en taquilla de Alex Lora: esclavo del rocanrol (2003), largo de Luis Kelly con el inagotable Lora como protagonista. Recuerdo que cuando fui a verla a la Cineteca, mientras ordenaba un expreso en el Gran Café, escuché decir a un odioso sabelotodo: “los verdaderos fans del Tri no van al cine”. Y tenía razón. Lo mismo sucedió este año con Naco es chido (2009), el falso documental se Sergio Arau sobre su legendaria banda, Botellita de Jeréz.
Entre los documentales rock de personaje, hay uno que merece diez segundos de aplausos. Me refiero a No tuvo tiempo (2004). La hurbanistoria de Rockdrigo (2004), de Rafael Montero, fiel retrato de una época y una extraordinaria semblanza del “profeta del nopal” que murió en el terremoto de 1985.
En cuanto a rockumentales de bandas hay uno de reciente factura que sobresale y se distingue del resto por mucho: Seguir siendo (2010), sobre la mega banda Café Tacvba, dirigido por Ernesto Contreras y José Manuel Craviotto, y que se estrena en cines en octubre de este año. Este trabajo es lo mejor que ha dado el cine rock mexicano a la fecha.